Han pasado 33 años desde que Joan Chen fue convertida en una manija. En 1991, tras pedirle a David Lynch que la eliminara de su surrealista serie Twin Peaks, la actriz se encontró con que su personaje, la propietaria de una fábrica Josie Packard, estaba condenada a una vida en madera: su alma atrapada en el pomo de una mesa de luz de madera de roble. "No creo que nadie más se haya convertido en un picaporte", se ríe Chen, no desde dentro de un picaporte, sino a través de Zoom.

Que la escena suene tan extraña incluso para Lynch, un director famoso por su extrañeza, es un testimonio de su singularidad. ¿Quién sino Chen, que ahora tiene 63 años, puede reivindicar el mismo extraño destino? Esa misma singularidad ha llegado a definir los casi 50 años de carrera de la actriz y directora. Empezó en Shanghai, cuando a los 14 años la esposa de Mao Zedong la sacó del campo de tiro de su escuela por su excelente puntería. Sólo cinco años más tarde, a los 19, ganó el equivalente chino al Oscar a la mejor actriz, antes de trasladarse a Estados Unidos.

Chen junto al elenco de Twin Peaks.

Por supuesto, la singularidad es a menudo un subproducto cuando se es el primero en hacer algo, algo que Chen hizo a menudo al ser una mujer china que entró en Hollywood en la década de 1980. Pero en Estados Unidos ha pasado casi inadvertida, asomando la cabeza de vez en cuando para dirigir un drama romántico respaldado por la MGM con Richard Gere y Winona Ryder (Otoño en Nueva York, 2000) o protagonizar ella misma una película ganadora de nueve Oscar (la epopeya histórica El último emperador, de Bernardo Bertolucci), mientras trabajaba sin descanso en China y sorteaba la escasa, y a menudo desagradable, selección de papeles que se le ofrecía como actriz asiática en Estados Unidos.

Ofertas como su última película, Dìdi, no abundaban. Incluso hoy en día, son escasas. En la misma línea que La vida de Kayla, de Bo Burnham, Dìdi es la historia semiautobiográfica de Sean Wang sobre un chico taiwanés que se hace mayor en los suburbios californianos. Chen interpreta a su madre. La película cala hondo en Chen, que crió a sus dos hijos más o menos en la misma época en que transcurre la película, en 2008. "Existe ese abismo cultural", dice. "Llevaba a mis hijos y a sus amigos al colegio, y lo que decían me sonaba casi extraño como madre china que tiene hijos estadounidenses".

Su interpretación es minimalista y conmovedora, hasta el punto de que está generando los primeros rumores sobre un Oscar. Fue refrescante, dice Chen, leer el guión de una madre asiática que no es el estereotipo de madre tigre, pero fuerte al fin y al cabo. "Hacer esto fue redentor para mí", dice Chen. "Yo era una madre nerviosa y temerosa, y tomaba muchas decisiones basándome en el miedo, mientras que la madre de Sean es más paciente. Así que poder volver a experimentar la maternidad indirectamente a través del papel fue muy emotivo." Una de sus hijas incluso vino a casa desde la universidad para hacer de asistente personal en el rodaje. "Fue curativo para mí y para mis hijas", dice.

Todo esto para decir que Dìdi es una película en la que Chen sabía que quería participar. No siempre ha estado tan segura de sus papeles anteriores. Hoy se siente consternada por haber renunciado a Twin Peaks, el espeluznante clásico de culto de Lynch. "Estaba tan decidida a hacer películas más que televisión", se burla. "Quería la seriedad de ser una gran actriz dramática".

Didi.

Fue aún más doloroso porque la película para la que se marchó -Turtle Beach, de 1992, un drama sobre refugiados vietnamitas- fue muy criticada. "Algunas de las decisiones que tomé fueron equivocadas", afirma con franqueza. ¿Comprendió Lynch su decisión de abandonar? "Bueno, no creo que a nadie le haga gracia que su actor quiera ser eliminado", dice Chen, pero ella ha hecho las paces con su pasado. "En este momento de mi vida, siento que caés en tu destino. Siempre hay decisiones que desearías haber tomado de otra manera. Así es la vida".

Chen transita por la conversación, y por la vida, con una cierta serenidad, un espíritu de c'est la vie palpable y envidiable. Cuando se le pregunta cómo se siente al envejecer en una industria notoriamente desagradable para las mujeres mayores, se muestra comprensiva con los agentes de casting obsesionados con la juventud. "No culpo a la gente por querer ver a gente joven y bella en la pantalla, porque eso es muy corto", dice. "Es tan precioso, como una flor que florece sólo una temporada, y por eso lo entiendo". (Chen es, por cierto y según todos los indicios, completamente impactante).

"Al mismo tiempo, a medida que maduro, sé que soy más interesante", dice. "Tengo más capas que cuando tenía veinte o treinta años, los jugos creativos siguen fluyendo y hay cosas que puedo dar en pantalla que merecen el tiempo de la gente". Chen está entonces, tomando prestada su metáfora, floreciendo para una segunda temporada, y con un poco de suerte varias más después.

Criada en Shanghai durante la Revolución Cultural de los años sesenta y setenta, Chen iba a ser desterrada de la ciudad como parte del movimiento de Mao "Al campo", una política que obligó a millones de jóvenes urbanos a trasladarse al campo para su "reeducación". Se salvó por los pelos al ser seleccionada para trabajar en el Estudio Cinematográfico de Shanghai. Le siguió la fama, acelerada por su premiado papel de adolescente abandonada en la epopeya romántica de guerra Little Flower.

"Era demasiado joven para estar agradecida", dice Chen sobre el premio, que ganó a los 19 años. "No había pasado por ninguna dificultad para llegar hasta allí". Pero las penurias estaban a la vuelta de la esquina; el superestrellato no le caía nada bien. "No había cambiado de la noche a la mañana, pero de alguna manera todo el mundo me veía de otra manera", dice. "Nunca confié en esa adoración, nunca me hice amiga de ella". Y así, se fue a Estados Unidos: un lugar donde podría volver a ser nadie.

De hecho, Chen no esperaba seguir actuando en Estados Unidos. Estudió cine en la Universidad Estatal de California mientras trabajaba en un restaurante chino "para llegar a fin de mes". Sólo cuando su compañera de clase, una actriz de doblaje unos años mayor que ella, le dijo que en Hollywood se pagaba mejor que en el sector de servicios, volvió a intentarlo. Hizo un viaje de dos horas en autobús hasta Bessie Lou, la agencia de actores que, según le dijeron, "representaba a todos los asiáticos".

Chen llegó sin cita, sin foto y con un currículum a medio hacer. "Ni siquiera sabía cómo hacer un currículum", dice. "¿Un retrato? ¿Qué foto? Cuando el agente le mostró ejemplos, ni uno solo se parecía a ella. "Todas las mujeres eran muy Anna May Wong", dice, refiriéndose al flequillo despuntado y las cejas arqueadas del icono del Hollywood de los años cuarenta. "El agente Guy Lee me miraba raro. No le parecía lo bastante china". Luego, se ríe, "cuando vio Mejor Actriz en mi currículum, pensó que estaba loca".

Los primeros papeles de Chen fueron previsiblemente horribles. "Mi segundo papel fue una prostituta muerta tirada en el suelo". El director le preguntó a Chen si le importaría desnudarse para el papel. Lo hizo. Su primera película en Hollywood fue Tai-Pan, un papel que consiguió porque el agente de casting la vio por la ventanilla de su Lincoln. Es curioso cómo suceden las cosas en este negocio. "Esta no es una profesión en la que el trabajo duro y los resultados se correspondan. No se correlacionan en absoluto".

Tai-Pan acabó siendo un paso en falso en sí mismo. "Me dieron Karate Kid al mismo tiempo, así que tuve que tomar una decisión y elegí Tai-Pan, ¡equivocadamente! Además de un fracaso, Tai-Pan fue criticada por difundir estereotipos sobre los asiáticos. El currículum de Chen, como el de cualquier mujer asiática de la época, está plagado de dragonas y concubinas sexies. Cuando se le pregunta qué opina ahora de esos papeles, Chen suspira con cierta resignación: "Son trabajos". Le ayudaron a mantener afiladas sus herramientas para cuando llegara el momento adecuado, fuera cuando fuera.

