Pablo Javkin se para sobre 27 de febrero y señala hacia Servando Bayo. Hablándole a la comitiva de asesores y dirigentes que lo acompaña, dice: “No hay que emparchar. Para nosotros era más barato, pero no sirve. Esto es decisivo, es la apertura definitiva y la conexión con la vida cotidiana de la ciudad”. A sus espaldas, el Centro Municipal de Distrito Oeste “Felipe More”, alto y azul, se impone como uno de los pocos edificios en la zona.

Es el ingreso a Villa Banana, reabautizada como Barrio Banana por la actual gestión municipal. Las obras de intervención sociourbana que se están finalizando en el lugar representan un orgullo para el Ejecutivo local. Tanto, que fue uno de los lugares elegidos para que Sergio Fajardo, el exalcalde de Medellín, conozca en su visita a la ciudad.

La decisión tiene su lógica. El dirigente es reconocido por liderar la transformación social e institucional de la ciudad colombiana, jaqueada por la violencia y el narcotráfico, que en la década del noventa quedó posicionada como la ciudad más peligrosa del planeta, con 375 homicidios cada 100 mil habitantes. Lo hizo bajo una premisa: lo más bello para los más humildes. Eso que Fajardo resume como “urbanismo social” y que consiste en intervenir de forma interdisciplinaria, allí donde no hay nada. Cambiarle la piel a una ciudad por donde pasó la muerte.

Parte de eso busca el intendente de Rosario, en ese barrio del oeste rosarino. Una de las zonas marcadas de rojo en el mapa de violencia de la ciudad. Por eso, refugiándose del sol para que no refleje sobre la pantalla, Javkin saca una tablet y le muestra a su colega colombiano el antes y el después. La transformación de la villa en barrio. Y le cuenta los pormenores del proyecto.

“Esto lo hicimos en buen tiempo. Empezamos en pandemia, apenas se rompió el aislamiento hicimos la primera recorrida”, cuenta. Pero tampoco se olvida de dar los créditos. Es que el proyecto de urbanización del barrio lo firmó la exintendenta Mónica Fein, con el expresidente Mauricio Macri. Se trata una iniciativa financiada por el Banco Mundial. Si todo va bien, la entidad entregará nuevos fondos para hacer lo mismo en la zona de Sorrento y Cullen, en el noroeste de la ciudad. “Sería como un reconocimiento a este laburo”, explica el mandatario.

Al mismo tiempo, el municipio pone los ojos en otro barrio: Tablada. Ese rectángulo, limitado por las avenidas San Martín, 27 de Febrero, bulevar Seguí y el río Paraná, es una de las zonas con mayor cantidad de homicidios en Rosario. Y la decisión está tomada: intervenir con un proyecto de integración sociorbana. ¿Cuándo? No se sabe. La licitación se abrió esta misma semana, pero el proyecto forma parte de una iniciativa llevada adelante por la Secretaría de Integración Socio Urbana (SISU). “Tablada es la próxima prioridad” aseguran desde el Municipio, pero de ahí a que el gobierno de Javier Milei gire los fondos, es otro cantar.

Integrar a la ciudad

Para introducir a Fajardo en la experiencia local, las autoridades le explican que la ciudad tiene una gran tradición de intervenciones urbanas en distintos puntos de la ciudad, a partir del programa Rosario Hábitat. En el radar aparecen nombres de distintos barrios: Moreno, Cullen, Cordón Ayacucho, Tablada, República de la Sexta y Banana. “Son barrios que sufrieron hechos vinculados a las cuestiones de seguridad”, remarcan. Y cuentan que cuando se define intervenir sobre un barrio, se arman equipos multidisciplinarios ligados a lo técnico y a lo social, que trabajan permanentemente en el lugar, o lo más cerca posible.

