Marcelo Gallardo tuvo una presentación cinematográfica. Más que a su nuevo director técnico, River le dio la bienvenida a una superestrella del fútbol. Aquella que lo condujo acaso al ciclo más brillante de su historia gloriosa. Y que a partir de ahora, intentará otra vez renovarle su destino de grandeza. River ha vuelto a creer en sí mismo. Y eso lo ha conseguido Gallardo y su aura triunfal. Por portación de apellido y sin siquiera calzarse una vez el buzo de entrenador.

Con un par de llamados telefónicos, el ídolo-técnico logró lo que no habían podido conseguir los mismos dirigentes que lo fueron a buscar: convenció a Germán Pezzella de su regreso al club y encaminó las llegadas inminentes de Maximiliano Meza desde el Monterrey de México y Fabricio Bustos desde Internacional de Porto Alegre. Pero la magia llega hasta acá. Y empieza la hora de los grandes desafíos. Y de armar un equipo que apunte a ganar la Copa Libertadores. Pero que no descuide el campeonato local. Y que cada vez que salga la cancha sea representativo del exigente paladar de los hinchas. Eso demandará trabajo intenso. Pero también respuestas rápidas. Dentro de una semana, River irá a Córdoba para enfrentar a Talleres en la ida de los octavos de final de la Copa. Allí deberán empezar a verse algunos cambios. Una actitud y un juego diferentes.

En el trabajo de la semana, Gallardo tendrá que meter mano para que el equipo sostenga una corriente continua de fútbol y no decaiga de pronto en los pozos de inexpresividad que lo afectaron en el último tramo del ciclo de Martín Demichelis. Y que también se vieron el domingo ante Unión en Santa Fe. Cuando después de unos primeros veinticinco minutos promisorios, con buena circulación de la pelota y llegadas profundas, River se detuvo, se enredó y ya no pudo retomar el camino que había transitado en un principio.

Hay muchos volantes de buen pie, pero pocos que verdaderamente se hagan cargo del armado de juego que no debería recaer en los 16 años adolescentes de Franco Mastantuono. También una certeza: la ida de Nicolás de la Cruz al Flamengo ha dejado un vacío imposible de llenar. Nadie en el actual plantel tiene la dinámica y el recorrido largo, casi de área a área, que el mediocampista uruguayo aportó en su paso por el club. Se lo extraña. En la medida que Gallardo apriete las teclas correctas para reacomodar la media cancha, River ganará en volumen de fútbol y podrá establecer mejores conexiones con el colombiano Miguel Borja y quien lo acompañe en el ataque (por ahora toda una incógnita). . 

El tema es que tiene cinco días apenas para empezar a mostrar el esbozo de un gran cambio. El sábado, una multitud le dará la bienvenida al nuevo ciclo. Pero después de la emoción del reencuentro en un estadio Monumental repleto, habrá un partido contra Huracán, el puntero del campeonato local, en el que habrá que dar señales positivas de cara a lo que se viene. Toda la presión la absorberá Gallardo. Para eso volvió a River. Más que como técnico, como un rockstar de la pelota.