El género es esa característica ineludible que continúa, aún hoy, dividiendo las opiniones alrededor de quién puede hacer deporte y cómo. De manera amateur, sí. De forma profesional, no. Los Juegos Olímpicos traen cada cuatro años la misma discusión desde hace ya mucho tiempo. Desde las militancias transfeministas se alzó la voz cuando ocurrió lo de Caster Semenya, una atleta cisgénero sudafricana con elevadas cantidades de testosterona, “elevadas” para lo que es considerado normal que supone una “ventaja injusta”. En vistas a lograr esa normalidad y pese a los campeonatos que logró en numerosas ocasiones, en 2019 la Asociación Internacional de Federaciones de Atletismo le prohibió competir a menos que sus niveles fueran los que se supone que son promedio para una mujer cis (mujer cisheterosexual, blanca, europea). Es decir, debía realizar modificaciones en su cuerpo si desea continuar con su carrera.

En el contexto de las  Juegos Olímpicos París 2024 que se están desarrollando en este preciso momento y en línea con la misma vetusta discusión, hace pocas horas el presidente argentino Javier Milei expresó a través de su cuenta de X que una boxeadora había competido con un boxeador y que este último, por ser hombre, le había ganado y que “si seguía la mataba”. Por lo tanto, las discusiones sobre el binarismo de género eran de “boluprogres” ya que “aparece la realidad que los expone frente a su imbecilidad…”.

Como si la bala le hubiera rebotado, el “boxeador” en cuestión resultó ser la argelina Imane Khelif, una mujer cisgénero que, al igual que Caster Semenya, tiene “elevadas cantidades” de testosterona. Sin embargo, en contra de la opinión del mandatario, su participación en la competencia fue permitida según expresó el mismo Comité Olímpico Internacional (aunque en 2023 fue descalificada en el Mundial).

"¿Podría alguna imagen resumir mejor el nuevo movimiento de derechos para hombres? La sonrisa afectada de un varón que sabe que está protegido por un establishment deportivo misógino disfrutando la angustia de una mujer a la que acaba de golpear en la cabeza, y cuya ambición en la vida él acaba de destruir", opina por su parte J. K. Rowling en su cuenta.

Este comentario transodiante y con tono misgendereante (no respetar el género de las personas) no es el primero de la famosa autora de la saga Harry Potter. A esto se suma la ignorancia premeditada y con malicia: por un lado, la boxeadora no es un varón ni cis ni transgénero pero, incluso si Imane Khelif se autopercibiera como hombre, ambas personas están realizando un deporte para el cual entrenaron, seguramente, con personas de todos los géneros, pesos y características, lo cual es crucial para prepararse para un deporte de combate a niveles competitivos y aceptaron previamente las normas de la Organización, en este caso el Comité Olímpico.

Por su parte, el caso que recorre todos estos años de censura a personas trans es el de la nadadora Lía Thomas. De origen estadounidense, en 2022 ganó el campeonato nacional NCAA Division I siendo la primera persona abiertamente trans en alcanzar este logro. Luego se le prohibió participar en la categoría de mujeres.

El camino de las personas LGTB+ en el deporte es largo pero silencioso. Lxs atletas se ven muchas veces forzadxs a mantenerse en el clóset por cuestiones de censura que ponen en riesgo no solo el desarrollo deportivo sino también la construcción identitaria, violando así los derechos humanos más básicos. Mientras que a nivel global las Asociaciones deportivas y la sociedad en general discuten sobre quién y cómo participa de los deportes, en Argentina nos encontramos con que el Ministerio de Turismo y Deportes de la Nación fue degradado a Subsecretaría según se implementa en el decreto Decreto 8/2023. No solamente hay un vaciamiento explícito en lo concerniente a políticas respecto a la actividad deportiva sino que también el Presidente opina en tono violento sobre una disciplina deportiva (el boxeo en este caso) en el que no participan ni personas trans ni argentinas, y cuyo régimen se basa en recortar fondos que promueven el desarrollo de competencias (tanto deportivas como artísticas y científicas) internacionales, como ocurrió en el caso de los seis estudiantes que clasificaron a las Olimpiadas de Matemáticas en el Reino Unido durante el mes de junio y el Gobierno se negó durante un largo periodo a cubrir los pasajes.

En conclusión, en orden de garantizar la participación en las competencias, las personas trans e intersex tienen que encajar dentro de los cánones de lo que la ciencia moderna clasifica como normal para seguir tensionando dos categorías de género como lo son hombre y mujer que poco tienen de natural, porque cada cuerpo es distinto.

Además, hay que aclarar que lo que influye en el rendimiento deportivo no es solamente la cantidad de testosterona en el cuerpo, sino también la edad, el ambiente la hora del día, el ánimo, el entrenamiento, los nervios, el acceso a dicho entrenamiento y, aunque los Gobiernos lo dejen siempre para el final, las políticas públicas que aseguren el acceso al deporte y a las actividades recreativas como derecho humano, cómo lo es la Ley del Deporte en nuestro país (Nº 27.202, sancionada en 2015).

El verse obligadas a elegir entre competir (que muchas veces es trabajar) o identificarse fuera del mencionado binario es una forma de degradación humillante, injusta y violenta que nada tiene que ver con el deporte sino que responde a una sociedad patriarcal y cisexista. Mientras que la técnica, la táctica, la preparación, el sacrificio, las alegrías y los derroteros del deporte en sí a pocos pareciera serles digno de mención ni qué decir de admiración.