“Cuando abordamos una intervención, la definición que tomamos es que ese barrio pase a integrar la ciudad en el sentido más estricto. Es decir, igualdad de acceso a los derechos, a la infraestructura, a los servicios y uno de los hechos fundamentales es la participación de los vecinos en la diagramación de la intervención. Sin los vecinos sería imposible”, asegura Josefina del Río, subsecretaria de Hábitat municipal. Fundamentalmente se trabaja en los espacios públicos, que constituyen el lugar de reunión del barrio y en la dotación de conexiones domiciliarias. “Pero todas nuestras intervenciones tienen que ver con la articulación de políticas de seguridad y desarrollo. Sin eso, la obra no tiene sentido”, aclara.

Banana es un barrio que quedó inserto en la traza de la ciudad, por la confluencia de las vías de dos ferrocarriles. Allí se produjo un fenómeno que no es exclusivo de Rosario: ramal que para, ramal que se puebla. “Si mirás el mapa de la ciudad, estamos en el distrito que mayor cantidad de asentamientos y barrios populares tienen. Es un barrio muy antiguo y muy poblado”, explica la funcionaria.

Ante ese panorama, lo primero que requirió la intervención fue la apertura y ensanchamiento de la calle Servando Bayo, que da entrada al barrio, y de otras tres trazas que la atraviesan de forma perpendicular: Gálvez, Virasoro y Rueda. A eso se le suma la ejecución de redes de infraestructura básica, que comprende el abastecimiento de agua potable, sistema de desagüe cloacal y pluvial, pavimento definitivo, red primaria de electricidad, alumbrado público y una red peatonal que incluye rampas y veredas. También, la urbanización de pasillos y obras en espacios públicos. En números, la intervención abarca unas 26 cuadras, que implicaron 845 mejoramientos y 122 relocalizaciones, para beneficiar a unas 1.238 personas.

Sin recetas exportables

En noviembre de 2021, una retroexcavadora afectada a la obra pública en Villa Banana fue baleada por dos hombres en moto que pasaban por el lugar. El disparo impactó en el parabrisas, pero no hubo heridos. Al conocer la historia, Fajardo cuenta que en Medellín esos ataques no se produjeron, aunque sí detectaron otros tipos de extorsiones: si querés ingresar al barrio con máquinas, tenés que pagar. El hecho le sirve al dirigente colombiano para sentar postura: si bien hay experiencias trasladables que se pueden replicar en otros lugares, cada ciudad tiene que encontrar soluciones acordes a su sitio.

Sergio Fajardo es docente y especialista en matemática. Pero es conocido en toda la región por su gestión como alcalde de Medellín entre 2004 y 2007, como representante del movimiento Compromiso Ciudadano. Desde allí impulso una serie de mejoras en educación infraestructura y seguridad, bajo un enfoque innovador y sostenible. Luego, entre 2012 y 2015 se desempeñó como gobernador de Antioquia. Con ese legado, Fajardo fue invitado a la ciudad por la Fundación Rosario y los gobiernos municipal y provincial, donde además de recorrer la ciudad y participar en distintas actividades, fue distinguido por el Concejo y la Universidad Nacional de Rosario (UNR).

“Lo primero que hicimos fue un plan general con un propósito básico: el miedo nos encierra y tenemos que construir nuevos espacios para encontrarnos. Entonces comenzamos por reconstruir los espacios donde se propician esos encuentros. Lo hicimos bajo una premisa: lo más bello para los más humildes. Y con actividades que estén asociadas con la educación, con la ciencia, con la tecnología, con la cultura, con la innovación y con el emprendimiento. Y eso fue una ruptura, un mensaje de dignidad para esa comunidad”, explica.

A lo largo de su gestión, el exalcalde destaca tres grandes proyectos de integración sociourbana: en la zona nororiental, en el barrio de Morabia, que era conocido como el basurero de la ciudad, y en la comuna 13. “Antes no entraba un alma en esos lugares. Hoy son sitios turísticos de la ciudad”, explica y agrega: “Por eso decimos que hay aprendizajes que se pueden tomar, pero la situación de Rosario no es comparable con Medellín. Lo importante es saber dónde intervenir y hacerlo en forma simultánea desde distintos aspectos”.

