La economía real atraviesa una crisis de demanda y producción estratosféricas. El mercado interno sufre un desplome de proporciones alarmantes y el panorama adelanta que todavía no se tocó el piso. Uno de los datos impactantes de la semana pasada fue el indicador de caída del consumo de casi 10 por ciento en junio. La cifra más elevada desde la pandemia.

La única apuesta del equipo económico para recuperar la actividad económica parece dirigirse a la baja de la inflación y la expectativa que eso provoque un florecer de la demanda en el mercado interno. Se trataría de un salto apalancado en el rebote del crédito (actualmente en niveles bajísimos).

El problema de esta idea es que choca directamente con la estrategia monetaria de emisión cero. Una política ultra rudimentaria que amplificará el drama productivo de los próximos meses. La estrategia ya fracasó en 2019 y terminó en volatilidad extrema y el impago de las deudas en pesos.

El gobierno presenta la emisión cero como una especie de receta con poderes “curativos” para los desequilibrios de la macro. En el Palacio de Hacienda dejaron trascender que en julio la inflación sería la más baja del año y que para septiembre los precios podrían subir cerca del 1 por ciento.

Sin embargo, las expectativas de los inversores y las empresas parecen alejarse de esa idea. En su historial acumulan una larga lista de crisis y de anuncios incumplidos. Esto los hace especialistas en diferenciar la señal del ruido y lleva a que la incertidumbre prevalezca frente a los cantos de sirenas.

Las dudas se generan por varios motivos. Uno de ellos es que se cree que la emisión cero no alcanza para contener el problema inflacionario. Principalmente en un contexto en que se dejó apreciar el tipo de cambio real, existen expectativas de devaluación en aumento y la acumulación de reservas en el Banco Central marcha cuesta abajo en la rodada.

Este último punto de la falta de divisas en las arcas de la autoridad monetaria es decisivo para diluir la confianza. El mercado no cree en el argumento del gobierno sobre que el problema es que sobran pesos. Explícita o implícitamente dejan en claro que el problema es que faltan dólares.

La volatilidad de los activos bursátiles en las últimas semanas es extraordinaria y el riesgo país se ubica por encima de los 1600 puntos. Se trata de una cifra que vuelve imposible el regreso de la Argentina al mercado de capitales y obliga a un acuerdo a las apuradas con el Fondo Monetario. Pero el organismo de crédito no parece interesado en acelerar las negociaciones.

En el plano discursivo el equipo económico intenta evacuar las dudas de los inversores afirmando que tiene los dólares suficientes para pagar los intereses y el capital de la deuda soberana hasta finales de 2025. Para pagar los intereses se usarían reservas y para el principal se instrumentaría un repo.

Sin embargo, los inversores toman esas palabras con incredulidad igual que lo hacen para la inflación. Durante los últimos días de la semana pasada los bonos soberanos volvieron a caer fuerte y se sumó el desplome de las acciones tanto de la bolsa porteña como de las empresas argentinas que cotizan en Nueva York.

El inicio de agosto muestra empresas con caídas de hasta 14 por ciento. En este último punto se suman no sólo los interrogantes locales sino una presión que hasta ahora no estaba contemplada. El mundo financiero empieza a mirar Wall Street con cuidado. El boom de precios de los activos norteamericanos parecería estar en jaque y le agrega fuerte volatilidad a la argentina.