¡Con mis hijos, no!
La edición 2024 de los Juegos Olímpicos fue ansiosamente esperada por el público y tuvo desde el comienzo una cuota de controversia más grande de lo habitual. Su ambiciosa ceremonia de apertura no se quedó atrás realizándose por primera vez por fuera de un estadio, haciendo a las comitivas entrar en barcos por el Río Sena desde el Puente de Austerlitz, hasta llegar los Jardines de Trocadero donde simultáneamente se desarrollarían los demás actos de presentación.
La ceremonia destacó, además de por mostrar increíbles vistas de París, por su contenido queer, feminista y diverso al incluir protagonistas de diferentes disidencias, expresiones de género y etnias, un espectáculo flagrante de “marxismo cultural” diría la derecha.
La reacción conservadora no tardó en llegar: múltiples medios y organizaciones cristianas tildaron al espectáculo de “asqueroso y degradante” no sólo por su contenido abiertamente compuesto por miembros del colectivo LGBTIQ+ sino por el paralelismo que muchos pensaron intentaba hacer con “La última cena” de Leonardo Da Vinci.
La Iglesia católica de Francia expresó: “Desafortunadamente esta ceremonia contuvo escenas que se burlaban de la cristiandad lo cual nos apena profundamente”. Otros comentarios tildaban a la presentación de ser “abiertamente pagana y satánica” (?) y remarcaban la supuesta sustitución de Jesús por una “mujer obesa”, como un hito particularmente ofensivo.
Otro de quienes se pronunciaron en contra fue el millonario Elon Musk, dueño de Tesla y X, quien comentó que el progresismo “ha llegado demasiado lejos: la aceptación está bien pero que te la impongan incesantemente dondequiera que vayas no lo está”. Donald Trump se sumó a las críticas llamando a la ceremonia “una desgracia”.
De acuerdo a la mente maestra detrás del show, el director teatral Thomas Jolly, su inspiración fue “crear una gran fiesta pagana”, manteniéndose leal a las raíces griegas de los Juegos Olímpicos originales. Lejos de la interpretación que muchos conservadores le dieron en redes, la ceremonia no intentaba burlarse del cristianismo ya que no hacía referencia a esta religión en absoluto. La cuenta oficial de los Juegos publicó en la red X que la interpretación hacía referencia al dios griego Dionisio e intentaba resaltar “el absurdo de la violencia entre los seres humanos”.
Transfobia en el centro del ring
Sin embargo, la controversia respecto al género no terminó acá. Ayer la boxeadora Imane Khelif de Argelia se enfrentó con la italiana Angela Carini, que se retiró del ring tras haber inaugurado la pelea, 46 segundos antes, cuando su contrincante le asestó un golpe significativo. La tana se eyectó entre lágrimas, negándose a estrechar la mano de la africana luego de que esta haya sido declarada vencedora."Las atletas que tienen características genéticas masculinas no deberían ser admitidas en competiciones femeninas”, había declarado a la prensa previamente Carini.
Como si esta polémica hubiese sido elucubrada por el eje del mal de la neoderecha facista europea y sus obsesiones en torno al binomio mujer hembra-hombre macho, la historia de Carini se viralizó en las redes sociales esparciendo una fake-new. Khelif, supuestamente, es una atleta trans y por eso, su participación en la competencia es injusta. Para sorpresa de nadie, la derecha "anti-woke", como Elon Musk y nuestro vernáculo Milei, se hicieron eco de esto para descargar su ira transfóbica contra la "agenda progre", exigiendo pruebas del perfil hormonal de Khelif.
¿Hijabs en los juegos olímpicos? ¡Sacré Bleu!
París 2024 se propone ser los primeros Juegos Olímpicos con total paridad de género en la historia. A pesar de la igualdad de las cifras de participación de los 10.500 atletas que compiten este año, sigue habiendo mucho por avanzar en este tema. En los últimos años, se dieron diversos debates en torno al rol de las mujeres en el deporte: desde la discusión sobre la inclusión de deportistas trans y el vestuario cosificante en deportes como voleibol de playa, hasta la prohibición del uso del velo.
La censura del hijab fue por primera vez anunciada en septiembre de 2023, decisión fuertemente criticada por organizaciones de defensa de los derechos humanos como Amnistía Internacional. Francia es, de los 38 países europeos participantes, el único que establece este veto sobre el uso de tocados religiosos, ya sea a través de legislación nacional o normativa deportiva específica.
La negativa del Comité Olímpico Francés de permitir a las mujeres competir es solo otra de muchas acciones en una campaña anti islámica que el Estado francés lleva a cabo desde hace más de 20 años. La supuesta búsqueda de la igualdad de estos juegos parece entonces ser un privilegio, como siempre, de las mujeres blancas.
Anna Błuś, investigadora para Amnistía Internacional, considera que no permitir el uso del hijab exige a las mujeres la asimilación a cambio de una posibilidad de avance social. “Ninguna mujer debe ser obligada a tomar decisiones sobre su ropa o enfrentarse a una elección imposible entre su profesión y su fe, identidad y autonomía. Si no se eliminan las prohibiciones (...) el número de atletas musulmanas —que ya se enfrentan a barreras sistémicas para practicar deporte en Francia— que llegarán a los Juegos Olímpicos y Paralímpicos será aún más reducido.”
Unas olimpiadas ¿anti-imperialistas?
