Desde su campaña al Senado en 2016, Kamala Harris se convirtió en una de las principales activistas a favor de la creación de leyes más estrictas para la tenencia de armas de fuego.

Ya como vicepresidenta en el actual gobierno, inauguró la Oficina de Prevención de la Violencia con Armas e incentivó mayores regulaciones para enfrentar uno de los principales problemas que aqueja hoy a la sociedad estadounidense, con especial impacto en jóvenes y adolescentes.

Desde que anunció su candidatura presidencial, obtuvo el respaldo explícito de buena parte de las organizaciones civiles impulsoras del más amplio control a las armas, como Giffords y la Campaña Brady para la Prevención de la Violencia con Armas de Fuego. Otras organizaciones, como la tradicional Asociación Nacional del Rifle, simplemente la ve como su principal enemiga.

Pero la postura de Kamala Harris de control de armas para uso interno es radicalmente opuesta a su interés en la exportación de armamento producido en los Estados Unidos. Como vicepresidenta, ha convalidado sin disensos el envío de armas a países en conflicto como Ucrania y contra Rusia.

De hecho, Harris participó en las tres últimas Conferencias de Seguridad de Múnich y, como vicepresidenta, representó a la Casa Blanca en la falsa “cumbre por la paz”, organizada en junio por el gobierno ucraniano, sin presencia de los principales mandatarios del planeta.

Bajo la administración Biden-Harris, las trasferencias militares fueron toda una prioridad en la política exterior de los Estados Unidos y es hoy la principal palanca económica del país.

El apoyo militar a Ucrania brinda un importante rédito comercial en Washington. En el año fiscal 2023, que finalizó el 1° de octubre, se registraron transferencias de armas, servicios de defensa en el extranjero y cooperación en materia de seguridad por un total de 80.900 millones de dólares, una cifra que aumentó más del 55% con respecto a los 51.900 millones de dólares de 2022.

Se espera que las ganancias del año fiscal 2024 sean todavía mayores debido al aprovisionamiento militar de Ucrania y de países como Polonia, República Checa, Noruega y Bulgaria pero, principalmente, gracias a las transferencias realizadas a Israel en medio de la guerra con Gaza, así como también a gobiernos de Medio Oriente como el de Arabia Saudita.

El comercio global de armamento, con Estados Unidos en el centro del entramado mundial constituye un eje económico y geopolítico que, seguramente, se consolidará todavía más bajo un eventual gobierno de Kamala Harris.

En este sentido, y desde que anunció sus intenciones de ser candidata presidencial, Harris está recibiendo multimillonarios apoyos económicos por parte de empresarios de Silicon Valley responsables de asociar los más recientes avances tecnológicos con políticas de seguridad y de defensa basadas en dispositivos y artefactos bélicos de última generación.

Eric Schmidt, exdirector ejecutivo de Google, invirtió millones de dólares en más de media docena de nuevas empresas de seguridad nacional. Como actual presidente de la Comisión de Seguridad Nacional sobre Inteligencia Artificial, recomienda al presidente y al Congreso sobre el uso de nuevas tecnologías para la defensa. Dada su filiación demócrata, es claro su apoyo para Harris.

Otro de los donantes es Reid Hofman, cofundador y presidente ejecutivo de LinkedIn. Hoffman es miembro de la Junta de Innovación de Defensa y asesora al Pentágono sobre tecnologías emergentes. Como miembro de la junta directiva de Microsoft, vende sus servicios en la nube y en inteligencia artificial al Departamento de Defensa.

Una posición similar es la desarrollada por David Zapolsky, vicepresidente y abogado general de Amazon, con lucrativos contratos con el gobierno también en políticas de seguridad.

Además, comprometió su respaldo el empresario indio-estadounidense Vinod Khosla, titular de la firma de capital de riesgo Khosla Ventures, con múltiples contratos a través de empresas subsididarias como Rocket Lab, dedicada a la construcción de satélites militares para la Agencia de Desarrollo Espacial, o como Varda, centrada en la producción de Hermeus, un avión hipersónico no tripulado ideado en colaboración con la Fuerza Aérea.

Por supuesto, el importante sustento económico que hoy está recibiendo la candidata demócrata de ningún modo impide que su rival, Donald Trump, no embolse otros apoyos semejantes por parte de empresarios de tecnología y defensa con intereses en el partido Republicano.

Pese a que SpaceX tiene un contrato de 1.800 millones de dólares con el Pentágono y con varias agencias de inteligencia del gobierno demócrata para la puesta en órbita de satélites con capacidad para detectar potenciales enemigos en cualquier lugar del mundo, Elon Musk ha manifestado su apoyo hacia Trump, comprometiéndose a donarle una suma millonaria durante la campaña.

Lo mismo podría decirse de otros empresarios de Silicon Valley predispuestos a sustentar al republicano con inmensos aportes financieros. Son los casos de, entre otros, Peter Thiel, uno de los principales apoyos del candidato a vice, JD Vance, y dueño de Palantir, empresa de inteligencia artificial, así como también de Palmer Luckey, fundador de Anduril Industries, dedicada a la creación de aviones de combate colaborativos o no tripulados.

A casi tres meses de las elecciones presidenciales, es difícil pensar en un cambio en la futura producción y exportación de armamento desde los Estados Unidos. Aunque en algunos aspectos se diferencie de Trump, Kamala Harris es la continuidad de una política que, pese a ciertas restricciones internas, ha favorecido a una élite, cada vez más poderosa y más autónoma, sin que además exista una sola propuesta de reducción del ya de por sí abultado presupuesto del Pentágono.