Para Javkin, lo realizado en Colombia es más equiparable a lo ocurrido años atrás durante la gestión de Hermes Binner, llevando la gestión municipal a los barrios, con la construcción de los distritos: “En la visión de Hermes hubo algo de la experiencia de Medellín y yo comparto mucho esa lógica. Si nosotros no tuviésemos el Distrito Oeste, hoy no hubiéramos podido hacer esta intervención, porque hubiésemos tenido roto el tejido social para entrar. Lo primero que se hizo fue recuperar el auditorio del distrito oeste. Si vos no le mostrás eso a los vecinos, ¿cómo te creen cuando les decís que querés transformar el barrio?”.

Con nombres propios

En la primera casa de Villa Banana vive Miguel. Buzo de Racing, brazos en jarra sobre la cintura; se para como centinela del barrio, desde el umbral de su casa. Aprovecha la visita de las autoridades y reclama. Dice que hay un pozo donde algunos vecinos tiran la basura y tapan el desagüe. Después, en tono amable, se pone a charlar con los presentes. Cuenta que nació en el norte de Corrientes y que desde hace 40 años vive en la misma zona de la ciudad. Primero se arma de créditos, para después afirmar que la apertura del barrio mejoró su situación: “Todo esto era una villa. Antes era un desastre”.

-Tenés más linda la casa -le dice María Eugenia Schmuck, la presidenta del Concejo.

-Sí, va quedando -le responde Miguel.

Un par de casas más adentro, Lucía invita a Javkin y a Fajardo a que vean las obras dentro de su casa. El intendente local explica que, para abrir calles, tuvieron que quitarle metros del frente a muchos vecinos, pero lo recompensaron ganando metros en altura. Ahora, entre escombros y bolsas de cemento, Lucía cuenta que en breve le terminarán el contrapiso de su living, mientras aguarda para finalizar su segundo piso. Les recuerda que frente a su casa está planificada una plaza y que eso la tiene contenta. Le gustaría que esté terminada pronto.

En la caminata, Javkin es abordado constantemente por los vecinos. Hay una mezcla de impaciencia y buen humor. Primero reclaman que para cuándo tal cosa, después le piden fotos. Un hombre en sillas de ruedas exige el pavimento, le explica las dificultades que le genera andar por el barrio en obras. Al instante, le empieza a contar sobre la operación en su pierna y se despiden con un beso. “Queremos pagar la luz, intendente”, le dice otro vecino y Javkin le dice que están apurando a la EPE, pero que viene medio demorado el tendido; después se quedan charlando. “¿A quién le pateo un penal?”, le pregunta a un grupo de nenes que juega al fútbol en la vereda. Luego bromean sobre Newell’s y Central; los conoce, les pregunta por la escuela. 

En el medio, va charlando con Fajardo: “Donde ves ladrillos, es porque se hizo una calle y la casa tiene un frente nuevo. Te cambia la vida que tu casa tenga frente, nos lo dicen los vecinos que ahora pueden poner un kiosquito, un lavadero, una rotisería”. El intendente le explica que con la intervención en el barrio comenzaron a florecer algunas organizaciones. Comedores, merenderos, cooperativas. Y que ahora viene la parte más linda: inaugurar, ponerle nombre a las cosas, que los vecinos se reapropien de su lugar. 

Sobre el final de la caminata, frente a la escuela Champagnat, a Fajardo le da curiosidad conocer cuál fue la reacción de la gente al conocer sobre la intervención, que en algunos casos requerirían una relocalización de las viviendas. Y Javkin lo piensa brevemente: “Lo que más costó fue el descreimiento en que las obras se hagan. La primera vez que entramos no nos quería nadie. Ahora ya tenemos un vínculo afianzado con el barrio”.