La historia del pan es milenaria. No es posible agendar una fecha específica porque los registros más antiguos hablan de por lo menos 14.000 años de antigüedad. Diferentes civilizaciones en distintas partes del mundo comenzaron a moler granos y mezclarlos con agua generando los primeros registros del pan, o formaciones similares al pan tal como hoy lo conocemos.
Más cercano en el tiempo, sobre todo en sociedades con hegemonía judeo-cristiana, el pan genera aún más centralidad ya que forma parte de la liturgia bíblica: “el discurso del pan de vida” o “la multiplicación de los panes”, son algunos de los pasajes o parábolas que ponen a este milenario alimento en el centro de la escena.
El pan también es sinónimo de encuentro, de compartir, ofrendar y, por qué no, de aquel por el cual luchar. “La conquista del pan” será un libro fundamental del teórico anarquista Pedro Kropotkin quien, en su publicación de 1892, ponía al pan como centro de la escena en la disputa por una nueva sociedad.
Panaderos organizados en Argentina
Las oleadas inmigratorias que a finales del siglo XIX y principios del siglo XX comenzaron a recalar con intensidad en el país traerán obreros de distintas latitudes, Europa central y del este en gran mayoría, y con ellos la sabiduría y destreza para desempeñarse en oficios varios que aún no se desarrollaban en gran volumen en la Argentina.
Será entonces, con y gracias a aquellos obreros, que en muchos casos venían escapando de las guerras y la persecuciones políticas, que llegarán a estas tierras las primeras ideas sobre el movimiento anarquista.
"Llegaron con la inmigración masiva los primeros activistas. Lograron una aceptación muy grande en el proletariado porque además desarrollaban una intensa vida política con inserción territorial", enmarca el historiador Fernando Aiziczon en una entrevista realizada para el Conicet, y agrega: "Fundaban bibliotecas populares y teatros, realizaban actividades para niños y para el poco tiempo de ocio que las jornadas laborales permitían, daban conferencias, editaban libros y periódicos obreros en varios idiomas. Es decir, en términos culturales el anarquismo no tuvo rivales".
En este marco y entrada la década de 1880, el italiano Ettore Mattei y su compatriota Errico Malatesta, quien según el historiador Horacio Tarcus fue un "célebre propagandista del anarquismo, periodista, orador y organizador", se encontraban en la Argentina. Y si bien coincidieron un corto lapso en el país, este tiempo les bastó para dejar una gran huella de agitación en la organización de los trabajadores.
Aquellos dos “tanos”, fundarán en 1887 la llamada “Sociedad Cosmopolita de Resistencia y Colocación de Obreros Panaderos”, conocida luego como Sindicato de Panaderos, donde también editaron el periódico "El Obrero Panadero", y lograron que esta milenario labor sea una de los primeros en generar organización sindical. Más adelante en el tiempo, la fecha de conmemoración para el oficio panadero quedará fijada y se conmemorará todos los 4 de agosto en honor a aquella gesta organizacional.
En su faceta "simpática" y burlona, el anarquismo y el oficio de panadero generarán una de las más nombradas anécdotas que llegan hasta el día de hoy: los particulares nombres de muchos de los panificados que de manera sarcástica y como forma de dejar huellas “ocultas”, pusieron los anarquistas de la Sociedad de Resistencia.
En alusión a la Iglesia Católica como institución y sus prácticas, “bolas de fraile”, “suspiros de monja” y “sacramentos”. En confrontación con el militarismo y sus fuerzas, “cañoncitos” y “bombas”. Poco a poco también comenzaron a mofarse de la policía, bautizando una de las facturas como “vigilantes”. Además, cuenta la leyenda, que otras se agregaron de manera positiva, creando “libritos”, en favor de la educación, y la cremona, que podría interpretarse como muchas A unas al lado de las otras, en referencia a la letra que es símbolo del anarquismo.
Juan Riera, panadero y anarquista
Siguiendo camino rumbo al norte, alrededor de 1920 llegaría a Salta el ibicenco Juan Riera, quien había nacido en aquella isla de España el 16 de enero de 1896. Claro que aquella Ibiza nada tenía que ver con la opulencia y prosperidad que hoy ostenta, sino que era una tierra devastada por guerras y pobreza.
Será entonces que se embarcará hacia la Argentina, arribando alrededor de 1910 al puerto de Buenos Aires, para que al poco tiempo, y con 14 años de edad, se traslade a la provincia de Tucumán, donde comenzará su trabajo como vendedor ambulante de masitas y derivados de la pastelería, oficio aprendido en su tierra natal.
Instalado en el norte del país, una oportunidad de trabajo en el Ferrocarril Transandino Salta-Antofagasta, conocido también como Huaytiquina, antecesor del Tren a las Nubes, lo tentó para mudarse aún más al norte: “Huaytiquina paga”, decía el aviso en el periódico de la época y tras el sueño de un mejor empleo, Juan Riera viajó a Salta.
