A las 5.47 de la tarde, el hall de Plaza Constitución no está tan abarrotado como de costumbre para ser hora pico. Los trenes salen cargados, sí, pero no desbordados. La gente, sin embargo, entra a la estación apurada y camina rápido con la mirada fija en andén. “Hoy el tema es llegar hasta acá”, advierte Carlos, desplomado sobre la ventanita de su revistero, que da derecho al andén once, y así se llama el puesto. Su cara parece una más de las tapas que lo rodean.

Afuera la sensación es más de incertidumbre que de bronca. Frenan los colectivos y apenas se abren las puertas derraman una cantidad de personas que no se explica. Las filas son tan largas que forman rulos y se mezclan entre sí. A los gritos, los policías de tránsito intentan ordenarlas, sobre todo para que no se extiendan por la calle, en donde los autos anudan su propio embrollo. Los que vuelven ya alcanzaron la meta de Constitución; para los que van la odisea empieza al sumarse al fondo de una fila. Ramón, de 61 años, entró al dentista a las 16. Cuando salió, una hora y media más tarde, se encontró con las hileras interminables. Tiene que entrar al trabajo a las 18. “Cada vez que se muere alguien nosotros tenemos que pagar el pasto”, opina.

“Hay treinta, cuarenta minutos de demora”, avisa un empleado de la línea 59 con un grito a toda la hilera de personas. Menos de un minuto después aparecen pegados dos colectivos de la línea. Cuando el primero se detiene el mismo hombre anuncia: “Brasil, el Bajo, Córdoba y metrobús”. Mucha gente no termina de entender el mensaje pero se sube igual. Arriba del colectivo, en el medio del desconcierto, una pareja conversa: “¿Por qué no andan los subtes?”, “Porque se murió un pibe que trabajaba en la línea H, 21 años, jugaba en la selección de futsal”, “Cierto, escuché. Qué cagada”. 

El 59 no tarda en trabarse por la marea de autos que vienen por la calle Lima hacia la autopista. No llegó a avanzar ni 30 metros. Queda atravesado en el medio de la calle y arrancan las bocinas. Cuando hay un mínimo hueco avanza con la impunidad que implica tener el vehículo mas grande. El transito se destraba. Llega a Carlos Calvo y desde abajo otro empleado de la línea repite: “Belgrano, el Bajo, Córdoba y metrobús”. Ahora queda más claro. La avenida 9 de Julio está cortada en Avenida de Mayo por la séptima Marcha Nacional por el Cannabis. La movilización tuvo inicio en el Cabildo y se dirige al Congreso. El 59 se tiene que desviar.

A contramano, por avenida Belgrano, la gente opta por caminar hasta Constitución. Parece una procesión de oficinistas. El sol implacable de frente es el mal menor. Por el momento, el 59 avanza sin dificultades. Matías viaja al trabajo en el colectivo, siempre lo toma hasta Palermo. “Recién me entero del corte”, admite. Entra al trabajo a las 18. Son 18.35.

En avenida Paseo Colón, el tránsito se vuelve a estancar. El chofer decide seguir hasta la avenida Ingeniero Huergo. “No fue la mejor decisión”, citica una señora con anteojos de sol que viaja junto al hombre, que la mira sin enojo. “Mire dónde nos metió”, insiste la señora. Suenan timbrazos y algunas personas se bajan. Seguramente darán unos pasos y se darán cuenta de que no hicieron más que retrasarse. Sobre todo porque las filas de los colectivos son larguísimas, al punto que no se llegan a ver las paradas. En la calle Perón la hilera da la vuelta a la esquina y se estira varios metros por avenida Madero. 

Sobre avenida Corrientes la situación no cambia. Los bocinazos se amontonan sin sentido, los colectivos pasan de largo colmados ante las filas de media cuadra, no se ven taxis vacíos. “Por qué carajo cuando saben que hay tanta gente, tanto quilombo en la calle, no ponen más policías de tránsito”, reflexiona Ricardo, marcando cada palabra. Tiene 56 años, trabaja en un estudio contable y no sabe cómo va a hacer para llegar hasta Constitución. “Los autos quedan mal parados porque no ordenan el tránsito”, continúa. Está enojado porque no puede ser de otra manera, pero decide encausar su bronca hacia la desorganización en lugar de insultar, como muchos, a los manifestantes. “Apoyo el corte del subte –agrega–, una desgracia realmente. Pero no sé si era para tantas horas”.

En el metrobús de avenida 9 de Julio todas las filas son como una sola. Nadie se suma a alguna sin antes preguntar para qué colectivo es, incluso para qué lado, porque las vueltas que dan son engañosas. Yamila y Carlos esperan al 17 para ir hasta Avellaneda. Están hace una hora y parecen tener otra más demorados como mínimo. No lucen alterados. “Lo del subte no me parece mal”, reconoce Yamila, y sostiene que para ella “no es una medida gremial”. “Fue un accidente, pobre chico”, completa Carlos. “Está bien la reacción de los compañeros. Los cortes que hubo hoy también son lógicos por la situación que vive el país. Yo apoyo las dos cosas”. Llega un 17 de vacío y la fila avanza un poco. 

El cruce entre avenida 9 de Julio y Corrientes aglutina gritos y bocinazos. Un grupo de manifestantes intermitentes ocupa la calle cuando el semáforo está en rojo. “Basta de muertes obreras”; “La culpa es de Metrovías”; “Matías Kruger presente”, dicen algunos de los carteles que sostienen. “Somos del centro de estudiantes de Filosofía y Letras”, se presenta Natalia, militante del PTS. “La idea es llamar a todos los autos a que toquen bocina y estamos repartiendo unos comunicados. No decidimos cortar porque no queremos ganar más puteadas”, explica.

Informe: Juan Funes.