Una serie de frases y hechos, en apariencia desconectados, confirmaron esta semana el grado de alineamientos y descomposición que vive la política argentina. No estuvieron ocultos, para cualquier observador atento. Pero sí quedaron mediáticamente relativizados, porque se impuso el casi monotema de la situación en Venezuela.

Tampoco, por supuesto, es cosa de secundarizar lo que se vive en ese país. Ser la mayor reserva de crudo planetaria exime de mayores comentarios sobre su influencia regional e internacional. Y estamos en un mundo dividido en bloques. El predominio de ese aspecto es determinante, para entender que no sólo se trata de quién ganó en las urnas.

Con honestidad intelectual, nadie debería desconocer que detrás de lo que ocurre en Venezuela está la mano de Washington mediante sus estímulos y concreciones golpistas (2002) desde el surgimiento del chavismo. Y de lo que de él se mantenga ahora.

Es un país bajo ataque externo indisimulado. Dicho en términos consignistas pero irrefutables, los actores dirigenciales de la oposición -pasados y presentes- son vasallos imperiales. Hay que decirlo con todas las letras.

También es indesmentible que al gobierno de Nicolás Maduro, antes que actas, le faltaron desde la medianoche del domingo gestos y explicaciones mucho más contundentes para autenticar su triunfo. O para establecer dudas técnicas razonables sobre los números insólitos que brindó la oposición. Se lo indicaron Lula, Petro, López Obrador (¿que son de derecha?). Al parecer, los únicos mandatarios sensatos de la región que obran con cabeza de políticos de Estado tendientes a no echar nafta al fuego.

Recién el viernes, en una rueda de prensa de Maduro y Jorge Rodríguez que la totalidad de los medios argentinos ignoró olímpicamente, se mostraron las actas truchísimas de que se valieron María Corina Machado y su candidato títere para adjudicarse la victoria (y que, además, son apenas un tercio del total de las mesas).

Como advirtió el colega argentino Marcos Salgado, radicado hace años en Caracas, la inmensa mayoría de los enviados locales no cubren ni las marchas oficialistas, ni el Palacio de Miraflores, ni nada de nada que no sean las denuncias y manifestaciones opositoras. Y se agrega a ello que las coberturas de aquí, incluyendo a ciertos colegas y prensa progre, asumieron el rol de papagayos de los intereses estadounidenses. Algunos lo harán por ingenuidad, otros por convicción y otros porque así se lo exigen las corporaciones donde trabajan.

Esto no invalida las críticas honestas y fundadas que pueden hacerse respecto de Maduro: la dolarización de facto que impuso más como opción única que como decisión querida, el usufructo que hacen de ello los sectores del privilegio, el ingreso derrumbado de los más pobres, niveles de burocratización y corrupción escandalosos. Y señalamientos acerca de violaciones a los Derechos Humanos que apuntan organismos y personalidades prestigiosas.

Eso sí: pocos se escandalizan preguntándole a Volodímir Zelenski por sus proscripciones a partidos de izquierda, ni al “régimen” peruano por el derrocamiento y cárcel de Pedro Castillo, ni prácticamente a Israel por el genocidio que lleva a cabo en Gaza. No hace falta especialización alguna en política internacional para saber cuánto da dos más dos.

Recién hacia mediados o fines de la semana, reapareció la pregunta de si, acaso, no habría que pegarse una vuelta por la Argentina.

Fue cuando cupo “percatarse” de esa serie de acumulados que, finalmente, ratifican nuestro escenario.

Primero, la sucesión de tarifazos a los que el Gobierno sigue disfrazando como un recurso en cuotas “sensibilizadas”, en lugar de perpetrarlo de un solo saque (que es lo que le exige la ortodoxia, para terminar de “sincerar” la economía).

Esto último, entre otras reacciones pero nada menos, recibió la cínica prevención de Paolo Rocca. Al frente de los accionistas de Techint reconoció que, quizás, “fuimos demasiado optimistas” en eso de pensar que todo podía hacerse más rápido.

Menos atención todavía se le prestó a los dichos de Mauricio Claver Carone, ex presidente del Banco Interamericano de Desarrollo. Enemigo jurado del ministro Guillermo Francos por sus andanzas competitivas en la entidad, cuando era hombre del gobierno de Alberto Fernández. Y uno de los principales asesores de Donald Trump.

Claver Carone dijo que Javier Milei sigue gobernando con “políticas peronistas”. Que ni siquiera sabe hablar inglés. Que es más de lo mismo. Que a Macri lo apoyaron porque “había una relación de más de 30 años”. Que continúan “buscando maneras de reforzar al peso”, en lugar de liberalizar todo. Y que mejor sería que el presidente argentino vaya olvidándose de un apoyo del FMI, o del Tesoro estadounidense.

