José Hernández va a escribir el Martin Fierro en un contexto en el que el gaucho deja de ser un problema para las clases dominantes y el régimen político, en la medida en que ya se había sometido, y se había consolidado el Estado-Nación, tras décadas de cruentas guerras civiles. En este sentido, el gaucho que va a pintar José Hernández, es un gaucho disciplinado en el sistema productivo, convertido en peón de estancia, y por momentos sedentario.

José Hernández construye a través de la figura de Martin Fierro, el prototipo del gaucho y su visión del mundo.

Sus condiciones de vida, sobrevivir en el desierto, sin guarida, y siempre en guerra -contra los indios, contra la autoridad- lo tornan valiente como nadie. Contra sus enemigos decía lo siguiente: “No me hago a la huella, ni aunque vengan degollando, con los blandos yo soy blando, y soy duro con los duros, y ninguno en un apuro, me ha visto andar titubeando”. Y contra las inclemencias de la naturaleza esto otro: “Para mí la tierra es chica, y pudiera ser mayor, ni la víbora me pica, ni me quema mi frente el sol”.

Se daba cuenta que la inmensidad de la campaña lo hacía un hombre libre: “mi gloria es vivir tan libre como el pájaro del cielo, y nadie me ha de seguir cuando yo levanto vuelo”. Era a su vez la inmensidad un territorio para que el gaucho siguiera su deseo, por momentos nómade: “para mí el campo son flores, donde que libre me veo, donde me lleva mi deseo, y allí mis pasos dirijo, a donde quiera rumbeo”.

Martín Fierro era consciente de su “situación social”, sabía que era la autoridad la que lo había convertido en matrero: “nunca peleo ni mato, sino por necesidad, a tanta adversidad, solo me arrojó el maltrato”. En este sentido, relata cómo comenzaron sus males: “Tuve en mi pago un tiempo, hijos hacienda y mujer, pero empecé a padecer, me echaron a la frontera, y ¿qué iba a hallar al volver?, tan solo hallé mi tapera”. Es decir, había sido la arbitrariedad del poder político la que lo había detenido y mandado a la frontera. El Juez de Paz, que le había puesto el ojo por no haber ido a votar.

El gaucho sufre, por su soledad, porque le arrancaron su familia, porque no tiene tapera ni refugio mientras escapa de la ley. Y el Martín Fierro nos muestra, todo el tiempo, que esas condiciones lo fortalecen, y así adquiere un valor que los pueblos civilizados tan vez hayan perdido (algo parecido a lo que postulaba Nietzsche, con respecto al sufrimiento y a las guerras, como causa del engrandecimientos de los pueblos). Todo ese sufrimiento, el gaucho lo va a expresar a través del arte (la guitarra, su poesía). Era a su vez la pulpería, el lugar de encuentro, de socialización, de los gauchos solitarios, y allí tomaban la guitarra y cantaban. Todo esto podrían llevarnos a pensar que en esos espacios la payada, en la medida en que expresaba la marginación y la violencia de las autoridades contra el gaucho, se transformaban en un espacio de resistencia.

La soledad del gaucho tiene varias aristas. Queda solo cuando lo arrancan de su rancho. Lo obligan a estar acompañado -de la peor manera, en la frontera- por lo cual cuando huye lo hace prefiriendo la soledad del desertor. Cuando vuelve a su tapera, no encuentra ni a su mujer ni a sus hijos, que quedaron solos después de su partida, y solos debieron salir a ganarse la vida, mientras que su mujer busca la compañía de otro hombre porque sola no podía sobrevivir.

Respecto a la relación del gaucho con el indio, aparecen ideas diferentes. El indio era su enemigo, era salvaje e “infiel”. Pero cuando, como desertor, está huyendo de la ley, aparecen las tolderías como posibilidad de refugio, en la medida que “los caciques amparan a los cristianos, y los tratan de hermanos cuando se van por su gusto”.

Tal vez podemos decir que la conciencia social del gaucho, identifica por momentos el trabajo como elemento de opresión, con lo cual irse a las tolderías era una especie de liberación, que los indios practicaban: “allí no hay que trabajar, vive uno como un señor, lo pasa echado panza arriba, mirando dar vuelta el sol”.

Pero el indio era salvaje hasta en su crueldad: “Allá no hay misericordia, ni esperanza que tener, el indio es de parecer, que siempre matar se debe, pues la sangre que no bebe, le gusta verla correr”.

Esa crueldad probablemente respondía a las mismas causas que Sarmiento adjudicaba a la crueldad del gaucho, solo que aquí es mayor, porque mayor es el salvajismo: “tiene la vista del águila, del león la temeridad, en el desierto no habrá, animal que él no lo entienda, ni fiera de que no aprenda, un instinto de crueldad”. Es a su vez “bárbaro, y sólo sabe emborracharse y pelear”. Por momentos parece que las condiciones del indio no pueden cambiar: es vago, infiel, “ha nacido indio ladrón, y como indio ladrón muere”.

Destaca a su vez Martín Fierro que “hasta los nombres que tienen son de animales y fieras” y que “viven lo mismo que el cerdo, en esos toldos inmundos (…) no sabe aquél indio bruto, que la tierra no da frutos, si no la riega el sudor”.

Pero a su vez Martin Fierro destaca algunas cualidades: los indios, después de los saqueos, “se reparten el motín, con igualdad, sin malicia, no muestra el indio codicia, ninguna falta comete…”.

El Martín Fierro es una obra en la que todo el tiempo aparece la domesticación, y tal vez la colonización. El gaucho trata al indio de manera similar a la que las autoridades políticas y militares lo tratan a él. El gaucho para las autoridades era un salvaje, que había que atar a un territorio, y hacerlo producir. Hay que cargar sobre sus espaldas el peso de la constitución del Estado Nación, en la guerra contra el indio. Sólo en algunos momentos los gauchos y los indios se vieron en la misma situación, lo cual podría haber permitido una solidaridad y una resistencia a las autoridades y clases dominantes. Pero eso no ocurrió. Se vieron como enemigos. Lo cual contribuyó a la eficacia despiadada de la aplanadora civilizatoria.

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