Kevin Costner ha decidido volver a contar el viaje de los colonos hacia el Oeste de los Estados Unidos. Una tradición que tiene ya casi dos siglos de historia y diferentes narrativas según la época, desde las colonialistas signadas por la antinomia entre civilización y barbarie, pasando por las revisionistas de fines del siglo XX con una impronta más indigenista, hasta las posmodernas que erosionan todo gran relato en virtud de un radical relativismo. Kevin Costner intenta trascender esas disputas entre historiadores y pensar su epopeya desde una imaginería de ficción, abocado a resucitar el espíritu clásico del western, si es que eso es posible. Horizon: An American Saga (Chapter 1) es la primera entrega de esa aventura, un extenso folletín del Oeste que asume los relatos tradicionales de la frontera y las crónicas de los primeros colonos, en sintonía con el cine que venera y atesora en su memoria. Al desempolvar la verdadera historia, no pretende sepultar su mitología, sino justamente reimaginar un género fundacional del cine de Hollywood bajo una luz contemporánea, para un público que disfrute de aquella épica, con sus cimientos de verdad y su esplendor de fábula.

La clave está en un pequeño folleto que pasa por las manos de varios personajes. "Procure su hogar en el pueblo de Horizon. Tierra virgen de primera. Abierta a colonos, más de 150 mil acres de tierras fértiles y húmedas". La firma es de un tal Pickering, misterioso emprendedor inmobiliario de aquel siglo XIX dispuesto a pesar en monedas las esperanzas de los que eligen la aventura del Oeste. Las primeras imágenes son del valle de San Pedro en 1859, cuando un agrimensor y sus hijos miden los pasos necesarios para tender una alambrada, ante la vigilia atenta de los pobladores originarios de esas tierras. Unos años después, en 1863, un grupo de colonos se asienta en la rivera del mismo río, frente a las tumbas de aquellos desprevenidos usurpadores. Nuevamente los apaches deciden hacer valer el derecho sobre ese coto de caza que proviene de sus ancestros. La caballería de la Unión, con sus trajes azules y sus bordados dorados, llega para desplazar a los sobrevivientes hacia un fuerte cercano, donde esa ley impuesta parece protegerlos. Pero en esos años de guerra civil entre el Norte y el Sur, toda legalidad está en entredicho. Y la utopía de Horizon seguirá alimentando los sueños de quienes buscan la tierra prometida.

Ese es el punto de partida del proyecto más personal de Kevin Costner: un territorio en disputa a lo largo de los quince años que duró la "conquista" del Oeste, antes y después de la Guerra de Secesión. Ese es el corazón de la primera entrega de Horizon: An American Saga, presentada fuera de competencia en el Festival de Cannes a comienzos de este año y estrenada hace poco más de un mes en Estados Unidos. Sin embargo, ese primer público internacional fue más entusiasta con la propia gesta de Costner para concretar la película que con lo que vio en pantalla: una idea cultivada a lo largo de treinta años y sostenida con una inversión de 38 millones de dólares que el propio actor y director puso de su bolsillo para completar los 100 millones de presupuesto definitivo. Un relato ambicioso y monumental, con exteriores ambientados en Arizona, Montana y Wyoming, con un elenco sólido de nombres como Sienna Miller, Sam Worthington, Luke Wilson, Jena Malone, Giovanni Ribisi, Ella Hunt, Danny Huston y el propio Costner, y con el sello estoico que asume la tradición clásica que supo cultivar como director desde Danza con lobos (1990) hasta Pacto de justicia (2003).

Sin embargo, la recepción crítica en Estados Unidos fue tibia y desencantada, el público no respondió como se esperaba y la recaudación sumó apenas 11 millones de dólares en el primer fin de semana: poco más del diez por ciento del presupuesto total. En Argentina, como en gran parte de Latinoamérica, la película no llegará a los cines y su estreno se derivó directo a la plataforma Max, de Warner Brothers, para el próximo 9 de agosto. Y el segundo capítulo, proyectado para las salas en este mismo mes, se postergó sin fecha definitiva para que el público pueda ver la primera parte en streaming. "Tengo una larga trayectoria en el cine y sé lo que significa el primer fin de semana para este tipo de películas -declaraba hace un mes el actor a Entertainment Weekly-, pero si nos imponemos tanta presión, seguro saldremos decepcionados. Estoy feliz de que Horizon se vea como se supone que debe verse. ¿Me gustaría que fuera un gran éxito? Por supuesto. A mi ego también le gustaría". La tercera y la cuarta parte aún no comenzaron a filmarse y todavía no tienen fecha posible de estreno.

