El seleccionado argentino de hockey masculino fue eliminado por su par de Alemania en los juegos olímpicos que se están celebrando en París. Los Leones --tal el nombre con que la afición distingue al conjunto criollo-- eran aspirantes por lo menos a una medalla, habida cuenta de sus exitosos antecedentes, entre ellos la conquista de la medalla dorada en los juegos de Río 2016. La noticia no iría más allá de la anécdota --si bien amarga, por cierto-- en virtud de que el juego de competición por definición incluye la posibilidad de perder. Pero en este caso, tal condición, la contingencia del triunfo o del fracaso, se vio teñida de un condimento ajeno a los estrictos avatares propias de una lid deportiva. En el equipo alemán revistaba un argentino. Un connacional que había formado parte de aquella escuadra albiceleste engalanada con el oro en Río.

Lo cierto es que, después de vivir seis años en el país teutón, este joven que hoy tiene 29 años decidió nacionalizarse para así estar en condiciones de integrar la escuadra germana. Las crónicas refieren serias desavenencias a nivel de la conducción del seleccionado criollo, cuestión que habría motivado el alejamiento del jugador en cuestión. Hasta aquí no hay mucho para observar. Una persona no se siente cómoda en determinado espacio y elige otro. Desde ya, se podría formular algún comentario sobre la sangría que supone perder valores no solo deportivos sino científicos y de cualquier otro orden, por cuestiones de mala administración o políticas ruinosas. Pero aquí nos convoca otra cuestión. Se trata de la resonancia simbólica generada por la actitud de este jugador que, al anotar el segundo gol de su equipo, se lo gritó en la cara a sus ex compañeros y no contento con ello, formuló posteriores declaraciones que merecen más de un comentario.

Tras finalizar el partido, Gonzalo Pelliat --tal es el nombre del jugador en cuestión-- no sólo denigró a sus antiguos compañeros, sino que además se dedicó a criticar a los argentinos en su conjunto. La batería de reproches coincide con la conocida y archirepetida moralina que los medios hegemónicos de comunicación emplean con el fin de sumir a los ciudadanos de este país en la depresión y la desesperanza: “el argentino es 'me llevo el mundo por delante'”; "el argentino es viveza y en Europa no” y toda esa sarta de lugares comunes que por supuesto termina con la historieta de los países normales y los otros: ”Alemania, a diferencia de Argentina, es un país que planea, que planifica... No quiero hablar mucho, pero es un país más ordenado”.

Lo cierto es que Pelliat habló mucho, demasiado. Más allá de cualquier otra cuestión, el jugador demostró no saber ganar. Falta grave para un deportista olímpico. Citius, altius, fortius --“más rápido, más alto, más fuerte”-- ha sido el lema de los Juegos Olímpicos desde su creación por el barón Pierre de Coubertain: un propósito cuyo énfasis en la perfección individual bien puede redundar también en un “más loco”. Por ejemplo: “Desde que entro al tapiz estoy yo sola tratando con los demonios en mi cabeza”, dijo Simon Biles, la gimnasta estrella estadounidense, ganadora de cuatro medallas de oro en Río, al abandonar la competencia durante la edición de los Juegos en Tokio. De hecho, con el fin de resaltar el valor de la solidaridad, el presidente del Comité Olímpico Internacional Tomás Bach propuso entonces modificar el legendario lema mediante el agregado de la palabra juntos. De manera que Citius, altius, fortius, communis, reza el nuevo lema bajo el cual se disputan los actuales Juegos Olímpicos de París, una fórmula que hace justicia al propio Pierre de Coubertain que, ya hace un siglo, destacaba las ideas de continuidad, interdependencia y solidaridad.

Toda la cuestión está en que ese juntos del nuevo lema incluye al ocasional contrincante, sin el cual no se puede jugar. Peillat no sólo denostó a sus adversarios en la cancha, sino que denigró su condición de argentinos. A tal punto que coronó su lamentable diatriba al decir: “Al que no le guste, sorry. Como dijo Maradona, que la sigan chupando”. Frase que sintoniza con el reposteo que en el año 2016 este jugador hizo de un tuit de Javier Milei: “es que en un país plagado de socialistas no pueden dejar de ponderar a un zurdo resentido como Maradroga”.

Lo cierto es que, si de resentimiento hablamos, con sus dichos Peillat no ha hecho más que identificarse con ese supuesto argentino imaginario al que tanto critica. Maravillas que crea el rencor: cuanto más se odia más te parecés a tu enemigo. Vale preguntarse entonces: ¿qué pensarán sus compañeros alemanes de equipo de los dichos de Peillat? ¿no les darán ninguna importancia? No parece acorde con la rectitud teutona que Peillat tanto elogia el mostrarse indiferente ante declaraciones tan ofensivas y contrarias al espíritu de los Juegos Olímpicos.

Para terminar: Simon Biles se retiró de los Juegos de Tokio 2020 con el solo fin de atender su salud mental. Quizás entender que hay cosas más importantes que ganar una medalla le permitió su actual y triunfal regreso en París 2024. Al respecto basta tomar nota del gesto que la mejor gimnasta de todos los tiempos le dedicó a Rebeca Andrade --la brasileña que le arrebató la presea de oro en gimnasia de suelo. Junto a su compatriota Jordan Chiles, Biles practicó en pleno pódium una reverencia a esta leyenda sudamericana, nacida en la favela y que alcanzó la posibilidad de practicar un deporte gracias a un programa brindado por el estado brasileño. ¡Viva la Justicia social, carajo!

Sergio Zabalza es psicoanalista. Doctor en Psicología por la Universidad de Buenos Aires. Licenciado en Psicología (UBA). Profesor Nacional de Educación Física (INEF).