Siempre se puede ser más grande. Y siempre se puede afrontar un nuevo desafío. Para los elegidos es así. Y Marcelo Gallardo es uno de ellos, capaz de encarar nuevas metas incluso donde las alcanzó prácticamente todas.
Para las nuevas generaciones es el hombre más importante de la historia de River. Para las anteriores, o los muy respetuosos de la historia, puede aparecer detrás de Ángel Amadeo Labruna. Pero nadie duda del predicamento de Gallardo y de la aceptación unánime para que ayer y hoy se haga acreedor de “las llaves del club”.
A Gallardo, todo lo que es de Gallardo. A los dirigentes, todo lo que es de los dirigentes. En este caso, el de la vuelta del entrenador más exitoso de River, los directivos hicieron del defecto una virtud y de una crisis, un gran acontecimiento.
Fueron hábiles para administrar el conflicto y la salida de Martín Demichelis, a tal punto que transformaron una jornada caliente en una noche romántica y un despido en un homenaje.
Hasta ahí, todos de acuerdo. Lo que significa el Muñeco. La astucia de la dirigencia. Pero no está bien que se tape lo evidente, aunque se trate del “Gran DT”. Aunque hablemos de directivos que, a la luz de los acontecimientos, manejaron bien la crisis. Lo evidente es que ni uno ni otros obraron bien. Y que lo que se critica en otros clubes no se debe obviar en este caso.
A nadie escapa, a esta altura del partido y aunque hayan demorado la asunción diez días, que antes del despido de Demichelis hubo conversaciones, directas o indirectas, con Marcelo Gallardo. Es difícil negar que haya habido un “guiño”. Y, aunque sea contrafáctico, hasta resulta improbable que la decisión haya sido tan rápida con el despido del técnico saliente si no hubiera existido ese “guiño”.
O preguntaron y Gallardo o el entorno de Gallardo contestaron que estaba dispuesto, o desde el propio entorno avisaron que estaban abiertos a conversaciones.
Pues si eso se critica en cualquier caso en el fútbol argentino, y hasta internacional, ¿por qué no se dice en este caso? Gallardo no estuvo bien. Abrió puertas, de alguna manera, con un colega trabajando. Jaqueado, sí, pero aún en funciones. No estuvo bien y punto. Sea Gallardo o quien sea. Podrá ser el mejor. Intocable, no.