Cuando la historiadora germana Annette Kuhn (1934) creó en 2009 la fundación que lleva su nombre para la formación de las mujeres y la investigación histórica sobre la mujer, lo hizo en la comprensión de una realidad universal: conocer la historia permite no repetirla. La mujer –pensó Kuhn– debe conocer sus problemáticas históricas para superarlas.

Desde Heródoto –hace 2.500 años– en adelante, la Historia como elemento de autoconocimiento cultural y antropológico, resulta un eje fundamental para la superación de las trampas cíclicas que los procesos sociales y el propio decurso histórico conllevan. Aldous Huxley, el autor de la célebre novela futurista de 1932, Un Mundo Feliz, señaló que “quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia”.

A partir de esta idea podemos inferir que revisar el pasado es la mejor garantía para la superación presente y futura. Sin embargo, en una era de hiperconectividad como la actual, de trasiego informativo sin precedentes, la comprensión histórica parece disminuir. Que haya muchas más herramientas para la interpelación de la historia, para el análisis complejo o la captación de datos, no significa que aumenten los procesos cognitivos de la sociedad.

En mi caso, tuve la oportunidad de aportar un humilde –minúsculo– grano de arena para contrarrestar ese proceso retrógrado, en tanto ahistórico. Durante años –a partir de 2016 y hasta el golpe de Jeanine Áñez como emisaria de Washington, colaboré con el diario Cambio durante la revolución indígena liderada por Evo Morales y el MAS-IPSP. De esa labor, publicada cada domingo en las páginas del matutino ya desaparecido tras el golpe de Estado, surgieron dos libros que reúnen aquellos escritos. El primero Los combates y las ideas acaba de salir a la luz de la mano de Acercándonos Ediciones de Buenos Aires, con prólogo del escritor y ensayista chileno Javier Larraín Parada.

El diario Cambio era un medio que buscaba, precisamente, equilibrar el flujo de noticias que la prensa hegemónica ofrecía al público en su estrategia de manufacturar consensos funcionales a la dominación –casi todos los grandes diarios y grupos multimedias eran aliados ideológicos de los Estados Unidos y las oligarquías locales–. En ese contexto, el diario Cambio fue un hito importante en las nuevas estrategias implementadas por Evo, precisamente porque permitían al público saber de forma directa cómo se desarrollaban las transformaciones económicas, jurídicas y en el statu quo de los pueblos originarios, entre otras cosas. No era un órgano de propaganda gubernamental. Era un instrumento especular, una ventana para que la gente entendiera cuáles eran los pasos que se estaban dando en la nacionalización de la industria, las luchas legales contra los oligopolios y las batallas diplomáticas contra un norte rico y avasallante que contaminaba la consciencia colectiva con todo tipo de fakenews y tergiversaciones mediáticas.

Al principio mi labor consistió en escribir una nota de análisis político que saldría los domingos en el suplemento Democracia Directa. A partir de allí fueron surgiendo ideas, nuevas secciones e iniciativas muy poderosas desde el punto de vista de la divulgación histórica y social. Con Juan Cori Charca –por entonces editor de la parte política–formamos un tándem a la distancia muy creativo y fértil –él en La Paz y yo en Argentina–. La idea era adentrar a los lectores en el vasto universo de las ideas políticas y sus desarrollos históricos a lo largo de todo el siglo XIX y XX.

En esos años fecundos expliqué cientos de aspectos medulares para entender Latinoamérica: el rol que cumple el Fondo Monetario Internacional (FMI) en la dominación colonial de las periferias, o las cuáles eran ideas de los intelectuales del estructuralismo y la Escuela de Frankfurt. Explicábamos quiénes habían sido Herbert Marcuse, Theodor Adorno, Erich Fromm o Max Horkheimer, entre otros, y el impacto que habían tenido en la sociedad del siglo XX, el freudo-marxismo o los análisis de la dominación tecnocrática que planteaba Marcuse y que tanto marcaron el Mayo Francés, del 68. Hubo artículos sobre Henry David Thoureau, un pilar de la desobediencia civil en los Estados Unidos, o quién fue Efraín Ríos Montt, el genocida guatemalteco financiado y entrenado por el Pentágono. La gama era muy amplia y abarcaba desde la Revolución cubana y sus protagonistas, hasta el análisis de los mecanismos imperiales como la Escuela de las Américas para entrenar genocidas a cuenta de Washington. Todo lo que podía darle al lector una cosmovisión amplia, didáctica y completa sobre los factores que incidían en la realidad nuestromericana fueron tocados y desarrollados en esos años.

* Escritor y analista argentino, miembro de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad.