En agosto de 2014, Steven van de Velde, un joven holandés de diecinueve años, viajó a Inglaterra para encontrarse con una niña de doce que había conocido por Facebook. A partir de engaños, halagos y presiones, había conseguido arreglar un encuentro con la menor aprovechando que su madre la dejaría sola en su casa. Van de Velde fue hasta el pueblo de la niña, la llevó de paseo, le dio alcohol hasta emborracharla y la violó en tres ocasiones. Antes de dejarla en su casa, Van de Velde le dijo a la víctima que concurriera a un hospital para conseguir anticonceptivos. Después volvió a los Países Bajos como si nada hubiera sucedido.
Sin embargo, algo sucedió. A los médicos del hospital les llamó la atención esa pequeña que pedía pastillas anticonceptivas y alertaron a la policía. Van de Velde fue extraditado y juzgado en Inglaterra. Lo condenaron en 2016 a cuatro años de prisión. El propio Van de Velde confesó haber engañado y violado a su víctima. Esos años fueron un infierno para la menor que se autolesionó y consumió drogas hasta sufrir una sobredosis. Por entonces, el joven holandés había comenzado a destacarse en su país como jugador de voley playa. El juez que lo condenó le dijo: “Antes de venir a este país, usted se estaba entrenando como un potencial atleta olímpico. Sus esperanzas de representar a su país ahora son un sueño destrozado”. Incluso su abogada defensora declaró a la prensa: “Claramente, es el fin de su carrera”.
Como Reino Unido y Países Bajos tienen un acuerdo judicial, el violador pudo cumplir su condena en una cárcel holandesa. Pero la justicia de su país cambió la sentencia de “violación a una menor de 13 años” por “actos sexuales que violan las normas éticas y sociales", que tiene una condena muchísimo menor. Así fue como Van de Vedel pasó en prisión solo trece meses de los cuatro años de su condena original. Eso le permitió volver a la actividad deportiva. Una década después de haber violado a una niña británica de doce años, Van de Velde es uno de los representantes de Países Bajos en voley playa en los Juegos Olímpicos de París.
Ni a los responsables del deporte holandés, ni a los integrantes del Comité Olímpico Internacional, les supuso un problema tener en su desfile de atletas por el río Sena y participando en las competencias a un violador confeso y condenado. Ni siquiera el COI parece tomarse muy en serio la “Declaración de Derechos y Deberes de los Atletas”, que todos los participantes de los Juegos Olímpicos tienen que adherir y que entre las obligaciones enumera: “Actuar de conformidad con el Código de Ética del COI y denunciar todo comportamiento contrario a la ética, incluidos casos de dopaje, manipulación de competiciones, discriminación, acoso o abuso. (...) Actuar como modelo y ejemplo”.
Al fin y al cabo, el violador es un varón bello, atlético, blanco y proveniente de un país modelo. Y no estaban tan equivocados los que lo eligieron y los que le permitieron competir: su presencia lejos está de ser un escándalo a nivel mundial. Apenas unos abucheos antes de su partido contra el equipo chileno.
No tuvo la misma suerte la boxeadora argelina Imane Khelif, que se convirtió en el centro de una polémica absurda y debió soportar una discriminación salvaje desde los cuatro rincones del planeta. Todo basado en una fakenews: la boxeadora italiana que peleaba con ella abandonó la lucha a los pocos segundos. En seguida, los medios se apuraron a definir a la argelina como una “mujer trans” y la derecha mundial sacó todo su odio --algo que nunca le cuesta-- con un argumento idiota: el feminismo había conseguido que un hombre le pegara a una mujer. Justo ese universo de libertarios, transfóbicos y antiderechos haciéndose los indignados por lo que podía sufrir una mujer. Pero ni siquiera estaba en discusión el lugar de los y las deportistas trans en el mundo de la alta competición, porque Khelif nació y es una mujer cis.
No solo eso: Imane Khelif representa ese espíritu olímpico que la competición debería remarcar. Pasó una infancia de pobreza en su pueblo, rodeada de preconceptos machistas sobre el lugar de la mujer en la sociedad argelina, se impuso a todo eso y desarrolló una carrera en el boxeo, con triunfos y derrotas, hasta convertirse en representante de su país.
Los voceros de la ultraderecha y la transfobia se subieron rapidísimo a criticar a la boxeadora argelina a partir de la mentira divulgada desde los medios y las redes sociales. Como si fuera una necesidad de Estado, el presidente Milei publicó algunos mensajes insultantes contra cualquier colectivo que priorice la inclusión. No fue el único dirigente político, también el presidente serbio, Aleksandar Vucic, repitió la catarata de pavadas que ya había desplegado Milei. Muchos insistieron en sus ataques de transfobia y de antifeminismo incluso después de que se aclarase el origen cis de la deportista.
En ese punto, a los odiadores seriales les importaba poco y nada la verdad. No iban a dejar que la realidad les tapara la oportunidad de desplegar su odio, como hizo Milei en su andanada de mensajes en X. ¿Le interesan los juegos olímpicos al presidente? Si consideramos que no hizo un solo tuit dedicado a los deportistas argentinos, se puede afirmar que no. ¿Es honesta su preocupación por que un hombre golpee a una mujer? Considerando que cortó las políticas de género, que su discurso chorrea la grasa del machismo, se puede también afirmar que no. Que usó la violencia de género como chicana. Así de patético se muestra el presidente Milei cuando intenta expresar su ideología y sus limitaciones argumentativas.
Mientras muchos medios insistían en convertirla en una boxeadora trans, otros intentaban discriminar a la deportista por tener presencia de cromosoma masculino en su cuerpo. Si bien esto es inusual, puede llegar a ocurrir y no significa que alguien deje de ser mujer por eso o tenga una ventaja deportiva distinta a la que tiene un cuerpo privilegiado sobre otro por su resistencia o habilidad inherentes. Si fuera como dicen algunos, ¿por qué no hay categorías según la mayor o menor presencia de hormonas masculinas? ¿O se trata simplemente de discriminar a alguien por un desarreglo hormonal? Supongamos que un boxeador tiene brazos más largos de lo normal, lo que le permite mantener alejado a sus rivales, ¿se le prohibiría boxear? Deberían haberle prohibido subirse a un ring a Nicolino Locche que tenía una cintura absolutamente fuera de lo normal para esquivar golpes.
Cabe preguntarse también si el escándalo generado alrededor de Khelif habría existido si la competidora en cuestión fuera blanca y europea. Es una presunción nada más, tal vez sea una casualidad el hecho de que Khelif sea parte de la delegación argelina, la misma que tiró flores en el Sena para recordar la masacre de sus connacionales en octubre de 1961. Una masacre de decenas de personas que Francia ocultó y por la que jamás condenó a nadie.
O dicho de otra manera: es mucho más simpático ver saludando al público desde un barco a un rubio holandés, que a esa chica argelina que tira flores al río recordando a sus muertos.