El cefaleuta, el aficionado a señalar la pulsión por las cabezas trofeo, no puede dejar de lado el asunto de que, de niño, a Juan Domingo Perón le gustaba asustar a sus vecinas y a las mucamas con el cráneo del legendario Juan Moreira. Moreira, un gaucho de carácter, pasó a la popularidad por sus peleas de pulpería, pero principalmente por la novela de folletín, y más tarde obra de circo, escrita por Eduardo Gutiérrez cinco años después de la muerte del héroe trágico.

Buscado por la policía, por adjudicársele varias muertes, Moreira cayó finalmente ante una partida en el piringundín “La Estrella” en el pueblo de Lobos. El 30 de abril de 1874 el sargento mayor Andrés Chirino le clavó una bayoneta en las costillas, y Moreira murió, no sin antes sacarle un ojo y cuatro dedos a su captor.

Moreira fue enterrado en el cementerio de Lobos pero por alguna razón fue exhumado por el intendente, el doctor Eulogio del Mármol, “quien lo hizo extraer para practicar un cambio de fosa después de un tiempo de sepultado, en el año 1887”.

Del Mármol, sin embargo, separó el cráneo de Moreira para obsequiarlo a su colega el doctor Tomás L. Perón, abuelo del futuro presidente. La familia de Perón se vio en la necesidad de donar la pieza al Museo de Luján para evitar que el pequeño Juan Domingo continuara haciendo uso non sancto del despojo. Una foto de 1903, aparecida en la revista Caras y Caretas, muestra el cráneo con un boquete en la sien derecha pero con su dentadura entera. Se dice que de tanto jugar el mozalbete con el cráneo, este perdió varios dientes y buena parte de ambos parietales. Así se puede ver expuesto en la actualidad en el Museo y Biblioteca Juan Domingo Perón de Lobos, detrás de una vitrina. 

En el libro Tomás L. Perón, de Vicente Osvaldo Cutolo y Vicente Aníbal Risolia, una nota aclaratoria describe el estudio que realizara el doctor Octavio Cháves sobre el cráneo de Moreira una vez realizada la donación. No sabemos cuánto de lo que el doctor Cháves deduce desde la observación del cráneo es influencia literaria o forense. Con ustedes, una breve transcripción:

“Tenemos a la vista el cráneo de una persona conocida —un cráneo histórico— el cráneo de Juan Moreira: muerto en Lobos por la Policía de Buenos Aires en 1874. Este cráneo perfectamente simétrico, de tamaño normal, con las prominencias y depresiones propias determina la raza, la edad, la organización e inteligencia natural de la persona a que ha pertenecido. Es de raza caucásica, raza blanca, región frontal bombeada y prominente, de ángulo facial de 80°, ángulo europeo. El desarrollo completo del cráneo y articulaciones de sus huesos; las suturas fronto-parietales; parieto-occipital y la sagital, bien visibles aún, demuestran que Juan Moreira estaba en ese momento en la plenitud de la vida y el testimonio de la dentadura completa es elocuente: dentadura sana, no gastada, no es de anciano. La edad de Moreira era probablemente de 45 años, más o menos. El volumen del cráneo corresponde generalmente a un esqueleto de desarrollo equivalente; es presumible que Moreira era de estatura elevada (1,75 mts.) y su frontal elevado y prominente, indicaba una inteligencia natural y clara. Sin cultivo, sin atavismo cultural siquiera, nacido y criado en el ambiente criollo de nuestra campaña, […] no le fue posible probablemente, por circunstancias especiales e imprescindibles, dar a su vida actos, la diversión regular de la educación y de la escuela; no obstante concibió por alcance propio, el derecho personal que le asistía, y repelió la fuerza con la fuerza, hasta que fue vencido por la fuerza del número”. Octavio Cháves, Luján, enero de 1928.

Para abundar en datos y coincidencias sobre el tema que nos ocupa podemos agregar que Juan Moreira —alguna que otra fuente dice— era hijo de Cirilo Moreira, un famoso mazorquero que gustaba anunciar las cabezas de los rivales al pregón de “a los duraznitos colorados”. Tampoco está demás mencionar que tal título da origen a la inefable Villa Durazno, lugar de unas amazonas degolladoras, protagonistas de La saga del gaucho sin cabeza, enorme obra literaria escrita por el Agente Rayo.

La muerte de María Eva Duarte de Perón, ocurrida el 26 de julio de 1952, provocó una multitudinaria manifestación pública de consternación y luto. El gobierno comisionó al Doctor Pedro Ara (1891-1973) el embalsamamiento del cadáver. Ara era un experto en conservación de piezas anatómicas a través del proceso de “parafinación”. Su obra cumbre —hasta el encargo de la Sra. de Perón— era la llamada “Cabeza de viejo”, perteneciente a un mendigo que siempre estaba en los alrededores del Instituto Anatómico de Córdoba donde el Dr. Ara se desempeñaba como profesional. Según se dice, el especialista “apreciaba” al anciano, y decidió parafinar su cabeza a modo de homenaje. La pieza se encuentra hoy en exhibición en el mismo instituto, llamado actualmente Museo Anatómico Pedro Ara.