¿Qué fue lo que pasó para que ese entusiasmo por el proyecto se diluya como los sueños de aquellos pioneros que se aventuraron al Oeste? Quizás uno de los primeros atractivos que ofrecía la saga de Horizon era su posible paralelismo con Yellowstone, el western creado por Taylor Sheridan y protagonizado por el actor como el patriarca de una familia en crisis. Estrenada en Paramount+ y hoy con sus tres primeras temporadas disponibles en Netflix, la serie es una epopeya contemporánea sobre las familias acaudaladas de aquella América profunda que desnudan en sus disputas intestinas un conflicto originario que no parece saldado. No obstante, su impronta es menos clásica que posmoderna, teñida del cinismo de estos tiempos en la relectura de la historia, y bañada de la estética de las sagas televisivas de los 80, como Dallas o Valle de pasiones, antes que de los westerns de John Ford de los años 40. Con Horizon, Costner se propone justamente volver a esas fuentes olvidadas, reformular aquellas historias desde los mismos cimientos del género para pensar sus tensiones entre verdad y mitología, para actualizar la representación indígena y el romanticismo sobre aquellos primeros conquistadores, y sobre todo comprender la disputa de base sobre la tierra ajena que se cree propia.

TODAS LAS HISTORIAS

El western nació al calor de la inmediatez documental y se forjó como género cinematográfico cuando muchos de los personajes reales que pasaron a engrosar la iconografía cinematográfica estaban vivos: Buffalo Bill, Wyatt Earp, Frank James, Butch Cassidy. Cuando nacía el cine, Estados Unidos tenía apenas un siglo de historia, había vivido una revolución que terminó en la declaración de la independencia, una guerra civil que culminó con la abolición de la esclavitud y la persistencia del segregacionismo, una conquista del Oeste que aniquiló las culturas autóctonas. El "Far West" se constituyó como una promesa de recursos inagotables, tierra de sueños y quimeras: algunas ciudades prosperaban, otras se convertían en ecos fantasmales que desaparecían de los libros de historia. El mayor mito fue el 'cowboy', el cabalgante solitario, forastero en tierras ajenas, despojado de raigambre y depositario de una mística perdida. Los relatos de los mejores westerns, desde la madurez que impuso La diligencia (1939) de John Ford, recrearon la historia de Estados Unidos en clave mítica: el tendido ferroviario, las caravanas de pioneros, los enfrentamientos con los indios, la historia de la Caballería, las gestas de los personajes históricos, los recorridos accidentados de las diligencias, las disputas por la tierra en esa eterna utopía.

Ese es el camino que toma Costner, no el del western crepuscular de los 50 con sus historias marginales y desencantadas, ni las versiones del Nuevo Hollywood impregnadas de deudas y cuentas pendientes, sino un fervor clásico que intenta resumir ese imaginario cinematográfico, dotarlo de vigencia en el presente, ampliarlo a todas las historias posibles. Las primeras escenas muestran el ataque de los Apaches a un asentamiento de colonos en la Arizona de 1863, y el destino de los sobrevivientes en un fuerte cercano. Frances Kittredge (Sienna Miller) deberá reiniciar su vida junto a su hija adolescente bajo la protección del teniente Gephart (Sam Worthington), un militar amable y ceremonioso, mientras una patrulla de renegados sale a buscar venganza en tierras indias. También tenemos la misteriosa huida de Ellen Harvey (Jena Malone) y su pequeño hijo hacia Wyoming y el encuentro con sus captores en un pueblo minero. Una caravana de pioneros por la llanura, con sus tensiones internas entre los que persiguen una nueva vida y los que disfrutan de la travesía apenas como entusiastas observadores. Y, por fin, uno de los momentos cruciales del relato: la aparición del propio Costner como Hayes Ellison, un vendedor de caballos de pocas palabras y armas tomar, cuyo desvío será la mejor metáfora de la película. El camino solo se dibuja al andar.

