Puede que el título suene exagerado, o puede que tenga excepciones, como en muchos casos. Pero en mi camino deportivo y desde la cantidad de jugadores que pasaron por mi lado, no me queda otra que decir que el fútbol es para pobres.

Renzo Ruggiero tuvo que tomar un colectivo durante más de ocho años para jugar en Rosario Central, una hora para ir y otra para volver, sin saber si el plan final de ser futbolista profesional podría funcionar. Por suerte, lo coronó con una gran carrera, jugando en la primera división canalla —apodo con el que todo el mundo futbolero conoce a Rosario Central—. También jugó en Talleres de Córdoba y viajó, incluso, al Mundial de Corea del Sur y Japón como esparrin con la selección argentina de Marcelo Bielsa. El ascenso italiano, español y un último paso por Indonesia completaron su trayectoria.

Uriel Raponi, a los dieciséis años, se fue de Alcorta, provincia de Santa Fe, para instalarse solo en la enorme Buenos Aires, en la pensión de Banfield, con la ilusión de ser profesional. Atrás dejó la familia y costumbres para buscar su sueño con mucho sacrificio. Hasta el día de hoy sigue viviendo del fútbol en Italia.

El Chelo Ojeda, a los catorce años, empezó en Central y su papá se quedó sin trabajo por ese entonces. Los casi noventa kilómetros de ida y vuelta que debía hacer desde Arroyo Seco hasta Rosario lo llevaron a tomar la decisión de salir a trabajar para ayudar a su familia y poder seguir yendo a entrenar. Su primer trabajo fue ser ayudante de albañil (peón); más adelante fue pinche en una parrilla, entraba temprano a pelar papas y después salía a repartir. Su carrera fue notable, llegando incluso a atajar en River Plate. 

A Nicolás di Rito, de los catorce a los diecisiete años, le tocó hacer dedo cada mediodía con la comida en la mano, desde Coronel Domínguez hasta la Fábrica de Armas para ir a entrenar. Por si fuera poco, la vuelta era igual y dependía de la misma suerte con su amigo Adrián. Su fe y esfuerzo le sirvieron para seguir jugando hasta el día de hoy en Italia. Desde luego que le sobra talento, aunque no lo haya dicho.

A Matías Calabuig, a los dieciséis años, lo dejaron libre en Central y no se quedó de brazos cruzados. Se fue a Adiur con la idea de ser profesional y, gracias a su nivel,terminó en la vereda de enfrente llamada Newell’s. La convicción a esa edad es muy difícil y se necesita de carácter para superar ese paso antes de abandonarlo todo. De Argentina pasó a Italia, donde en la actualidad se calzó el traje de entrenador.

Hernán Muzzolon tuvo que sufrir tres cambios de escuela y de compañeros, invirtió mucho tiempo en la ruta para ir a entrenar y sortear los exámenes dentro de la cancha. Eso sin contar que pasó prácticamente todos sus fines de semana adolescentes en casa y durmiendo. Su esfuerzo lo llevó a vivir del fútbol durante casi diez años y su disciplina a decir hasta acá llegué.

Juan Ignacio Moriconi no pudo hacer su primer contrato y dejó la carrera, con olor a fútbol profesional, para comenzar a estudiar kinesiología. Supongo que eligió la lógica de un camino que podría tener un resultado más acertado y coherente, aquel que muchas veces no es el fútbol. Tuvo claro que quería una herramienta para defenderse en su vida y no renegó por darle a la pelota un espacio secundario; siguió jugando al fútbol por Los Molinos, pero cambió su prioridad.

Estos son solo algunos casos cercanos y conocidos míos. En mi país de nacimiento, una de las grandes oportunidades que puede tener un chico y su familia es el juego más lindo, loco e injusto del mundo, tanto como lo es la muerte. No tengo ninguna duda de que puede ser una salvación material a corto plazo, comparando con otros trabajos.

El pobre de dinero tiene la capacidad de aguantar muchas situaciones injustas que pasan en este rubro y sigue jugando porque sabe que el fruto puede ser eterno. Este transitar llamado fútbol no suele ser justo ni mucho menos cómodo.

Me crié con una pelota, además del odio a los chilenos y a los villeros. Las últimas dos consignas fueron dictadas por papá —decía que no servían para nada— y hoy, ya muerto, no quisiera ver la cara que pondría si se enterase de que el fútbol femenino es pagado.

Si algo aprendí en todos estos años es que el fútbol es para locos. Es un deporte, un juego o un trabajo que no es para cualquiera. Las peleas, las derrotas, los pocos minutos, las lesiones, los casi logros, los casi llegó a ser futbolista profesional o las veces que se dejan de hacer cosas para seguir persiguiendo este objetivo son muchos.

El saber que cualquiera puede hablar de vos y decirte lo malo que sos, o que no tenés nivel para jugar; la injusticia de los árbitros que pueden fallar en tu contra porque son humanos, pero pueden hundirte un buen rato. La gente que va a la cancha y te insulta sin conocerte, solo por llevar unos colores diferentes en la camiseta; a veces es incluso peor, cuando hasta los de tu propia hinchada se dan el lujo de insultarte.

Insisto en que el fútbol es para tarados, sin querer faltarle el respeto a nadie. Es una universidad donde no te podés esconder si querés llegar a ser futbolista, no hay pupitres donde escabullirse ni podés copiarle a nadie. Hay que sacar lo mejor de uno a cada momento y cada día. Tenés la capacidad de darte cuenta si estarás dentro de un equipo titular o si vas a ser suplente; descubrís que no estás ni para ir al banco por culpa de un entrenador, por culpa de tu comportamiento o, simplemente, por no llegar a examinarte dentro de la cancha. Un rato le podés mentir a tu familia, un rato les podés mentir a tus amigos y, desde luego, te das cuenta de que la pasás mal y te querés dejar de mentir a vos mismo. En mi opinión, ahí está el master que aprende un futbolista: la gestión de cientos de minisituaciones que corren por dentro de uno.

Ya sé que no nombré todas las cosas positivas que te da este ámbito, como, por ejemplo, jugar, ganar, resaltar tu vida, saber, tener una opinión formada y con más criterio de lo normal de cómo viste el juego. Sin querer, aprendés a ponerte en el lugar de la gente porque ya te ponés en el lugar de un futbolista que le va mal y conocés esa sensación desagradable. Aprendés a trabajar en equipo e identificar lo que tenés que hacer; aprendés un sentimiento nuevo, cuando alguien te saluda y te reconoce por la calle. Eso conlleva ser un modelo para algunos amigos tuyos y, desde luego y aunque parezca hermoso, puede ser una mochila años más tarde.

Cada día que pasás en el fútbol es un brutal aprendizaje de muchos comportamientos cotidianos observados desde diferentes ángulos.

El fútbol es para pobres y no precisamente de dinero.

 

Nació en Rosario en 1983. Exfutfolista profesional de Rosario Central, Unió Esportiva Sant Andreu, Genzano di Lucania, CE Mataró, Andorra de Teruel, Nardo Calcio, Martina Franca, Bisceglie Calcio, Casarano Calcio, UDA Gramanet y Tecnofutbol. Actualmente trabajo en una escuela de fútbol de alto rendimiento en el área de Desarrollo Personal. El libro se presenta el martes 6 de agosto a las 18.30 en Homo Sapiens, Sarmiento 829. El autor estará acompañado por ex jugadores.