Para albergar los restos de Evita el estado dispuso de una Comisión Nacional Pro-Monumento integrada, entre otros, por Héctor J. Cámpora, el futuro presidente de 1973. El proyecto le fue solicitado al escultor italiano Leone Tommasi (1903-1965). El artista propuso a la Comisión la erección de un gigante descamisado con las facciones del general Perón erguido sobre una imponente columna de 163 metros de altura. Debajo, una cripta circular conservaría para la posteridad los restos de la primera dama. En la gran rotonda exterior irían emplazadas esculturas alegóricas de cinco metros que Tommasi había comenzado a esculpir: La Justicia Social, La Independencia Económica, La Soberanía, La Solidaridad, el general Perón abrazando a un trabajador, Eva sosteniendo el escudo del partido.

Como si se tratara de una tumba egipcia, al Dr. Ara se le sugirió la posibilidad de embalsamar a otros cuatro difuntos para escoltar a Eva en el interior de la cripta: un obrero o descamisado, un representante del ejército, otro de la marina y otro de la aviación. El Dr. Ara, sin embargo, se excusó, alegando que ya tenía bastante trabajo llevando adelante la preservación de la Sra. Perón.

La Revolución Libertadora, acaecida el 16 de septiembre de 1955, dio por tierra el proyecto del Monumento al Descamisado. Un comando militar ingresó en los talleres del artista y cercenó las cabezas de las esculturas de Eva y Perón, arrojando el resto al lecho del Riachuelo. Ambas piezas fueron rescatadas cuarenta años más tarde y se muestran hoy, igual de incompletas, en el Museo Histórico 17 de Octubre. La escultura descabezada de Eva parece haber sido restituida —al menos de manera simbólica— con otra obra, en este caso un coloso en el mismo borde del Riachuelo donde las esculturas de Tommasi fueron arrojadas. El gigante de metal, obra del artista Daniel Santoro, lleva en sus brazos una cabeza de Eva.

En los días siguientes a la Revolución Libertadora fueron varios los militares que visitaron el cuerpo embalsamado de Evita en el laboratorio que el Dr. Ara tenía dispuesto en la CGT. Uno de los oficiales que vio el cuerpo informó: “Tiene el tamaño de una niña de doce años. Su piel tiene el tono artificial de la cera, su boca está coloreada con rouge, y cuando golpeé la frente con mi nudillo, sonaba a hueco, como un maniquí de vidriera. El Dr. Ara se abalanzó sobre el cuerpo como si se tratara de un objeto amado”.

Ara intentó rescatar sin éxito a Eva de los militares solicitando asilo político para la difunta en varias embajadas. Un comando de la marina al mando del teniente coronel Carlos de Moori Koenig secuestró el cuerpo. Aún cuando la orden impartida era darle “cristiana sepultura” en un lugar secreto, Moori Koenig mantuvo el cadáver como un objeto de su propiedad. Las informes relatan diversas maneras en que el militar profanó el despojo: arrancándole un dedo, exhibiéndola parada y orinándole encima. Finalmente, el cuerpo fue extraído del país bajo un nombre supuesto y enterrado en el más absoluto secreto en un cementerio de Milán. Eva Perón le fue regresada a su marido 16 años más tarde.

Según una declaración realizada por sus hermanas Blanca y Erminda Duarte, que vieron el cadáver en 1971, aseguran que el cuerpo de Eva fue maltratado de diversos modos: “Varias cuchilladas en la sien y cuatro en la frente, un gran tajo en la mejilla y otro en el brazo, al nivel del húmero, la nariz completamente hundida, con fractura de tabique nasal, un dedo de la mano cortado, las rótulas fracturadas, el pecho acuchillado en cuatro lugares, la planta de los pies cubierta con una capa de alquitrán, la almohada rota, con aserrín de relleno pegado a los cabellos, el cuerpo recubierto con cal viva y partes del cuerpo quemadas por el mismo, el sudario enmohecido y corroído y —la parte que compete al cefaleuta— el cuello prácticamente seccionado.”

El caso del hermano de Eva, Juan Duarte, es aún más radical. En su carácter de secretario privado de Perón, Juan Duarte comenzó a recibir denuncias por malversación de fondos. Sin su hermana en el círculo de poder y ante un Perón indiferente, Duarte apareció muerto en su dormitorio el 9 de abril de 1953. La causa, caratulada de suicidio, produjo las suspicacias de los opositores. Con la Revolución Libertadora, nuevamente, una Comisión Investigadora integrada por el capitán de navío Aldo Molinari y su asistente Próspero Fernández Albariño, alias Capitán Gandhi, exhumaron el cadáver y cortaron la cabeza de Duarte para determinar la causa real de su muerte. La misma cabeza fue utilizada —como en los relatos que se hacen de la Mazorca— durante los interrogatorios de Héctor J. Cámpora y de la amante de Duarte, la actriz Fanny Navarro.