Los biólogos utilizan el término "abundancia relativa", que calcula cuál es la proporción de una especie respecto a todas las especies contenidas en un sitio específico. Sirve, porque muchas veces es imposible calcular exactamente cuántos andan dando vueltas en un determinado momento. Más o menos pocos, o más o menos muchos.
No se sabe exactamente cuántos loros hay en este momento en Hilario Ascasubi, un pueblo del partido de Villarino. Algunos dicen 70.000, aunque ese es el número de los que residen en el balneario de El Cóndor, Río Negro, que concentra el 71% de la población de loros barranqueros del mundo; la colonia más grande de esa especie y de cualquier tipo de loros. Allí volverán cuando empiece la primavera. Pero cuántos son los que se posan y dejan invisible el cableado eléctrico, los que chillan constantemente, y así, enloquecen a los vecinos, no se sabe. Lo que sí puede calcularse son los habitantes humanos: 7000. Los loros, menos o más, no bajarán de las decenas de miles. Se habla de una relación de 12 a 1.
"No te dejan ni escuchar tus pensamientos", dice María del Valle Otero, concejal de la localidad. Los embistes de los loros son varios. La suciedad, porque el piso de la localidad está blanco por los excrementos; la incomodidad, porque como se comen los cables, tuvieron pérdidas económicas importantes y algunos casas no tienen luz. Pero todos afirman que lo peor es el ruido.
Los pobladores ya memorizaron la rutina diaria que manejan los molestos vecinos. La hora pico es a las seis de la tarde, cuando ya se los puede ver posados sobre el cableado eléctrico. Más tarde se alejan a los árboles ubicados en los alrededores. Desde las 20 a las 24, el ruido es ensordecedor. Por la madrugada despiertan a los vecinos, y luego, se retiran a los campos a comer.
Algunos dejaron de llevar a sus hijos a la plaza. Otros deciden mantener siempre cerradas sus ventanas, pero el ruido ensordecedor se cuela entre los burletes. La mayoría tienen problemas para dormir por la noche. Con el ruido de las motos los ahuyentan brevemente, pero los loros siempre vuelven.
En todo el sudeste de la provincia los loros son vecinos desde hace décadas, en grandes cantidades en otras localidades cercanas, como Pedro Luro y Mayor Buratovich, y hasta en grandes centros urbanos. En el Parque de Mayo de la ciudad de Bahía Blanca, más de 20.000 se acuestan a descansar en el dormidero que armaron allí. Pero a diferencia de otros casos, nunca hicieron la convivencia tan insostenible.
Uno de los principales sustentos económicos de la región proviene del sector hortícola, con gran énfasis en el cultivo de cebolla. La región produce el 50% de la totalidad de la producción nacional. Por eso, en la localidad en abril se realiza la Fiesta de la Cebolla, que este año tuvo que suspender su espectáculo musical a último momento porque los loros causaron un apagón eléctrico. Ya es personal.
La paciencia de los vecinos se acaba y afirman que los loros "se acostumbran a todo". En el año 2018, el municipio implementó una luz láser verde que hacía un barrido del tejido urbano para ahuyentar a las criaturas. Funcionaron bien durante dos temporadas, pero luego los loros comenzaron a "darle la espalda" al artefacto. También se utilizaron láseres móviles, pero tampoco surtieron efecto, al igual que las bombas de estruendo, que algunos vecinos utilizan durante la noche.
La distribución y su camino es la misma de siempre, no pasan por lugares donde antes no pasaban. Su casa es la zona del monte, la zona de espinales, que abarca toda la Patagonia, tanto argentina como chilena. La pregunta es por qué están refugiandose tanto en Ascasubi.
"En gran parte, por el desmonte. El bosque nativo que teníamos en la zona era el lugar donde los loros se alimentaban, entonces iban y venían desde sus barrancas hacia los montes a alimentarse. Eso ahora cambió, porque no consiguen alimento allí, entonces se terminan refugiando en las ciudades", afirma la Dra. Natalia Cozzani, que integra el Grupo de Estudios en Conservación y Manejo de la Universidad Nacional del Sur (UNS).
Como el loro es una especie protegida y permanece en la categoría de amenaza, no se pueden aplicar métodos de control directo. "Además de que sería ilegal hacerlo, se ha comprobado que son métodos que no resultan", afirma la especialista.
"Lo ideal sería tratar el tema bajo un modelo de consistencia personas-loros, y encontrar la manera de que ambos puedan convivir. A largo plazo, lo ideal sería poder restaurar el monte, su hábitat nativo que los está haciendo refugiarse en las ciudades. Pero eso tardaría. Sabemos que son árboles de crecimiento lento: caldenes, chañares, son todas especies que tardan, pero habría que empezar en algún momento. Y mientras tanto, estudiar los lugares que están eligiendo para estar. Por ejemplo, si les atrae o no la luz y el calor de las ciudades. Son distintos factores que hay que estudiar para ver qué es lo que realmente les está atrayendo, y tratar de generarles ese ambiente en otro lugar que no sea en el medio del pueblo. Porque uno empatiza con lo que le está pasando a la gente, y merecen poder vivir mejor", afirma.
Desde intendencia sostienen que se está intentando articular con las autoridades nacionales y provinciales para que se tome alguna determinación para ahuyentar a los plumíferos definitivamente, ya que desde lo local se terminaron las ideas. Un informe de Nación vuelve a patear el problema a la provincia, ya que se trata de un recurso natural. Sin coordinación entre las autoridades nacionales, provinciales y las técnicas municipales, la defensa contra los loros todavía está en veremos.
A pesar del calvario, los expertos afirman que en agosto los loros loros volverán a El Cóndor en Río Negro, donde suelen pasar la zona de reproducción y anidamiento de la primavera. Allí, son la atracción del balneario, y reposan cómodos en sus acantilados.