Ha llamado mi atención la obscenidad reiterada que se pone de manifiesto en discursos, entrevistas y comentarios del actual presidente de la Nación, el señor Javier Milei. Se podría argumentar que es un modo de ponerse a tono con la liviandad, la superficialidad de una época en la que no está de moda ni el decoro ni el respeto ni el interés siquiera estético en velar lo desagradable. Quizás Milei crea que ese modo de atravesar el pudor del otro, que ese modo a veces brutal de expresar sus ideas llega mejor a sus seguidores. Puede ser. Sin embargo, no voy a ocuparme de sus decires. Como psicoanalista, ni analizo ni interpreto a nadie por fuera de mi consulta. Sí me interesa ver estos fenómenos tan llamativos y tomarlos como muestra de los síntomas de época. Es por este motivo que me decidí a escribir sobre la desvergüenza.

Con el nacimiento se produce el encuentro de un ser desvalido con el Otro maternal que lo recibe, más allá del género que éste porte. Las experiencias iniciales de dolor, su propio grito vivido como extraño y la presencia/ausencia del que lo socorre se articulan en un entramado psíquico; lo que se recibe del Otro se convierte, así, en signo de su amor. En este punto, cruce entre el desvalimiento y el Otro, Freud ubica “la fuente primordial de todos los motivos morales”(1). Es la amenaza de perder el amor del Otro lo que funciona como traumático, en tanto esa pérdida deja al sujeto inerme ante estados de excitación que no pueden ser calmados ni por la vía de la descarga ni por la vía de la tramitación según el principio del placer. El peligro ante el cual se angustia el niño, para Freud, no es la pérdida de objeto en sí sino que ésta implica no poder con las magnitudes crecientes de estímulos a la espera de tramitación. El prototipo de esta situación es el trauma de nacimiento y su respuesta de agitación motriz, modelo del ataque de angustia. El infans es rescatado del caos inicial por el amor, la significación, el sostén del Otro. En Freud, motivos morales, renuncia y Superyó arman una serie en el camino de la humanización, que se enmarca de acuerdo a los requisitos de la cultura de la época: “(...) lo malo es, en un comienzo, aquello por lo cual uno es amenazado con la pérdida de amor; y es preciso evitarlo por la angustia frente a esa pérdida” (2). El peligro, entonces, está en la excitación invasora e intramitable.

Hay otro mojón en esta construcción subjetiva. Se trata de la latencia y las inhibiciones sexuales. Freud señala que hay diques que se erigen para dar otro curso a esas pulsiones. Se trata de: “... (el asco, el sentimiento de vergüenza, los reclamos ideales en lo estético y en lo moral)”. Asimismo, Freud destaca la importancia de estas construcciones tanto “para la cultura personal como para la normalidad posterior del individuo”. Habría una orientación de la energía sexual hacia metas nuevas. La orientación sexual, en la latencia, no podría realizarse y, dado que esas pulsiones parciales son perversas, sólo ocasionarían sensaciones de displacer en ese momento de latencia. Por lo tanto, “... fuerzas anímicas contrarias”, dice Freud, construyen los diques para sofocar ese displacer (3).

Como vemos, se trata de un trabajoso camino de humanización y la vergüenza constituye un hito decisivo, un dique --enmarcado por ideales-- que funciona frente al desafuero. Sin embargo, la sociedad victoriana en la que escribió Freud no es la nuestra. En ésta se promueve, por el contrario, la exhibición y la descarga. La construcción fallida de los diques deja poco lugar a la vergüenza y estimula el despliegue de la ira, el descontrol y la manifestación obscena en el lenguaje. Hay, entonces, un déficit simbólico que facilita salidas de descarga motriz antes que espíritu crítico reflexivo, una rémora en cuanto a la disponibilidad de recursos para tramitar los impulsos.

“El superyó de una época cultural”, dice Freud, “tiene un origen semejante al de un individuo: reposa en la impresión que han dejado tras sí grandes personalidades conductoras, hombres de fuerza espiritual avasalladora, o tales que en ellos una de las aspiraciones humanas se ha plasmado de la manera más intensa y pura, y por eso también, a menudo, más unilateral”. Freud toma a Jesucristo como “el ejemplo más conmovedor” en este sentido (4). En este punto, ideales sociales y Superyó confluyen. Cuando nos referimos a esta sociedad, en la que la vergüenza no abunda, nos encontramos con subjetividades que se encuentranmás a merced del sesgo tanático, o sea mortífero, del Superyó. La relación del sujeto con el objeto es otra así como es otro el modo en que resulta afectado y es de otra cualidad su vínculo con el semejante. Castoriadis llama “tipo antropológico”, a los modelos identificatorios que colaboran en sostener, en cada época, cada tipo de sociedad (5). En este punto, “ascenso de la insignificancia” para Castoriadis, podemos decir que hemos perdido.

Otro rasgo es el que señala Castoriadis para el capitalismo posterior a las guerras mundiales: “la retirada al conformismo”, rasgo que coexistiría con un eclipse del proyecto de la autonomía, el peso de la privatización en todos los órdenes, con la consiguiente prevalencia del individualismo y la despolitización así como de una atrofia de la imaginación política y una pauperización intelectual (6). Esas “grandes personalidades conductoras” a las que se refiere Freud, han dejado lugar a otro tipo de “héroes” y de seguidores. La violencia y la desvergüenza son algunos de los rasgos que resaltan en este escenario en el que reina la pulsión de muerte, así como la proliferación de modos de goce ya no encorsetados por un Ideal ni regulados por la castración.

María Cristina Oleaga es psicoanalista.

Notas

(1) Freud, Sigmund, Proyecto de Psicología (1895), Pág. 362-3; Sigmund Freud Obras Completas, Tomo I, Amorrortu 1987.

(2) Freud, Sigmund, El Malestar en la Cultura (1930), Pág. 120; Sigmund Freud Obras Completas, Tomo XXI, Amorrortu 1987.

(3) Freud, Sigmund, Tres ensayos de teoría sexual (1905), Pág, 161-2; Sigmund Freud Obras Completas, Tomo VII, Amorrortu 1987.

(4) Ibid (2), Pág. 137.

(5) El ascenso de la insignificancia, entrevista a Cornelius Castoriadis

(6) Castoriadis, Cornelius, El Mundo Fragmentado, (1989), pág. 13/26, Terramar Ediciones, Buenos Aires, 2010.