En el libro En Pampa y la Vía, Osvaldo Baigorria nos introduce en un mundo de vagabundos y nómadas, en la Argentina de principios del siglo XX, personajes que se desplazan por las rutas del país en busca de un modo de vida alternativo al establecido por la sociedad sedentaria. A propósito de una escena íntima que refiere a su propio padre, último de una estirpe de sujetos errantes, Baigorria desentraña las historias de esta subcultura urbana que ha quedado al margen de la historia oficial y explora en detalle las particularidades de este fenómeno social.
El libro se detiene en la cotidianeidad de los trashumantes argentinos que rechazaban las estructuras del hogar y el trabajo convencional para dar curso al ideal de vivir de manera libre y errante.
Con su característica prosa evocativa y matizada, Baigorria traza un puente entre pasado y presente y se detiene en la figura del croto como blanco de indagación. Pues en esa misma figura es donde Baigorria va a leer un símbolo de resistencia frente a órdenes normativos, y contratos morales históricamente pautados. El relato de su propio viaje evidencia la herencia de una forma de vida que desafía las convenciones sociales.
Este libro no es la reconstrucción simple, personal y auto referencial de la historia de un padre, sino que la reflexión abarca problemas históricos y sociales que definen un marco posible para estudiar los modos del vagabundeo en la Argentina de antaño.
La nueva edición de En Pampa y la vía que publica hoy Blatt & Ríos constituye una rescritura actualizada y una ampliación que conjuga dos títulos previos del mismo autor: Anarquismo trashumante: crónicas de crotos y linyeras (Terramar, 2006) y la versión de los años 90 que integró la colección sobre minorías, dirigida por María Moreno para Perfil Libros.
Osvaldo Baigorria rememora la atracción que le producía la imagen de la trashumancia linyera con la bolsa al hombro como emblema de una crítica implícita al trabajo formal. Un tema que iba pensando desde principios de los años 70 al mismo tiempo que integraba grupos de estudio en los que leían a Marcuse, Adorno y Wilhelm Reich y donde encontraban inspiración para fantasear “con que los avances de la ciencia y la técnica permitirían no solo reducir las horas de trabajo sino abolir el trabajo en su totalidad, de inmediato y sin atenuantes”. Aunque reconoce que podría resultar “una idea delirante para esos años”, la fuerza que impactó en su propia biografía lo llevó a abandonar el empleo asalariado para lanzarse voluntariamente hacia la precarización. Su procedencia de clase obrera y sus primeras experiencias laborales como obrero y cadete desde los quince años le dieron una base para inclinarse por la única opción que vio por delante: aprender a hacer artesanías y bisuterías para vender en plazas y ferias. Esa condición le permitió salir de viaje, primero por el país y luego por el resto del continente, con su primera pareja y no con la bolsa al hombro sino con la mochila a la espalda.
“El filósofo y activista italiano Bifo Berardi hoy observa que la deserción es un comportamiento social espontáneo ante un sistema al borde del colapso y que no ofrece salidas”, explica Baigorria, pero la deserción del trabajo formal, del consumo, del hogar y del terruño fue algo que los sedujo ya desde la década del 70. Y así, los crotos de principios del XX se fundaron en su imaginario como un modelo posible dentro de una tradición de deserción donde fueron situándose ellos mismos con el correr de los años.
¿Cómo impactaron tus experiencias personales, especialmente la relación con tu padre, en la escritura de este libro?
-Toda mi experiencia personal de nomadismo por América del Sur y del Norte al principio, y en parte de Europa después, influyó lógicamente en mi predilección por el tema. Más tarde vino el descubrimiento de que mi padre también había sido un vagabundo durante su juventud. Cuando lo descubrí, cambió la percepción que tenía sobre mi viejo. Me había acostumbrado a verlo como un hombre que no se había arriesgado lo suficiente, que no había intentado otras formas de vida. Dado que con mi madre discutían mucho, en mi percepción infantil y adolescente me parecía que, aun cuando no se llevaba bien con ella, él se quedaba en el hogar quizá por cierta cobardía o resignación a una idea abstracta de familia. Después de conocerlo mejor, de saber que había vivido como un croto, viajado en los techos de los trenes y dormido a la intemperie muchas veces, se modificó por completo la imagen que tenía de él y pude ver que tal vez se quedó con mi madre toda la vida simplemente porque la amaba.
