Como están las cosas. Si el propio Jesucristo descendiera a la tierra y comenzara a proclamar “que ames al prójimo como a ti mismo”, nuestros monstruitos ultras de andar por casa lo señalarían cuanto menos de “progre”. Se sabe que muchos electores fueron a votar confundidos. Es que determinadas siglas desorientan, intentan disimular. Quién no se apunta a un nombre tan sugerente como “La Libertad Avanza”, con lo sencillo que resulta llamarse por lo que uno es: “Neofascistas sin Fronteras”, por ejemplo. En la serie “Parliament”, un diputado europeo de izquierda seduce a una legisladora sueca y luego descubre que es de ultraderecha. Lo engañó el nombre de su partido: Demócratas de Suecia. Hay que fijarse, porque te acuestas con un demócrata y te despiertas con un fascista. En este campo las denominaciones son siempre pura fantasía semántica. Mi favorito es “ANO”, el partido de extrema derecha checo.

Es curioso como se han fusionado el lenguaje capitalista y el deportivo, esa nueva forma de nihilismo e individualismo tan de moda: la ambición, el dinero, los objetivos, la importancia de los resultados y, sobre todo, esa pesadez estadounidense de cumplir los sueños. Una inconsistencia incrustada en la conciencia colectiva de millones de norteamericanos que, paradójicamente, llevan toda su vida detrás del tan cacareado sueño sin encontrarlo. Nada que ver con lo que tenía en la cabeza Martín Luther King.

Sin embargo, Sturzenegger sí tiene un sueño. Por cierto, bien estadounidense: privatizar el fútbol argentino. Despojarlo de toda condición social para transformarlo en “eficientes” unidades de negocio. Que bueno. Seguiremos sin llegar a fin de mes y sin llenar la cesta de la compra pero tendremos una gran variedad de multimillonarios en la cúspide de nuestros equipos de fútbol. Que ilusión. Sabemos que esto no llena la heladera, pero es que los ricos nos fascinan cada día más, hasta se presentan a las elecciones y las ganan. Tal vez usted se quede sin sanidad, sin educación, pero podrá ver a su equipo cotizando en Wall Street. Que maravilla. La ira neoliberal en estado puro. Un extremo “mileista” de auténtica descomposición social en la que el Estado se desentiende de los servicios básicos, de la solidaridad más elemental, de la cohesión más primaria, aspirando a dejar a los individuos desatendidos, en una fantasía de prosperidad que es en realidad un presente de fango que nos llega hasta los ojos.

El poder desgasta, pero desgasta más no tenerlo. Por eso Sturzenegger ha vuelto. Sin culpa. Sin remordimiento. Como ese político que va por la vida como si le debiéramos algo. ¿Un Megacanje tal vez? Es el mercado, amigo. Por eso ha vuelto. Hay algo que tiene que ver con lo que se respira en el aire: si el “superministro” se posa sobra las SAD es que esto es un “negoción”. De comilona de tripa caliente. ¿Habrán empezado a salivar a lo Pávlov los Macri, los Scioli, los Verón, los Agüero?

En las infinitas escaleras que bajan al infierno reserven unos de sus abrazos para los que están cansados, derrotados, hartos y no quieren seguir. Esa multitud de ausentes que necesitan una mirada que los vuelva necesarios. Hay épocas sombrías en las que uno comprende que por sí solo no es nadie: sin cobijo, sin generosidad, sin la mutua ayuda, sin esas voces que parecen hablarte al oído y abrirle plenamente los ojos al país, y sacudirlo y desafiarlo para que no se rinda.

(*) Periodista, ex jugador de Vélez, clubes de España y campeón mundial 1979