Uno de los momentos más politizados de la celebración fue sin duda el instante en el cual se develó que la organización de los Juegos Olímpicos habría elegido un regalo muy especial para hacerle a París para “achicar” un poco la brecha de género. No la salarial, sino la existente entre las 260 estatuas de hombres que decoran la ciudad, dejando en un segundo plas las correspondientes de 60 de mujeres que decoran en el presente la capital. Para ayudar a solucionar esta injusticia, la organización mandó a hacer diez esculturas nuevas representando a importantes mujeres francesas.
Algunas de ellas no requieren presentación: está, por supuesto, Simone de Beauvoir y la militante de los derechos de la mujer Olympe de Gouges, guillotinada en la revolución francesa. Pero algunas de estas figuras son menos conocidas y más controversiales: Gisele Halimi fue una abogada, escritora y activista nacida en Túnez, creadora del Movimiento para la liberación de las mujeres y que junto con otra de las elegidas, la política Simone Veil, fue una de las principales promotoras de la legalización del aborto en Francia: la Ley Veil promulgada en 1975.
La inclusión de mujeres racializadas en la presentación no terminó ahí: destacó la aparición estelar de la cantante pop Aya Nakamura, la artista francesa con más reproducciones en el mundo, seguida por una conmovedora versión de la Marsellesa entonada por la cantante de jazz Axelle Saint-Cirel, de padres guadalupenses.
Ambas elegidas para representar a los galos ante los ojos del mundo no estuvieron exentas de críticas. Nakamura es una ciudadana francesa, nacida en Mali, criada en los famosos “banlieues”, suburbios franceses caracterizados por su composición casi exclusivamente inmigrante. El grupo de extrema derecha “Les Natifs” (los nativos) declaró en X “No puede ser Aya. Esto es París, no un mercado en Bamako (ciudad de su nativo Mali)”.
Según la política derechista Marion Maréchal (sobrina de la líder ultraderechista Marine Le Pen), Nakamura no debería representar a Francia dado que “no canta en francés”. El lamento de la atrofiada derecha no parece sino reflejar la añoranza por una república blanca y étnicamente homogénea que ―lamentamos avisarles― está extinta.
Nakamura, negra, musulmana, inmigrante, encapsula todo lo que la ultraderecha francesa odia y teme: la Francia real, muy distinta de la idealizada por Emily en París, en cuyo seno se refleja la absoluta heterogeneidad de sus gentes, tan solo el efecto natural de siglos de imperialismo francés.
El protagonismo de estas mujeres negras, hijas de inmigrantes y la diversidad generalizada de los bailarines y demás personajes de la ceremonia de apertura son, sin duda, un fuerte símbolo tras los resultados de las últimas elecciones en las que el Frente Nacional, liderado por Marine Le Pen, obtuvo el 26 por ciento de las bancas del Parlamento. En un contexto político tan polarizado como el presente, la ceremonia de inauguración pareció gritar a los cuatro vientos que la Francia actual es orgullosamente queer, migrante y negra.
Pero no todo es tan progre en los Juegos Olímpicos: el saneamiento estético y étnico de París
Pero para quienes consideran que este mensaje es excesivamente “progre” (mala palabra en estos días en Argentina), un signo de tiempos que cambian, es preciso mirar no sólo las palabras del gobierno de Macron sino sus políticas públicas. Un foco de polémica previa a los Juegos fue el desplazamiento de miles de migrantes, personas en situación de calle y trabajadorxs sexuales que habitaban las calles de París para asegurar la “seguridad” y confort de los turistas.
Además de este “saneamiento” de la ciudad de acuerdo a “determinados códigos de estética visual y de estética moral", se saneó a su vez el Río Sena, en el cual está prohibido nadar desde 1923 por los altos niveles de contaminación. El gobierno francés gastó 1.400 millones de euros para limpiar el agua, que por los desechos y la polución de las embarcaciones que lo navegan presentaba un peligro para los nadadores. El presidente Emmanuel Macron de hecho incumplió su promesa de nadar para probar la aptitud del agua para recibir los eventos acuáticos de aguas abiertas.
Este saneamiento tanto higiénico como étnico de la ciudad llevó al desplazamiento de más de 12.000 personas ―incluyendo 3 mil menores― desalojadas desde el comienzo de los preparativos olímpicos en 2023, quienes terminaron en las calles de varios distritos parisinos o fueron enviadas a otras provincias de Francia. Una de las comunidades obligadas a salir de la ciudad fue un campamento romaní en La Courneuve, Seine-Saint-Denis compuesto por más de 200 personas, desalojado tras una orden de las autoridades parisinas.
Mientras que esta performance propone un futuro de igualdad e inclusión, basa sus cimientos materiales en el desplazamiento de refugiados y grupos marginalizados a las afueras de París. A la vez que propone la hermandad e igualdad entre naciones, prohíbe la participación de atletas rusos por la invasión a Ucrania, mas permite la de Israel.
Parece que el futuro será acostumbrarnos a ser testigos de shows cada vez más grotescos: el mundo es espectador a través de cientos de pantallas del desarrollo de los deportes olímpicos mientras que podemos al mismo tiempo sintonizar de forma exclusiva un genocidio transmitido en tiempo real por sus propias víctimas.
La capacidad de la République de hacer autocrítica de su pasado imperial y reconocer a aquellas mujeres que lucharon contra este es admirable, solo basta que esta pureza ideológica pueda trasladarse para accionar sobre las injusticias del presente. No perderemos la esperanza: tal vez en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos de 2032 podamos ver un entretenido espectáculo en el cual se muestre en forma colorida y lúdica el mea culpa por su complicidad con los genocidios actuales.