¿Qué elementos caracterizan la subcultura de los crotos que mencionás?
-Lo más característico de esa subcultura era su discurso extremo sobre la libertad, una libertad en la que nada ni nadie estaba autorizado a mandar, someter, ordenar o dirigir a nadie, ni Dios ni el Estado ni el Capital. Adherían a un anarquismo individualista que también implicaba colaborar en grupos de afinidad transitorios, como miembros de una manada que se unen para colaborar en una aventura que durará lo que dura una cosecha, una cacería, una changa temporaria. Era como un libertarismo que, sin embargo, no excluía la solidaridad y que tenía por horizonte la esperanza en una revolución social que pudiese suprimir tanto al Estado como a la propiedad privada. Sueños de otras épocas, sin duda, que ahora parecen irrealizables. Pero que movieron a mucha gente a experimentar con maneras de existencia alternativas.
YA SOY UN CROTO
Según Baigorria, los crotos representaron en su época el anhelo de explorar otras formas de vida, ya sea en soledad o en pequeños grupos, como alternativas concretas al mandato de levantarse cada mañana para trabajar y permanecer en un lugar fijo en lugar de lanzarse al llamado de la aventura. Por esta razón, considera que merecen ser rescatadas. Su salida del sistema era una cuestión de principios, una consecuencia, espontánea o instintiva, de su espíritu crítico, ya fuera por lecturas o por el olfato e intuición de que había algo más en la vida que simplemente trabajar, consumir, acumular capital, formar un hogar.
¿Qué fuentes y testimonios considerás más relevantes para escribir En Pampa y la vía?
-Entre las fuentes más relevantes distingo a Alicia Maguid, una sólida investigadora que estudió a crotos y otros migrantes; Alfredo Moffatt, que como psicólogo social en el hospital Borda, conoció de cerca varios casos; Hugo Nario, que fue uno de los primeros escritores que se ocupó de esta minoría; y Libertad Borda, mujer de Ángel Borda, que fue uno de los fundadores de la FLA (Federación Libertaria Argentina). También a Ana Poliak, quien en su película Que vivan los crotos recogió testimonios irreemplazables; y, desde luego, los textos que escribió Osvaldo Bayer sobre el tema. Y en cuanto a testimonios directos, mis entrevistas a crotos legendarios como “Bepo”, apodo de José Américo Ghezzi, a Martín Finamori, a Germinal Cerella, fueron esenciales para la construcción del libro, con ayuda de ex estudiantes que me acompañaron en la investigación, como Alicia Vergili. También debo mencionar a Ana María Ordoñez y Pedro Ribeiro, que reivindicaron la figura del croto en Mar del Plata con varias iniciativas culturales y me pasaron contactos clave. En los años 90, cuando se desarrolló esta investigación, no contaba con internet ni tenía disponibles contactos de las fuentes, no había teléfonos celulares. Tuve que recorrer bibliotecas, hemerotecas, archivos de periódicos, sacar fotocopias, hacer citas por correo o teléfonos fijos y atravesar todo ese conjunto de procedimientos fastidiosos para obtener información que hoy parece estar al alcance de un click.
¿Qué importancia tiene para vos rescatar y documentar la historia de los crotos en la Argentina?
-La figura del croto es relevante en estos tiempos quizá por razones equívocas, opuestas al gesto de búsqueda de libertad de aquellos que se iban a deambular al campo. Hoy se puede llamar crotos, cirujas o linyeras a toda esa gente que duerme tirada en la vereda, tal vez alcoholizada, rodeada de basura, víctima de una sociedad de exclusión y gentrificación que expulsa y margina cada vez a más personas. Al mismo tiempo, pueden encontrarse vestigios del discurso libertario e individualista de aquel croto histórico si hablamos con algunos de estos habitantes sin techo y sin trabajo de nuestras ciudades. El mito de la libertad reaparece también allí en jirones, en desechos, en restos testimoniales incluso ahora mismo ante la adversidad más dura de la vida en la calle.
¿Creés que la figura del croto sigue siendo relevante en la sociedad argentina actual?
-Con los años se vuelve más difícil andar deambulando por ahí con la casa a cuestas. Por un lado es una limitación física inevitable, con el cuerpo que se cansa de cargar la mochila a la espalda, pero también hay una cuestión de épocas, porque da la impresión de que ese vagabundeo por América latina y Norteamérica al que me arrojé de cabeza a fines de 1973 hoy parece imposible o se enfrentaría a tremendos obstáculos, ante el aumento de la indigencia, la violencia policial, la criminalización estatal, la probabilidad de ser asaltado y agredido en el camino y el cierre de fronteras que en otros años eran más permeables al flujo de trashumantes. Sería difícil que hoy un argentino pudiera pasar legalmente como turista la frontera con Estados Unidos por Tijuana o Mexicali con la mochila polvorienta de artesano, que llevaba en mi viaje en tren mientras atravesaba América Central y México, mostrando a la inmigración yanqui poco más de 300 dólares para gastar en ese país, como me ocurrió a fines de 1974.
En tu trabajo hay referencias a pensadores como Proudhon y a obras como El Antiedipo de Deleuze y Guattari. ¿Qué papel juegan estas referencias filosóficas y literarias en la construcción del relato?
-Desearía no interponer demasiadas referencias filosóficas en un relato, pero a veces me dejo llevar por lo que se me cruza por el pensamiento al momento de escribir. Proudhon era ineludible, porque estos crotos y linyeras estaban muy influidos por las ideas anarquistas, y Proudhon fue el iniciador teórico de esa corriente que él mismo definió como “anarquista” ya en 1840. Deleuze y Guattari representan lecturas que me subyugaron en los años 70 y 80, cuando las estudiamos con Néstor Perlongher, y me resultó evidente que los conceptos de nomadismo y micropolíticas que desarrollaron esos autores eran un marco de referencia apropiado para pensar las líneas de fuga y las formas nómadas de resistencia de los crotos en su desplazamiento por un espacio abierto, en contra de las normas estatales y privatistas que siempre se ocuparon de fijar, alambrar, cavar estrías en ese espacio. En cuanto a las referencias literarias, hay una tradición de figuras anómalas que, con diferente intensidad y por períodos más cortos o más largos, se caracterizaron por abandonar trabajo, hogar, incluso las letras por escuchar el llamado de la aventura, a veces con demasiado romanticismo y resultados adversos, desde Rimbaud a Kerouac. Esas referencias resultan estimulantes para pensar a los crotos en alianza o mestizajes con vagabundos de otros continentes y contextos culturales, como los hobos norteamericanos que viajaban en trenes de carga y desde luego los beatniks e hippies con su apología del viaje y de la experiencia de dejar todo atrás para lanzarse al camino.
POSTALES CONTRACULTURALES
Si bien podría parecer que los libros de Baigorria son muy diferentes entre sí, por los anclajes genéricos o el uso de mezcla de discursos, la insistencia en determinados repertorios temáticos o la convicción de siempre estar abriendo una agenda propia y obsesiva permite formar un sistema de lectura para sus obras. Es así que En Pampa y la vía dialoga, evidentemente, con Correrías de un infiel, donde se dibuja la figura del militar desertor del siglo XIX que se fuga a las tolderías indígenas y con Sobre Sánchez, escrito alrededor de la figura del escritor vagabundo Néstor Sánchez. Pero también se enlaza con la trama de Postales de la contracultura, que son memorias de su largo viaje como artesano mochilero hacia la Costa Oeste norteamericana. No queda fuera la antología Con el sudor de tu frente, en la que el escritor suma una serie de textos críticos al trabajo y apologías al ocio, como si se tratara de una especie de género particular que atraviesa de soslayo la historia de las ideas y en el que incursionaron autores fundamentales como Jules Lafargue, Peter Handke o Roland Barthes pero también escritores como Stevenson, Oscar Wilde y Macedonio Fernández.
Baigorria recuerda la célebre frase de Wilde sobre la finalidad existencial y no práctica de la vida: “la vida debe ser y no obrar”. Y en este ser la existencia también pasa por instancias de devenir, de realizarse al mismo tiempo de su ocurrencia estricta. En ese proceso es donde radicaría el espíritu crítico. Con algunas líneas de coincidencia y otras zonas de desvíos, propios a las experiencias que el mismo Baigorria no sólo estudió sino que transitó, esa vida propensa al don de preguntarse todo, a la capacidad de extrañarse frente al flujo cotidiano es parecida a la de quienes intentaron ponerla en uso, como los llamados crotos y linyeras de la Argentina de esos tiempos en que estar entre pampa y la vía era mucho más que una metáfora.