Mirar una película como un ritual o consuelo, como un gesto que lo ubica de espaldas al público. Hablar y comentar lo que se ve y vivir esa devoción hacia alguien como Andréi Tarkovski, ser prodigioso que en un documental se muestra persistente en su tarea de repetir y volver a armar lo que no llegó todavía a su estado de perfección.
Pero mirar películas a los veinte años y buscar en ellas una inspiración, una tarea para desandar el desasosiego, la ansiedad juvenil, la urgencia que, a veces, se expresa sin precisiones, es un aprendizaje que no se sitúa solamente en la necesidad de aprender una técnica sino de buscar respuestas o preguntas sobre la vida. Desde esta emocionalidad se estructura una obra como Cine Herida.
Sofía Palomino piensa la escena a partir de imágenes. Darle centralidad a la pantalla de cine que se ve como si un antiguo telón la dejara al descubierto y comenzar con el actor de espaldas para después enmarcar ese cuerpo con las proyecciones del celuloide como si mirar un film implicada dejarse poseer por ese cuerpo conformado por fotogramas, son algunas de las líneas que desarrolla como directora y dramaturga.
Cine Herida es una obra de juventud porque el protagonista se enfrenta a la incerteza de tener la vida por delante. Lo acompaña un niño con alas de ángel. Un personaje fantástico que podría versionar Las alas del deseo de Wim Wenders. El mundo del protagonista está plagado de ficciones y el texto que propone Palomino tiene algo de apuntes de un joven artista, alguien que desea concretar su arte pero todavía no logró hacerlo. Ese paso previo de Elías (a cargo de Max Suen que también colabora en la dramaturgia) construye una obra introspectiva que podría desarrollarse en su cabeza aunque interactúa con ese niño prodigioso que es Vicente Stubrin Contin, un actor de once años que se maneja con una seguridad desconcertante en el escenario.
Cine Herida es una obra poética, poblada de una soledad ligada a esa misma palabra, al lenguaje no comunicable que viene de las incertezas del joven artista. Ese estado primero donde alguien que atraviesa su formación se ve ante el tormento de producir una obra. El ángel podría ser el único interlocutor o las voces de los otros o de sí mismo que surgen convertidas en un personaje mágico.
El protagonista habla a partir de los textos que lee y mira el documental sobre Tarkovski preguntándose por la dimensión de sus propias capacidades, midiéndose con relación a ese genio, adorándolo pero también dejándose pregnar por esa luz que a veces le recorta la cara y la boca. Él podrá ser una criatura del director ruso escapada de su trama o ese pequeño ángel que habla como un adulto. No hay un lugar preciso en el territorio de Cine Herida, solo un suelo marcado con la palabra CORTE como si fuera un set de filmación dibujado donde ninguna película va a rodarse.
La herida del título es una apertura por donde algo se escapa, como si esa pantalla se rompiera y ya no existiera diferencia alguna entre las personas, la dimensión de lo inventado o de las propias palabras que son también una invención, y la realidad de esa noche en la que transcurre la obra como si todo sucediera en el marco de un insomnio insoportable. Por el momento la única luz que acepta Elías es la que surge de la pantalla del cine.
Cine Herida se presenta los sábados a las 17 en Espacio Callejón.