La gata dice:
-Solamente estoy acá por una cuestión de tolerancia.
El perro no entiende, así que la gata define la palabra tolerancia. Se relaciona con una suerte de aceptación. Se relaciona con un permiso que es indirecto, un permiso por ausencia de prohibición. La gata usa la palabra tácito. La gata se da por vencida. Piensa que quizás igualmente haya captado la idea.
La gata sabe que al perro lo adoran y que a ella apenas la soportan. El entusiasmo es auténtico cuando saludan al perro, cada vez que cruzan la puerta principal. Ella se queda sentada al fondo, contemplando la escena, porque el perro se vuelve loco cuando los recibe a los saltos. La ven en el fondo y le dicen: "¡Hola, gatita!", pero sin demasiado afecto. El perro es más demostrativo que ella. No entendería la palabra demostrativo, aunque la encarna. (Tampoco entendería la palabra encarna).
***
Al rato, la gata le dice al perro, que está más abajo, parado en la cocina, observándola y olfateando el aire:
-Ahora ella se fue y estoy sentada acá arriba a centímetros de su sándwich de pollo. Es algo que me genera mucha tensión.
Extiende una de las patas y toca el sándwich, pero no se siente a gusto.
Al perro la gata le cae bien y le parece interesante. Aunque no conoce la palabra tensión, no le generaría tensión estar cerca del sándwich de pollo.
Después la gata dice que, en algunas situaciones, tiene problemas en las glándulas salivales y no puede reprimir el impulso de abrir y cerrar la boca.
***
Al rato, la gata se pone a masticar la escoba otra vez.
El perro no entiende por qué lo hace.
La gata dice:
-Ella me reta cuando mastico la escoba. La deja a la mano y yo la veo. Después, me ve masticándola y viene y la acomoda entre la heladera y la pared, en un lugar que no alcanzo a tocar, por más que lo intente. Lo intento cuando parece estar en un lugar que sí puedo alcanzar.
El perro la escucha mientras ella le explica todos esos detalles. Al menos, es un cambio en la rutina del día y no vuelve a dormirse en un charco de sol, como lleva haciendo a intervalos toda la mañana, mientras la luz viaja por la superficie del suelo.
Este texto pertenece al volumen Esa gente que no conocemos de Lydia Davis, que acaba de publicar Eterna Cadencia.