En concordancia, los bonos y las acciones argentinas en Wall Street continúan en picada irrefrenable. El riesgo país no se mueve de un índice que hace imposible acceder a financiamiento externo. Los campestres gracias si le dedicaron a Milei unos aplausos desangelados en la inauguración de la Rural, mientras permanecen sentados en las silobolsas a la espera devaluatoria.

Y el Gobierno contesta con lo revolucionario que será la promoción turística, a través del videojuego Fortnite. Somos precursores planetarios en ese terreno. ¿No les cambia la vida?

Es paralelo a una buena parte de las mayorías que para pagar la luz y el gas van cayendo en créditos usurarios en los barrios populares. O reventando la tarjeta de crédito. O abandonando las prepagas. Y reduciendo el consumo alimentario hasta límites en que el salario o los ingresos achican el mes a unos diez o quince días.

Párrafo aparte para la venganza con que Jamoncito le sopló a provincia de Buenos Aires la planta de Gas Natural Licuado en Bahía Blanca. Años de preparación inversora, explicaciones científicas de la noche a la mañana, cero que ver con el RIGI. Por las dudas, los malayos de Petronas avisaron que todavía falta mucho para implementar el delirio de instalar la planta, empezando de cero, en la desértica Punta Colorada de Río Negro.

También se precipitaron los episodios que sólo tienen repercusión entre luchadores sociales, organismos de Derechos Humanos, campo intelectual y profesional. Gentes a las que les queda una base imprescindible de dignidad política.

El Gobierno envió un proyecto para reformar la Ley de Seguridad Interior, porque los libertaristas quieren militares en las calles.

Otro proyecto de decreto, revelado en este diario sin desmentida oficial alguna, estipula frenar las causas por delitos de lesa humanidad y permitir la vuelta a sus casas de los condenados por crímenes aberrantes. La propuesta ancla en dos hombres de confianza del ministro Luis Petri -el subsecretario Guillermo Madero y el director nacional de DD.HH Lucas Erbes- visitantes de represores detenidos en Campo de Mayo.

Lourdes Arrieta, diputada mileísta, prefirió en cambio ir a uno de los penales de Ezeiza para brindar asistencia a Alfredo Astiz, Antonio Pernías, Raúl Guglielminetti, Gerardo Arráez, el “Pájaro Martínez Ruiz, Agustín Oyarzábal Navarro, Juan Manuel Cordero, Mario “El Cura” Marcote, Miguel Ángel Britos y Adolfo Donda. Algo así como un seleccionado de genocidas.

Arrieta, en una de las declaraciones más asquerosas desde la recuperación democrática, arguyó que fue allí, junto con sus colegas de bloque, sin saber ni a dónde iba ni quién es Astiz, porque nació en 1993 y no tiene idea de lo que pasó en la dictadura.

¿Lo más grave es eso? ¿O es que el grueso más grande los argentinos votó eso, en tanto y cuanto Milei y su vice reivindicadora del terrorismo de Estado eran planta llave en mano?

En el Congreso de la Nación se impidió, suspendió o echó a Ángel Luque por el caso María Soledad Morales. A Luis Patti. Al diputeta Juan Ameri.

¿No queda allí alguna mayoría de voluntades, incluso de fuerzas de derecha “republicana”, capaz de expulsar a estos esperpentos? ¿Hasta esto hemos llegado, con “el cambio de época”?

Asimismo, reapareció Mauricio Macri convocando al extinguido Pro en su indicación de que apoya al Presidente ma non troppo, porque adhiere a su ideario pero… si se tiene en cuenta que es un “débil”, inhabilitado para trabajar en equipo y rodeado por un entorno nefasto. Fue patética la ausencia de figuras macristas relevantes.

Lo destacado, más la notoria distancia agresiva contra la Comandante Pato (y viceversa), es que apenas estamos frente a un mismo aparato con facciones de ego enemistadas.

Menos mal que volvió a meter baza Guillermo Moreno, para reivindicar a Victoria Villarruel. Sigue en su juego de influencer de pantalla, con una retórica atrayente, en el divague de un nacionalismo matón, de pacotilla, que acaba por defender al neoliberalismo de los magnates del capital. Cuestiona que son brutos. No que son perversos.

Lo único renovado, entonces, es que, salvo por declaraciones y actitudes aisladas, la oposición permanece en un limbo. En algún momento deberá salir, por aquello de que, en política, nada es para siempre.