Desde sus comienzos la experiencia bolivariana se transformó para el poder occidental en un mal absoluto, donde no cabían ni limites ni mediaciones.

Por este estigma maldito desfilaron muchos, los gobiernos nacionales y populares y por tanto el kirchnerismo, luego la maldición cruzó el Atlántico y escuché a diputados franquistas y a intelectuales supuestamente progres sobre los peligros de que España por un pase mágico se convirtiera en Venezuela. Pero todo esto recién comenzaba; luego Jean-Luc Mélenchon era chavista, Jeremy Corbyn y Bernie Sanders también y ahora al propio Pedro Sánchez ya lo acusaron de dictador. Venezuela fue el nombre encubridor que le permitió a las derechas mundiales simular una inocencia "democrática". 

Nunca en la historia moderna un país, qué muchos no saben aún en Europa encontrar en el mapa, se transformó en una metáfora del mal y en el insulto que suspende la continuación de cualquier diálogo.

Todo esto no podía dejar de ser eficaz. Como suele ocurrir, el país atacado por la derecha mundial se encerró en si mismo, la tragedia de la muerte del Comandante se sumo al desastre, el socialismo del Siglo XXI nunca tuvo una teoría pertinente y luego la burocracia y el Ejército fueron desactivando el poder popular. A su vez Venezuela nunca encontró a sus espaldas a la Unión Soviética que protegió a Cuba. Y finalmente, no todo el desastre venezolano era exclusiva responsabilidad del imperialismo.

Todo esto deja como saldo la siguiente situación: el fracaso histórico de la izquierda en la época de la post revolución, el poder depredador del neoliberalismo sobre el planeta, la penuria de disponer de materias primas sin defensa militar en el mundo del poder nuclear. Y lo más grave que está aconteciendo: impedir por parte de EE.UU. que la mediación para evitar una catástrofe que intentan Lula, Petro y López Obrador actúe para dar forma a una acuerdo pacífico, se pueda organizar.

Hace mucho que el neoliberalismo conoce el impasse sobre el cual las izquierdas se sostienen y por tanto entiende que su proyecto de apropiación no le permite a las experiencias de justicia social, por ahora, pensar en imponer un límite a su extensión mortífera.