Escrita por el propio Costner, en colaboración con Jon Baird, la línea más compleja del relato se refiere al conflicto entre blancos e indígenas, dando lugar a conflictos y desavenencias en ambos bandos. Aún bajo el paraguas de la epopeya clásica, Costner decide explorar a ambos contrincantes de un proceso en el que, pese a que todos tuvieron víctimas que llorar, los privilegiados fueron los que escribieron la historia. Del lado de los colonos, las tensiones se bifurcan entre la búsqueda de una negociación posible con los pobladores originarios, argumento que esgrime con relativa incidencia el Gephart de Worthington, y aquellos que emprenden una expedición de venganza en tierras apaches buscando en el camino sacar rédito por el alto precio que tenían las cabelleras indígenas. Del lado de las tribus locales, las diferencias generacionales los empujan a sucumbir a la violencia ante el fracaso de toda negociación pacífica. Duelos en tabernas, enfrentamientos en las montañas y pérfidas disputas entre cazarrecompensas son los resultados de esa lucha desigual en la que la voz de los ancestros queda sepultaba bajo la sangre fresca de los que buscan su propio negocio.

DANZA CON VIEJOS LOBOS

Desde su aparición como actor en las postrimerías del Nuevo Hollywood, Kevin Costner ha sido un intérprete anclado en la reformulación de los géneros tradicionales. Quizás el mejor ejemplo sea su entrada en el western con Silverado (1985), de Lawrence Kasdan, forjada en el carácter de sus personajes, en la construcción de escenas arquetípicas y en el aura de aquellos tiempos en los que el mito palpitaba junto a la Historia. Luego de incursionar en el cine de gángsters con Los intocables (1987) de Brian De Palma y casi en simultáneo con su elegía al héroe del cine de aventuras con Robin Hood (1991) de Kevin Reynolds, Costner debutó en la dirección con Danza con lobos, un promisorio despegue creativo, premiado y venerado como el resurgimiento del western bajo las coordenadas del revisionismo de los 90. La amistad con nativos y fieras de las montañas resulta una marca del destino para un teniente de la Guerra de Secesión, anticipando el espíritu que en Horizon condensa Gephart y su aguda premonición de la Historia.

Luego de la catástrofe que supuso Mensajero del futuro (1997), aquella distopía devenida en pesadilla y fracaso para los sueños de cineasta de un estrella todavía en vigencia, el regreso lo consolidó Pacto de justicia, un western más modesto, de contornos clásicos pero impregnado de nostalgia y elegíaca despedida. El renacido director asentaba en las narrativas de la frontera la verdadera materia de su cine, que combina la majestuosidad visual, la emoción dramática y sobre todo la reparación de aquellas injusticias representativas que signaron al género. A la manera de John Ford, uno de los primeros directores en desmontar desde el mismo centro de la industria la crueldad de los padres de la patria como George Amstrong Custer, de desnudar la mezquindad de los blancos y la agonía de los indios, Costner se aventura a reponer un halo perdido para el género, una cercanía con el espectador que hoy parece extraviada para siempre, una auténtica cartografía de todas las historias posibles. Las travesías de las caravanas de los pioneros, pero también las contradicciones de la caballería, las expediciones por venganza a tierra india, junto a la perfidia de los ganaderos poderosos, el derrotero solitario de los vaqueros, la migración constante de los pueblos indígenas. Un panorama definitivo sobre una historia contada demasiadas veces, una odisea única que contenga todas las voces.

A sus 69 años, Costner concretó ese proyecto que imaginó desde su juventud en Silverado, que le supuso hipotecar sus propiedades para juntar gran parte del presupuesto de la saga, que demandó acuerdos que se cayeron en el camino, guiones que se fueron perfeccionando en su trabajo conjunto con Baird, y que finalmente llegó a las salas en consonancia con su salida del éxito de Yellowstone, debido a que el rodaje de la serie entraba en conflicto con el calendario de Horizon. Esa fue la más arriesgada decisión de su carrera. O quizás no, quizás lo fue entonces la aventura de dirigir Danza con lobos, que resultó un éxito, o la deriva agónica de Mensajero del futuro, que terminó en un estrepitoso fracaso. Todas fueron apuestas a todo o nada. Sin embargo, Horizon resuena como el verdadero designio de su vida y su carrera, su último capricho por sacar al western del olvido, la quimera que supone hoy reavivar al género. Un territorio tan idealizado como el pueblo Horizon del valle de San Pedro para los pioneros y un paraíso invadido para las tribus que ven perder para siempre la tranquilidad de su hábitat, la armonía de su convivencia con la naturaleza.

