“Estar frente a la verdad de la escritura no debería ser diferente a nombrar cualquier otra verdad. La verdad de un gobierno represor y la del calentamiento global. La de un cuerpo que envejece y la de la autoridad en el trabajo” escribe Marie Gouiric en su último libro: La verdad de la escritura, un ensayo literario publicado por la Editorial Komuna.
“Los argumentos, en este texto, son sensibles. Son experiencias, son memorias. Es un ensayo sobre la poesía, la palabra y la escritura”, nos cuenta Gouiric. “Es un llamado a entender la escritura de una manera más profunda, como una fuerza vital. Una fuerza vital que se pone de frente a quien escribe. Y hablo de fuerza vital, no de forma; lo cual es mucho más poderoso. Estamos en un mundo donde todo lo que es poderoso para la propia existencia siempre termina siendo vaciado, acallado o distraído. Las formas van a pasar pero la fuerza vital siempre puede estar con unx. Hoy más que nunca es bueno recordarlo porque estamos en un tiempo en que necesitamos mucho de esa fuerza. Entonces el llamado de este libro es a conectar con esa verdad”, dice la autora.
Gouiric nació en Bahía Blanca y tiene un extenso recorrido en el ámbito literario. Publicó las novelas Ese tiempo que tuvimos por corazón (2023) y De dónde viene la costumbre (2019), ambas por Penguin Random House. Y los libros de poesía Este amor tan grande (Mansalva, 2021), Un método del mundo (Blatt&Ríos, 2016), Botafogo (Eloísa Cartonera, 2014) y Tramontina (Vox, 2012).
Este texto plantea un recorrido como un paisaje, el de una chica que va creciendo y en el camino de la vida y de la literatura se vincula con entender y rechazar. Formando una poesía de palabras cercanas y posibles. Una poeta, que también es maestra, y da clases para adultos, que admite no saber, en un principio, qué es exactamente un verso. La ignorancia o la falta de conocimientos se presenta en esta obra como una ventana a la que hay que abrazar y acompañar con ternura. Palabras sencillas son las apropiadas para hablar de una literatura que resulte posible.
Un poema, visto desde los ojos de Gouiric, se parece mucho a un proyecto de país que nos incluya a todxs. “Escribo contra la insensibilidad y contra los estereotipos. Contra quienes quieren hacernos creer que quien nace en ciertas condiciones está obligado a permanecer para siempre dentro de esas condiciones. Escribo contra la pobreza, contra la tristeza, contra el dolor, el de nuestras madres, contra el dolor de nuestros padres, el de nuestros hermanxs. Escribo contra eso. Contra lo que está dado, contra lo preconcebido. Como dice Audre Lorde: Quiero encontrar nuevas formas de sentir las ideas que ya están, nuevas formas de sentirlas”.
Es imposible, para quien la lee, alejar la prosa de Marie Gouiric a los contextos políticos y sociales que nos rodean. En un pasaje de este mismo ensayo Marie escribe: "Cuando no cuentes con tanto tiempo y si tuvieras muchos temas sobre los que quisieras escribir. Tal vez una forma de saber por cuál decidirse es caminar atenta por la calle, escuchar un poco las noticias y de qué se habla. Después, entrar a una librería, mirar un poco. Sentir: ¿Qué hace falta?". Ya la autora, en su libro Un método del mundo, nos dejó el poema Ley 26.585, en donde rezaba: Creeme / se puede levantar una / ciudad en ruinas.
Ella integra, desde hace varios años, el colectivo Serigrafistas Queer con el que trabajaban sobre consignas LGBTQ+ pero a partir del macrismo sus acciones se abrieron y tomaron perspectivas un tanto más amplias. Con el colectivo trabajan interviniendo en marchas, escuelas y distintos espacios del ámbito público. “Mi pregunta, ahora, es ¿Cómo pasar este tiempo? ¿Cómo pasarlo yo y cómo acompañar a las personas que hoy están más vulnerables?. Porque realmente siento que la crisis es absoluta y que las formas macropolíticas no nos están sirviendo, no nos representan, entonces tenemos que refugiarnos en las micropolíticas, que son estas cosas más pequeñitas que suceden en los barrios, en las pequeñas agrupaciones, entre lxs vecinxs. Hay que pasar esta ola que es muy fuerte y muy cruel. Hoy mi lugar, en este presente, es la docencia, es ahí donde yo puedo dar algo al otrx y al mismo tiempo recibir. La docencia para mí es ese encuentro ideal de intercambio”.
