“Más allá de la calidad de democracia que tenemos y sus deudas, imaginate que ganara quien ganara en el 83, tenía que asumir y solamente enfrentar el drama de los desaparecidos y los chicos nacidos en cautiverio, o solamente enfrentar a las secuelas de Malvinas, o solamente enfrentar a la deuda externa, o solamente enfrentar a la desindustrialización del país. (Raúl) Alfonsín se tuvo que enfrentar a todo eso junto al mismo tiempo. No era joda...”, señala a Página/12 Juan Pablo Csipka, periodista, investigador y autor de Una batalla de todos los días. Cómo recuperamos la democracia en la Argentina (Marea editorial), en donde narra la etapa de la transición democrática a partir del levantamiento de Semana Santa como punto de condensación del pasado reciente y de múltiples consecuencias a futuro. “Tuvo algo de viento a favor porque las Fuerzas Armadas estaban desarticuladísimas, sin posibilidad de volver al golpismo pero con una capacidad de resistencia muy fuerte, y tenía que solidificar una democracia que venía con problemas desde 1930”, destaca.
Csipka quería escribir sobre la década del ´80 y ya había trabajado sobre el primer alzamiento carapintada, pero le parecía que Semana Santa en sí no alcanzaba para un libro. Entonces se le ocurrió abordarlo desde la transición democrática, con Semana Santa como eje. “Se te junta la interna militar, las tensiones acumuladas desde el ´83 pero sobre todo desde la sentencia a los comandantes; el tema económico, porque el Plan Austral está empezando a hacer agua; la interna con el peronismo, que le dan el Ministerio de Trabajo a un sindicalista dos semanas antes, después de denunciar un pacto militar-sindical. Me parecía que ahí había un tema”, recuerda. “Y las cosas pendientes las resuelve (Carlos) Menem a lo Menem, con los indultos. Y queda todo frenado hasta el 2003”, cuando en el gobierno de Néstor Kirchner se derogan las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, y se retoman los juicios a los represores.
-¿Cómo pensaste este libro? Hay una cantidad de datos impresionante, con Semana Santa como punto pivote para ir al pasado y a lo que viene después de esos hechos.
-Semana Santa es un hilo conductor. Yo quería hablar sobre la transición democrática, pero, ¿cuándo empezó y cuándo terminó? Nadie tiene la precisa. Yo veo tensiones irresueltas antes de Malvinas y después de Semana Santa, por eso voy del ´80 al ´90, ´91. En el ´80, a la dictadura se le junta la crisis financiera, que es bestial porque se les cae la Tablita, y se empiezan a pelear entre ellos por la salida política. (Leopoldo) Galtieri es el tipo que va a hacer implosionar el proceso, rompiendo el diálogo político que había con los partidos. Además, el trabajo sucio estaba terminado, no había más a quién reprimir porque habían exterminado toda la resistencia, pero los grupos de tareas estaban envilecidos, se dedicaban a los secuestros extorsivos. Los secuestros extorsivos de los ´80 son hijos de eso. La Tablita, el corazón del proyecto de (José Alfredo) Martínez de Hoz, ya había generado la desindustrialización. Ahí están las tensiones. ¿Y dónde se termina de resolver todo eso? En el verano del ´91. El final de la amenaza carapintada con Menem reprimiendo como no lo había hecho Alfonsín. (Mohamed Alí) Seineldín preso, (Domingo) Cavallo hace el 1 a 1, que es la tablita llevada a su máximo punto de rigidez, y los indultos. Volvemos a 1980: se corona la impunidad de los oficiales; se restablece el orden económico de la Tablita, perfeccionado; no hay militares levantiscos; la democracia no cuestiona nada. Es un final terrible.
-En el libro desarticulás varios mitos sobre esos días. Uno es que la ley de Obediencia Debida se la arrancó Aldo Rico a Alfonsín en Campo de Mayo. ¿Qué sucedió realmente?