"Cuando empezamos a escribir con Baird -revela Costner en una entrevista con Isaac Feldberg del sitio RogeEbert.com a fines de junio pasado-, íbamos a situar la historia en el pueblo Horizon, con todos sus personajes allí asentados. Pero entonces nos pusimos a pensar cómo habían llegado allí, cómo en los westerns aparecen esos pueblos hechos de madera sin que sepamos cómo comenzaron, cómo llegó la gente al lugar, qué sueños perseguían. El mito de estos "grandes espacios abiertos" es que, en realidad, ya estaban ocupados por personas. Había otros habitantes que estaban bastante bien allí, sin nosotros. Y este apetito de los colonos por trasladarse a lo largo del país causó caos y angustia. Mientras un grupo se divide en dos, se desgarra y se aniquila, otro grupo se expande y tiene éxito, pero en un entorno muy duro y hostil. Así que fue esa historia la que me atrajo para hacer la película". Esa atracción se condensa en la misma voracidad de la narrativa de Horizon, una crónica amplia que intenta seguir el germen de aquellos pueblos de frontera desde todas sus aristas, la instalación de los fuertes militares y las caravanas de colonos, pero también el desplazamiento forzado de los indígenas ante la presión de los blancos.

AL OTRO LADO DE LA FRONTERA

Hay dos secuencias que revelan el paralelo que propone Costner en su relato. La primera asoma al comienzo de la película y recorre una incursión de los apaches en el asentamiento de los colonos al borde del río San Pedro donde tres austeras lápidas anuncian la maldición que se avecina. Es una secuencia de más de 40 minutos que sostiene múltiples perspectivas de esa violencia: una madre y una hija que se entierran en un túnel compartiendo el mismo soplo de aire, un músico que se aferra al violín como último acto de resistencia, un revuelo de golpes y polvo suspendido en el aire, los que observan a lo lejos como testigos atónitos de la masacre. "Quería mostrar el germen de esa discordia, un alambrado, una tienda de campaña. La alianza entre tribus distantes en la geografía solo para sobrevivir, consumidas en un enfrentamiento hasta el mismo punto de ebullición", explica el director. En el final de la película, una escena concebida en espejo muestra a un grupo de blancos buscando venganza en tierra indígena. La espera, el silencio, los disparos aislados, la codicia por las cabelleras. "Una melena negra podía salir de un mexicano, de un hopi o de un navajo. Quería que la gente comprendiera que fue el comercio lo que nos permitió ser lo suficientemente insensibles como para aniquilar a estas razas".

 

El rodaje de esta primera película de tres horas de duración se concretó en 52 días. Costner ajustó sus múltiples hilos narrativos en un manojo de historias que comienzan a desarrollarse, pero que esperan las siguientes entregas para resplandecer. ¿O no será así? La impronta de saga ya está en su mismo nacimiento y quizás ese fue uno de los principales condicionantes para los espectadores: esperar para ver algo que todavía no cobró su forma definitiva. "Me llevó 106 días filmar Danza con lobos, 113 días Wyatt Earp, aunque no la dirigí. Pero ésta la terminé en apenas 52 días, y creo que fue porque confié más en mi historia que en esperar un buen encuadre, una buena luz. Solo necesitaba que mi historia se elevara por encima de todo. Al igual que no importa que Un tiro en la noche se haya filmado en un decorado, porque lo que se dice es lo más convincente". Costner cree firmemente en el valor de su historia, en la importancia de rendir homenaje a sus maestros como Ford, como Kasdan. A contar su propia epopeya. Es esa aventura la que vale, la que ilumina el Oeste bajo la mejor luz: la narrativa justa para una violencia injusta. La pugna definitiva por aquella tierra prometida.