En 1995, tuvo otra oportunidad de alcanzar la fama en Hollywood, protagonizando junto a Anne Heche un papel de lesbianas fatales en el thriller erótico Wild Side. El director Donald Cammell se suicidó al enterarse de que no recibiría el montaje final. Las escenas de sexo explícito entre Heche y Chen también causaron revuelo, e incluso la cadena HBO decidió emitir una versión editada.

Me pregunto si la producción de la película unió más al equipo en el set. "¿Nos hemos acercado todos?" repite Chen después de mí, con las cejas fruncidas en señal de confusión. "No, creo que no. Anne ya no era feliz, y después de un tiempo estaba un poco preocupada". A Chen le pesaban sus propias preocupaciones. "De hecho, perdí un embarazo durante el rodaje", revela. "Entré embarazada y luego, durante el rodaje, lo perdí. Estaba muy envuelta en mi propia tragedia".

Sin embargo, disfrutó con el reto de interpretar su primera relación lésbica. "En ese sentido, Anne y yo estábamos muy unidas porque queríamos protegernos la una a la otra y queríamos hacernos quedar lo mejor posible", dice Chen. "Y así, en esos días, estábamos muy, muy unidas". Dada la ausencia de coordinadores de intimidad, un elemento básico en las filmaciones de hoy en día, ¿se sentían seguras? "Creo que Anne no se sentía muy segura con el director, pero hicimos todo lo posible para que la otra se sintiera segura". (Heche, que murió en 2022, escribió en sus memorias póstumas que Cammell la había acosado sexualmente en el rodaje, y que fue la oportunidad de trabajar con Chen y su coprotagonista Christopher Walken lo que la convenció de no abandonar la película).

El último emperador.

En la mente de Chen, un papel destaca sobre los demás: su papel de Wanrong, esposa y emperatriz consorte de Puyi, el último emperador de China, en la epopeya de Bertolucci. "Ese fue el proceso que me hizo amar el cine en sí", dice Chen. La película arrasó en los Oscar, llevándose a casa sus nueve nominaciones. No hubo ni una sola nominación para sus actores. "Eran otros tiempos", explica Chen. "Si se estrenara hoy, creo que sería diferente. Pero entonces... era la época: nadie concebía que los asiáticos recibieran un Oscar, al menos no los actores". Se tiene la sensación de que Chen no guarda rencor.

"Bernardo subió al escenario un par de veces para aceptar los Oscar, y se sabe, hay una lista tan larga de gente a la que dar las gracias, pero cuando subió, dijo: 'Quiero dar las gracias al pueblo chino, a mi emperador y a mi emperatriz: John Lone y Joan Chen' y eso fue todo", recuerda. "Sentí que eso era todo lo que necesitaba, que mi director conociera mi valía".

Bertolucci no está exento de polémica. En 2016, salió a la luz una vieja entrevista del fallecido director en la que afirmaba que él y el actor Marlon Brando habían conspirado para rodar la infame escena de la violación de su película de 1972 Ultimo tango en París, en la que el personaje de Brando utiliza una barra de manteca para violar a su amante, sin el pleno consentimiento de la estrella de 19 años Maria Schneider -que en 2007 dijo sentirse humillada y "un poco violada" por la introducción sorpresa de la manteca en la escena-. Chen se detiene un momento cuando se aborda el tema. ¿Cambió eso lo que sentía por Bertolucci? "No", responde finalmente. "No. En absoluto, porque lo conozco como ser humano".

Aquí recuerda un momento entrañable: la primera vez que vio a Bertolucci después de los Oscar. Había asistido al estreno en Londres de su película El juez, un fracaso de crítica coprotagonizado por Sylvester Stallone. "Para entonces yo ya había hecho otras películas... olvidables", dice, medio riendo. "Pero recuerdo que me dijo: 'Oh, los años te han tratado bien. Sigues siendo guapa". No mencionó a la película. Nos miramos y, aunque él había hecho buenas películas después de El último emperador, los dos sabíamos que ésa era su cima. Y él sabía que era mi mejor momento".

Sonríe, la imagen de la serenidad. "Era casi como si dijéramos: siempre nos quedará la Ciudad Prohibida".

* De The Independent de gran Bretaña. Especial para Página/12.