-Está el pre-punto final que son las Instrucciones a los fiscales, y es algo olvidadísimo. En abril del ´86 instruye a los fiscales para que agrupen todo y que apliquen ad hoc la obediencia debida. Se armó quilombo, tuvieron que retroceder. Siguen las tensiones, Alfonsín va a Las Perdices, un pueblo de Córdoba. Típico acto a los que va un presidente... Bajo la lluvia dice que va a mandar un proyecto de ley al Congreso para limitar la responsabilidad de los militares de tropa. No dice obediencia debida, pero dice que hay militares que actuaron por coerción. Inmediatamente viene Semana Santa y ese acto en Las Perdices quedó en el olvido. Alfonsín estaba a punto de mandar un proyecto de ley (en ese momento las sesiones empezaban el 1° de mayo). Podría haberlo mandado para sesiones extraordinarias, pero estaban discutiendo la letra chica y los primereó Rico, que lo más factible es que supiera que estaban armando ese proyecto, y lo vende como un triunfo suyo. El gobierno queda tocado, paga un costo político peor que si fuera un mero correctivo del Punto Final. De hecho, (Horacio) Jaunarena me lo dijo cuando lo entrevisté en 2017: con el diario del lunes, ni Instrucciones a los fiscales ni Punto Final, tendríamos que haber mandado la Obediencia Debida al día siguiente de la condena a los comandantes.
Una batalla de todos los días (que tendrá su presentación en septiembre) cuenta, con muchos datos pero muy dinámico en su armado narrativo, el momento de la transición democrática que encabezó Alfonsín como presidente, con los hechos de Semana Santa como un Aleph histórico-discursivo, donde confluyen y desde donde parten hechos que abarcan los últimos 50 años de la historia nacional. Va y viene en el tiempo con esos días de abril de 1987 como pivote, en una crónica detallada y precisa del pasado que permite sentir la adrenalina que se vivió en el momento y, a pesar del tiempo transcurrido, situarnos en la encrucijada que vivió la Argentina frente al primer levantamiento militar tras el retorno democrático y el Juicio a las Juntas. Con distintas fuentes (libros, trabajos académicos, series documentales, artículos de diarios y revistas, documentos oficiales y discursos, pero también testimonios conseguidos en entrevistas propias), Csipka va armando el rompecabezas página a página, y cada tema abordado habilita la aparición del siguiente, con un encastre sólido.
-El título es un fragmento de un discurso de Alfonsín, pero además una consigna. Nada debe darse por garantizado. Y también dijo que con la democracia se come, se cura, se educa. ¿Qué pasa cuando la democracia no puede garantizar esas cosas? Hoy la cuestión democrática parece ser un tema abierto a debate...
-La democracia consolidó el sistema político, el estado de derecho. La amenaza golpista no existe más, pero no se dio vuelta la matriz económica de la dictadura, que es la gran deuda pendiente. Cuando Alfonsín dice en la campaña que con la democracia se come, se cura y se educa está planteando las coordenadas básicas de un Estado de bienestar mínimo. No lo puede hacer porque ese Estado de bienestar está destrozado por la dictadura. Entra en escena el neoliberalismo y en su vertiente más espantosa, el capitalismo financiero. El país se desindustrializa, es más negocio meterse con la tasa de interés que poner una fábrica. El sistema político argentino no entiende qué pasó en la dictadura en términos económicos. Menem sí lo entiende, y vaya si lo hace. Es la desregulación total de la economía. Ahí es donde la democracia cruje, porque si no puede satisfacer necesidades básicas el sistema está complicado. Lo peor que le puede suceder a un sistema de representación es que se rompa la relación entre representantes y representados. Y peor: si los representados empiezan a sentir que se representan a sí mismos, ahí disparan para cualquier lado. Milei, que tampoco salió de un repollo. Crisis económica, pandemia, fracaso por derecha con Macri, fracaso progresista con Alberto y Cristina...
Una democracia tutelada
Para Csipka, la crisis de la última dictadura que derivó en la recuperación democrática, el Juicio a las Juntas y el levantamiento de Semana Santa empezó antes de la derrota en Malvinas, y uno de los motivos de esa crisis fue la discusión sobre la posibilidad de una salida política al régimen militar. Y recupera la propuesta que Ricardo Zinn, el “arquitecto” del Rodrigazo y referente de la derecha de entonces, realizó en su libro La segunda fundación de la república: una democracia tutelada con candidatos aprobados por un “Consejo de Garantías de la República”. “Si le hubiesen dado bola a Zinn o hubiera germinado alguna de las ideas de la salida política de esa época, hoy capaz que no estaríamos hablando de este libro”, especula el autor. “Hay un momento, ´78-´79, que si convocaban a elecciones y se postulaban, probablemente ganaban. Lo dijo (Reynaldo) Bignone. Tenían todo a favor: habían derrocado al peronismo, Perón estaba muerto, podían transar con la derecha...”, recuerda. “Zinn dice que para institucionalizar la dictadura hay que reformar la constitución, y no se animan porque la derecha argentina siempre vio como como intocable la constitución de 1853. Si por ellos fuera habría que modificar la actual y volver a esa. ¡Pero cuando hubo golpes de Estado no dijeron nada!”, concluye.