Las paredes de Ungallery, la galería ubicada en los márgenes del barrio de La Boca, podrían simbolizar el mundo gris y descascarado que contiene uno de sus submundos más multiformes, el lésbico. Las representaciones artísticas con las que Belén Romero Gunset ideó Forma L, no surgen de una sociología de manual sino de los aportes del imaginario callejero santafesino.

En 2019, junto a un grupo de veinte personas, la artista se propuso encuestar a peatones rosarines en busca de respuestas a interrogantes como “¿Creés que está de moda ser lesbiana?” (más que una pregunta, una hipótesis encubierta), o “¿De qué manera pensás que las generaciones pasadas de lesbianas influyeron en las lesbianas de hoy?”. Según nos cuenta esta artista tucumana nacida en los albores de la democracia, este cuestionario se extendió a obras de arte de las que quiso saber: “¿Para tu creación se usaron tijeras”, “¿Sos poderosa?”, “¿Sos contrahegemónica?” “¿Presentás características epidérmicas?” “¿Luchás por un mundo más justo?”. Seguramente, las obras algo respondieron porque de todos los datos extraídos surgió esta muestra con la que Romero Gunset quiso darle forma a una cultura, la L, caracterizada por romper las formas de otra cultura mayor que a su vez ha pretendido capturarla en formas fijas.

Un ejemplo de quiebre con esa fijeza lo da La chonga fuerte, una serie de tres esculturas compuestas por grandes trozos de madera encastrados uno en otro, chorreante una de ellas, todas corpulentas. Esta primera parte del recorrido propone una suerte de homenaje butch, una abstracción justiciera hacia esa identidad subvalorada, a la que el ideal binario despojó simbólicamente de vuelo y de belleza. Ahora, iluminada desde el piso de cemento de la galería, la chonga fuerte brilla para su público como otrora pudo haberlo hecho con mucho éxito por el pasillo de Marlene, aquel bar de tortas que, como Ungallery, tuvo lugar en un galpón ampuloso del sur de la capital.

Doble agente

En este ambiente semidesnudo y frío resuena también el desguarnecimiento del colectivo lésbico, y como todo gran espacio dimensiona la pequeñez humana. Siguiendo el derrotero de Forma L, la segunda parada es una secuencia de figuras acrílicas enlazadas entre sí, transparentes, gráciles, de tonalidades suaves, que yacen colgadas a la izquierda de la chonga. Dice la artista que si una palabra las caracteriza es “elegancia”: “Por la investigación llegué al dato de que para la mayoría de la gente, las lesbianas somos complicadas. Yo lo polaricé a la positiva y hablo de elegancia. Lo difícil, complicado y elegante, son procesos selectivos muy específicos. Estas imágenes luminosas y coloridas allanan el camino a las lesbianas que vienen. Con esa transparencia nombro el sí es sí y el no es no. Tajante y sincero”. Por esa expresión “allanar el camino” combinada con el imaginario lésbico, es que no pueden más que aflorar ciertos nombres icónicos de la cultura popular que nos hicieron la vida más fácil: María Elena, Sara, Sandra, Ilse, Blackie.

Con ellos fueron bautizadas estas formas acrílicas concebidas como una intersección entre la visibilidad y su polo opuesto. “La capacidad de invisibilidad de las lesbianas también es un arma, un poder, una estrategia de infiltración, un camuflaje: poder ser un doble agente. Estar en todas las mentes de los niños a través de generaciones, como en el caso de María Elena”, dice Romero Gunset sobre la autora de El reino del revés.

Casi llegando al fondo de Ungallery, pendiendo del altísimo techo, una lona tajeadea en su centro es otra de las obras y se llama “Camionera”. Cuando a la artista se le pregunta por qué razón eligió que fuera amarilla, cuenta esta historia: “Esta tela es super resistente, no se le va el color con el sol. Se pone en los acoplados de los camiones. Una característica lésbica es la resiliencia: no perder el color. A las lesbianas de la Inglaterra del 1800 se las identificaban con el amarillo porque se les decían “limones”, por lo ácidas. Una fruta que no se puede comer”.

Delante de la lona y su tajo, letras de neón suspendidas en el aire rezan: A suit for a lesbian (un traje para una lesbiana). La frase surge de un documental en el que la protagonista, como en el cuento de Gogol, lamenta no tener esta prenda de vestir, signo indiscutido para ella de su identidad sáfica.

Acompaña Forma L una proyección en la que el personaje –la misma artista- lanza contra una pared un elemento indistinguible que vuelve elástico a sus manos, luego se desnuda y esto es seguido por la imagen de una fuente porteña. La secuencia pareciera no tener otro sentido más que el del sinsentido con el que cuestiona, al modo surrealista, la narrativa convencional proponiendo un relato propio, arrojado y lúdico.

Para terminar, por fin Romero Gunset se revela en su faceta performática, como creadora y modelo de una serie de fotografías en blanco y negro que encarnan prototipos lésbicos de los años ’30, personajes que parecen escapados de las mejores páginas de Djuna Barnes. En Kesser Vater, la imagen con la que principia la serie, la artista lookeada a lo varoncito sostiene, al estilo Dietrich, su boquilla sensual.

 

La elección de los títulos para el resto de los retratos hace honor a una cultura torteril que atraviesa épocas y nacionalidades, esto son: Zapatao, Soft butch, Lemmon y Dyke. Inspiradas en tapas de revistas hechas por lesbianas para lesbianas (fanzines que se siguen vendiendo en los kioscos de diario berlineses, cuenta la artista), estas fotos evocan aquel clima de esplendor sofocado por la violencia fascista de la segunda guerra mundial. El tránsito de la diversidad a la brutalidad aplanadora de las nuevas derechas nos encuentra en un punto semejante, un momento en el que más que nunca se necesitan representaciones como las de Belén Romero Gunset, que recuerden y resignifiquen nuestra existencia.