Pianista y compositor, actor y director de teatro, emprendedor compulsivo y voraz observador del cara y seca de los consumos culturales, Facundo Ramírez anda en mil cosas a la vez. Siempre. Aunar es parte de su naturaleza y en esas combinaciones logra los equilibrios que componen un perfil artístico personal, que en la multiplicidad del presente encuentra el tiempo para presentar Piano argentino, el disco que publicó el año pasado con sus reflexiones pianísticas sobre músicas de Atahualpa Yupanqui, Eduardo Lagos, Carlos Guastavino, Alberto Ginastera y Astor Piazzolla, además de obras propias y de su padre, Ariel.

Por tres viernes de agosto, entre el 9 y el 23, Ramírez se presentará a las 21 en Clásica y Moderna, el histórico espacio de música, libros, artes plásticas y otros avatares de la cultura de Callao 892, reabierto hace algunos meses. “Siempre trato de emprender cosas, tengo una voluntad inquebrantable de generar, no espero que me llamen”, sintetiza Ramírez en el inicio de la charla con Página/12.

“En sus distintos aspectos, la música y el teatro me incitan continuamente y trato de responder a todos los estímulos creativos que me producen. Andar en diversas cosas a la vez me resulta natural”, continua el pianista y actor. “Esta característica dual, que alguna vez asumí tal vez sin calcular hasta dónde podía llegar, a menudo me depara momentos intensos, como este”, continua Ramírez, que además de una serie de recitales junto a Julia Zenko –el 24 de agosto estarán en el Teatro Metro de La Plata y el 25 de octubre regresarán al Tasso de Buenos Aires– ya está ensayando la pieza Paisaje, de Harold Pinter, y prepara el ciclo de conciertos en Clásica y Moderna. “¡Ah! y sigo componiendo música de concierto, actividad que había abandonado hace unos años y retomé en la pandemia”, agrega.

“Para mí, volver a Clásica y Moderna inevitablemente significa recordar a Anita Albarellos, persona maravillosa, que fue durante casi treinta años la programadora y la prensa de un espacio que para muchos fue un adorable refugio. Por eso este ciclo quiere ser un homenaje a ella”, asegura Ramírez. “Recordarla es una forma de agradecerle lo mucho que hizo por nosotros. Y cuando digo nosotros, digo Buenos Aires. Anita nos dio un espacio en el que con total libertad cada uno de nosotros hizo lo que quiso y así convirtió a Clásica y Moderna en un lugar emblemático, un punto de encuentro donde como protagonistas o invitados podían estar Mercedes (Sosa), la Tana Rinaldi, Horacio Molina, Sandro, Mariquena Monti o Virgilio Espósito, por nombrar a algunos. Ahí conocí a José Sacristán, con quien después trabajé, y en un evento privado escuché cantar a Liza Minelli. Era además un lugar predispuesto hacia el mundo de la cultura, porque estaba muy vinculada con pintores y escritores”, recuerda el pianista.

Los ciclos en los que Ramírez presentó sus discos, o los que hizo con Rita Cortese o con la legendaria cantante puertoriqueña Lucecita Benítez, también son parte de una memoria de Clásica y Moderna que desde el viernes se reaviva en el formato intimista que el ambiente sugiere. “Voy a estar con Tato Taján en guitarra y cada noche un invitado”, anticipa Ramírez y revela que entre otros recibirá a Bruno Arias y a Charo Bogarín. “Seguramente iremos más allá de la presentación de Piano argentino y haremos cosas de mis otros discos, como Ramírez x Ramírez, NosotrasNosotros y otros. Además, cada noche el invitado seguramente pondrá su impronta en el repertorio. Pensé que sería bueno reeditar el formato piano y guitarra, con artistas invitados, con el que empecé allá por los '90 en el Café Mozart y continué durante muchos años”, rememora el músico y teatrero.

Hijo de uno de los nombres emblemáticos del folklore, Ramírez se formó desde niño en el ámbito de la música clásica. Su hermana Laura, Lyl Tiempo, Ana Tosi De Gelber y Antonio de Raco fueron sus maestros de piano y estudió composición con Guillermo Graetzar, antes de perfeccionarse en Viena y París. Al mismo tiempo que la música crecía, maduraba su vocación por el teatro, terreno en el que tuvo como principal maestro a Miguel Guerberof

Lejos de ceder al extrañamiento de ser un músico en el teatro y un teatrero entre los músicos, Ramírez multiplica y logra sacar lo mejor de sí en la combinación. “’Cómo se nota que sos músico cuando hacés teatro’, me dijo Patricio Contreras una vez que vino a verme, cuando puse en escena Amarillo de Carlos Somigliana. Lo sentí como un gran elogio, porque al final de cuentas hacer música popular sin ser folklorista, componer música de concierto y hacer teatro son parte de la misma sensibilidad”, continua Ramírez, que el año pasado fue premiado por su versión de Las criadas, de Jean Genet.

“Hace unas semanas, con Marcela Ferradas, comenzamos a ensayar Paisaje, de Harold Pinter, una obra que siempre quise hacer. Pude comprar los derechos y ahora que lo pienso, por suerte no la hice antes, porque recién ahora me siento maduro para actuar y dirigir un texto de una profundidad extraordinaria", reflexiona Ramírez. "Son solo dos actores. Un matrimonio en el que el diálogo se va agotando para dejar lugar a monólogos. Tremendo. Pinter es un autor capaz de crear un mundo que parece fuera del mundo, pero que de pronto se revela como el único posible”, asegura el pianista y director. “Es una obra difícil, triste y hermosa, que vamos a estrenar en octubre en el Beckett Teatro (Guardia Vieja 3556), que fue una sala que inauguré como actor, porque la programaba quien fue mi maestro, Miguel Guerberof, que puso en escena dos obras de Samauel Beckett y en una de esas actuaba yo. Esto también de alguna manera representa un regreso”, advierte Ramírez.

Todo parece cerrar en la compleja trama artística de Ramírez, incluso el espectáculo conjunto con Julia Zenko que finalmente se concretó en esta temporada y se afirma como espacio de encuentro. “Con Julia nos debíamos un espectáculo conjunto. Nos conocimos cuando fuimos invitados en aquello recitales que dio Mercedes (Sosa) en el Luna Park en los ’90 y desde entonces siempre pensamos en hacer algo juntos. Fue invitada en Dímelo al oído, un cabaret de tango que hacíamos con Mario Figueiras, y después compartimos una gira María de Buenos Aires por Europa, con la puesta de Philippe Arlaud, en la que ella era María y yo el Duende”, recuerda Ramírez y concluye: “Pero recién ahora los planetas se acomodaron para que nos encontremos. Y esta bueno que esto se de en la madurez, porque mejor que conocernos, nos intuimos maravillosamente bien en el ida y vuelta de la canción”.