En caso de ser mujer encomiéndate al cielo para no ser víctima de violencia de género. Reza también para que nadie te viole. Porque si en un momento te vieras en semejante infierno, sabrías que, la mayoría de las veces, las víctimas no llegan a denunciar. Temen ser juzgadas más duramente que sus agresores, y no me refiero al juicio penal sino al juicio social que padecen las víctimas de abusos sexuales. Ello nos devuelve al debate sobre el espacio ético de la curación, y el abuso perpetuado por la filosofía de la sospecha, la difamación y el silencio. Esa enfermiza cultura de la negación de la ultraderecha respecto a la violencia de género.

Merece detenerse en esas mujeres de extrema derecha que replican los peores rasgos de la masculinidad hegemónica, y que reproducen simbólicamente los mitos de la violación: iba provocando, lo estaba deseando, es una aprovechada. Centran el debate en el consentimiento como proyección del punto de vista masculino. Colocan el peso de la prueba legal en la víctima y no en el acusado. ¿Por qué centrarnos en el deseo o la voluntad de la víctima en lugar de poner el foco donde toca: en el comportamiento del victimario? ¿Alguien cree que sus prejuicios machistas quedarán mágicamente en suspenso por que una mujer haya dicho no?

Lo que realmente fortalecería la definición de “violación” o de “violencia sexual” no es incluir el consentimiento sino añadir el reconocimiento explícito de las desigualdades de género, de clase, raza o edad que las posibilitan. La lectura esencial del MeToo no es que el sexo deba ser consentido, sino que la sexualidad ocurre en un contexto de desigualdad estructural, afirmando lo que sí es objetivable, la posición de poder. Dos ejemplos. En la imputación de los rugbiers franceses por el delito de “abuso sexual con acceso carnal agravado”, por presunta violación de una mujer en Mendoza, ambos afirmaron que hubo consentimiento. La estrella olímpica Simone Biles sufrió varios abusos sexuales. En 2018 denunció que había sido víctima de Larry Nassar, exmédico del equipo olímpico. En su primera declaración el facultativo afirmó que hubo consentimiento por parte de la gimnasta. La presunción de inocencia es un derecho, pero tanto consentimiento asusta.

El estatus de hombre o mujer no nos lo otorgan nuestras partes nobles, sino cómo nos construimos socialmente. Los hombres también deben emanciparse de los imperativos de su propio género. Esa complementariedad de género que atrapa a hombres y mujeres y nos impide buscar nuestra propia autonomía. Alcanzar la igualdad hombre-mujer no consiste en caer en una masculinización que nos homogeniza, sino en todo lo contrario. La igualdad por la que muchas mujeres luchan tiene que ver con corregir precisamente la cosificación del otro, sea hombre o mujer, a favor de unas relaciones personales profundas y ricas, donde el semejante no sea considerado un mero objeto, fragmentado, funcional, un producto diseñado para nuestro uso, sino un sujeto con un mundo interior propio que compartir. La igualdad es respeto por la diferencia, es caminar hacia una convergencia de géneros que trascienda los mandatos y los roles, hasta subvertirlos.

(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979