Según relata Edgardo Diz en su investigación sobre Juan Riera incluida en el Diccionario biográfico de las izquierdas latinoamericanas, “A lo largo de la construcción de esta línea de ferrocarril se registraron distintos momentos de agitación huelguística y por este motivo muchos trabajadores fueron expulsados. Probablemente fue durante aquel periodo cuando Juan Riera conoció a otros militantes libertarios activos en la región”.
Hacia 1921 trabajó también en el ingenio azucarero San Martín del Tabacal, encontrándose vinculado con diferentes grupos de ideas anarquistas tales como la “Agrupación Despertar”, siendo afiliado a la Federación Obrera Local Salteña (FOLS), al tiempo que colaboraba con los periódicos Despertar, La Antorcha, La Idea y El Coya, entre otros, según relata Diz en su investigación.
En un plano más íntimo y familiar, quien relata recuerdos y trazos de la vida de Juan es su nieta Aída: “Mi abuelo era anarquista. A él lo persiguieron mucho por sus ideas. Tal es así que mi papá, Ermes, nació en Tartagal porque se tuvieron que escapar en la época de Uriburu. Mi abuela se quedó en lo de una amiga que vivía en Campamento Vespucio y es por eso que mi papá nació en Tartagal”.
Luego del exilio en Bolivia y el norte salteño, ya instalado en la capital provincial, Riera retomará el oficio panadero, labor estrechamente vinculada con el ideario ácrata, que posiblemente haya abrazado en plena Puna salteña, inmerso en la construcción del monstruoso Huaytiquina.
El recuerdo en palabras de su nieta se hace rápidamente extensivo a la abuela Augusta Caballerone, compañera de vida de don Juan. Juntos tuvieron 10 hijos. “Con Augusta, mi abuela, se conocieron en Salta. Ella era hija de italianos y una persona muy compañera”.
Aída evoca desde la mítica panadería familiar, hoy ubicada en la calle Independencia de la capital salteña, recuerdos y memorias de su abuelo y la familia: “Mi abuelo era pastelero, el oficio de panadero lo aprendió después. Hacía productos de pastelería y los salía a vender con sus hijos en canastos como vendedor ambulante. Eso fue lo primero que hizo”.
“También iba a la procesión del Milagro, a las canchas, a las plazas, ahí vendía masitas. Las preparaba en la casa y salía con sus hijos: Ermes, Floreal y Hugo. Por ejemplo, Ermes no sabía sumar, entonces le decía que venda de a 5 para que le resulte más fácil la cuenta”.
La tradición familiar por el oficio panadero continúa vigente hasta el día de hoy, en un negocio que tuvo distintas locaciones, comenzando en la calle Pellegrini 515, pasando por Lerma 830, hasta la actual dirección que mantiene desde 1964, en Independencia 885, todas locaciones en la capital de la provincia de Salta.
Una zamba que lo hizo inmortal
Si bien la vida de don Juan Riera ya era relevante y de gran agitación pública y política, su popularización quedará inmortalizada en diferentes romances y poesías que sus amigos y compañeros de ideas le dedicaron a su solidaridad de brazos y puertas abiertas.
Una de las más conocidas es la escrita por el poeta Manuel J. Castilla, quien bocetó unas estrofas y las entregó a Gustavo “Cuchi” Leguizamón para su musicalización. Así nació una zamba sentida con hondo contenido de fraternidad humana, y que al mismo tiempo pasó a ser de referencia ineludible para el folclore nacional: “Zamba de Juan Panadero”.
Panadero don Juan Riera
con el lucero amasaba
y daba ese pan del trigo
como quien entrega el alma.
Como le iban a robar
ni queriendo a don Juan Riera
si a los pobres les dejaba
de noche la puerta abierta.
La semblanza de la puerta abierta trascenderá los años y las fronteras, mostrando el pensamiento y accionar cotidiano del panadero Riera. Su nieta Aída dice al respecto: “Es cierto que mi abuelo dejaba la puerta abierta. Eran esas casas de antes que tenían una puerta que daba a la calle, un zaguán y otra puerta. Entonces él dejaba abierta la puerta para que nadie durmiera a la intemperie. Castilla lo conocía muy bien a mi abuelo y por eso escribió la zamba”.
El Cuchi Leguizamón relata una anécdota sobre la razón por la cual Manuel Castilla le escribe los versos al panadero. Cuenta que el poeta trabajaba en diario El Instransigente, y un día lo despiden, quedándose sin trabajo. Con todos los problemas de esas horas, trámites y preocupaciones, no había tenido tiempo de pasar por la panadería y recoger su pan. Entonces Juan Riera, al enterarse de la situación, se le presenta y dice: “cuando usted tenía trabajo me parece bien que vaya a buscar su pan, pero ahora que está cesante, el que le tiene que traer el pan soy yo”. Esta actitud genera en Castilla la necesidad de inmortalizar al panadero y sus múltiples gestos de altruismo, en una poesía.
Será entonces la zamba la que inmortalice al personaje, la que lo haga trascender de manera singular hasta el día de hoy. Pero hubo y habrá muchos anónimos Juan Riera que dejen la puerta abierta y esperen con un pan en la mano, como metáfora de una vida en consonancia con el humanismo, la fraternidad y la lucha constante por un mundo mejor.