En el libro se retrata a un padre, el de la autora, quien le ruega a sus hijxs: No sean un burro como yo. Ella lo describe, volviendo del trabajo de una fábrica, siendo consciente de sus faltas de ortografía y pidiéndole a una de sus hijas que le enseñe. Gouiric observa: El lápiz se veía frágil entre sus dedos gruesos. Yo desde la cocina lo miraba aprender. En otra escena, ella le pregunta: ¿Qué es una virgen?, y él le responde, abandonando sus tareas: Una virgen es una flor en la montaña que todavía nadie vio. Ante ese episodio Marie lo recuerda como el primer poema que escuchó en su vida y el primer poeta que conoció. Y así la escritura se sumerge y florece de una tierra sincera, noble, generosa y familiar, al costado de donde se vive la vida “real”. Las palabras aparecen con humildad en quienes aprendieron a mirar y a medir un tiempo propio.
“Es cierto que las clases medias o medias altas son las únicas que suelen imaginarse escritoras, y eso sucede porque existe todo un mundo diciéndoles que el arte les pertenece, que la escritura les pertenece, que la literatura les pertenece. Sería un sueño que esto mismo pudiera ocurrir en otros sectores de la sociedad. En la villa, en los barrios obreros, en los barrios populares, sería un sueño que eso pueda vivir en el imaginario de todxs. En mi caso la escritura es política. Susan Sontag, dijo: todo arte es político pero no todo arte es crítico. Entonces yo asumo eso y uso la escritura para ser crítica, para decir cosas y generar bases intelectuales. Porque escribir nunca es algo inocente, nunca es algo llano. Quien crea eso, está haciendo otra cosa, no está escribiendo”.
La verdad de la escritura yuxtapone un vínculo que se tensiona entre la vergüenza y el resentimiento, afecciones que condicionan y molestan pero empujan, dan cauce. Se lidia con la pobreza, con los gobiernos que tocaron la historia de nuestro país y con la biografía que es inevitable. El libro es un ejercicio contra la mentira: entre página y página una voz se ilumina y nos habla, nos guía, nos induce a pensar y a creer que la radiografía de las emociones solo va a ser posible cuando unx acepte que todavía existe un camino por recorrer. Gouiric bordea la intimidad con una mirada sobre lo cotidiano que invoca a “los grandes temas”. Y parece querer decirnos: Es necesario ser un humano más para contar la historia de un humano. Es necesario saber y observar el placer de dormir la siesta y la sensación de amar a unx novix para dejar que otrxs puedan proyectarse ahí, verse reflejadxs. “Si unx aprende a leerse, tiene un poder. El trabajo es ese; y desde ahí hay que tomar la palabra, tomar la voz. Todxs tenemos una voz y claro que eso es un poder, solo que debemos aprender a leernos. Y no, no pienso que la escritura pueda cambiar las cosas, sería estúpido que dijera eso. Pienso que es una gran compañía y una gran sabia, también pienso que es una fuerza, una manera de encontrarse y de compartir. No sé si eso ‘cambia las cosas’ pero estoy segura de que algo hace”.
En este ensayo, todxs lxs que van apareciendo van marcando un sendero, el camino de la pluma que no puede eximirse de los contextos, la poesía no está hecha sólo de aire. La precarización, el hambre, la invisibilidad de ciertas existencias, la alegría, la belleza, el humor, son algunos de los temas que rondan a este libro. Las afecciones se nublan y derivan. Forman una pausa que permite oír y nos da la posibilidad de buscar nuevos lenguajes que batallen contra la desesperación. Algo, desde las hojas, pareciera susurrarnos: el poder se alimenta de nuestro silencio, cuando enmudecemos y no decimos, cuando callamos. Este libro nos trae a la memoria que es primordial buscar el cuerpo de la escritura, las palabras y su materialidad. Porque en ellas hay efectos concretos, ellas son un escudo.
Cerrar la prosa de Marie Gouiric es una oración clara, un rezo amable en donde “la verdad” es la de las ideas y las de las canciones. Donde juntxs, las personas, podemos cantarle con amor al mundo su tristeza rítmica, y ver con paciencia el color brillante del agua abierta que pasa por la boca de los ríos.