El lunes 29 de julio no fue un día más para el mundo chamamecero. A las 7.30 en el Sanatorio Parque pasaba a otro plano de la vida Gregorio de la Vega. Había sido ingresado al nosocomio unos días antes, por presentar un cuadro de fiebre. Su cuerpo fue sepultado en Curuzú Cuatiá, junto a Antonio Tarragó Ros, su gran amigo y compañero. Gregorio fue un pilar de la música del litoral. Tenía 93 años, y vivía hace décadas en la ciudad de Rosario. 

Este artista nacido en Paraje Las Cuchillas en el sur correntino vivió sólo sus primeros años de vida allí ya que luego su familia se trasladó a Santa Elena en Entre Ríos. Ahí es donde comenzó en la escuela a vincularse junto a otros jóvenes y a dar sus primeros pasos en la música. Uno de sus compañeros era Andrés Cañete. Se reencontrará con él en Rosario algunos años después y compartirán conjunto.

Ya en 1944, a sus trece años, llegó a Rosario en pleno auge de la industria frigorífica, lo que hacía que cada vez más personas se asentaran en la región. En su caso, en el barrio Saladillo. Fue allí que a principios de la década del 50´ recibiría la invitación que cambiaría su vida: la incorporación al conjunto de Tarragó Ros, el Rey del Chamamé.

Allí comenzaría una carrera que lo llevó a grabar discos en Buenos Aires, donde aportó su voz en el canto y las glosas, su interpretación, ejecución de la guitarra y también su pluma como letrista, ya que junto a Tarragó compuso una veintena de canciones y a lo largo de toda su carrera inscribió 193 temas ya sea como autor o coautor. La canción A Curuzú Cuatiá, de la cual es coautor, es el himno oficial de esa ciudad.

Su voz fue una de las características del conjunto de Tarragó Ros, fue en esa época que vendieron millones de discos. Así lograron tres discos de oro y otros reconocimientos del sello discográfico Odeón. Dejarían una huella imborrable en varias generaciones de litoraleños.

Gregorio de la Vega, un prócer del chamamé. 

En esa etapa, que duró hasta 1975 -volvió a grabar un disco después- y lanzado ya como solista recorrió los principales escenarios y festivales del país, como la Fiesta Nacional del Chamamé en Corrientes y el Festival de Cosquín. También fueron innumerables los bailes que lo han visto siempre vestido con las ropas gauchas, sombrero y bordados gardelianos.

Comandando la dirección de su propio conjunto grabó más de veinte discos y participó prácticamente hasta su retiro, hace algunos años, de otros tantos porque si hay algo que caracteriza a los grandes como De la Vega es su generosidad y humildad.

Fue declarado Músico Distinguido por el Concejo Deliberante de Rosario, ganó el Premio Gardel de Oro en 1992 y el Senado de la Nación le otorgó el Premio Sarmiento. Pero sin dudas el mayor logro fue obtener el cariño y reconocimiento de tantas personas que se vieron conmovidos por la noticia de su muerte.

Su velatorio fue realizado en Granadero Baigorria, donde músicos y familiares se acercaron a despedirlo, luego el cortejo siguió camino a Curuzú Cuatiá frenando por el lapso de más de una hora en María Grande -Entre Ríos- para que integrantes de la peña tarragosera lo despidieran pulsando sus instrumentos y ya en su destino final se cumplió su última voluntad que era encontrarse en el mausoleo junto a Tarragó Ros.