El mundo no está por explotar: ya reventó hace rato. En el flamante videoclip de “Estudio Bar”, una mujer camina por el humedal con una mochila, algunos amuletos y una lata para hacer fuego por las noches. Desparramados aquí y allá, en la costa de lo que parece ser el Río de la Plata, encuentra los restos de una civilización extinguida. Una postal eclesiástica, un mapa cruzado por diagonales, un suplemento de rock indie. Los acordes de una canción de Mostruo! que, en la escalada hacia el clímax, repite siempre las mismas dos cosas: que a) el mundo está por explotar; y que b) no se desafina una canción de amor. En el final, la mujer quema todas sus pertenencias en la lata, se pone dramáticamente de pie y entrevé, de un solo vistazo y para siempre, la catedral de La Plata semi-cubierta por el río. Así es. El sueño húmedo de todos los masones como si fuera una serie de Netflix.
A pesar de todo, el nuevo disco de Mostruo! no se llama “Sobreviví”. Se llama No morí. Es un título sin épica. Acá estoy, parece decir: ¿qué se supone que tengo que hacer ahora? Con su nueva formación de sexteto, la banda platense celebra sus veinte años de carrera con una sonrisa medio amarga y desplaza su centro gravitacional de la guitarra hacia un lugar más impreciso pero lleno de teclados y composiciones cruzadas. Históricamente tachada de setentista, ahora se permite tocar un reggae en la línea de Los Abuelos de la Nada (“Voy a enloquecer”) y hace que una guitarra acústica suene como una Ovation (“Lento el tiempo”). Sin embargo, hasta los rocanroles más pop y bailables echan una línea de sombra. Es música para bailar entregado en la niebla, con un diclofenac en el bolsillo y la lista de descuentos del Banco Provincia entre las capturas del celular.
“Estas canciones están llenas de conflicto”, dice Lucas Finocchi, uno de los dos guitarristas, cantantes y compositores de la banda. “Es una lucha por entender el mundo que nos toca. Qué rol cumplir en ese mundo. Cómo sostener la vida familiar, la economía, esta idea de vivir medio sin futuro laboral, sin futuro de país, sin proyecto. Sin simbólico, diría mi hermana, la psicóloga. Y se complica, se re-complica”.
Compuesto durante la pandemia, el disco reacciona al encierro con la expansión del grupo. Ahora, además de los miembros fundadores (Finocchi y Kubilai Medina), Mostruo! son Gabriel Ricci Liajovetzky (bajo), Santiago Rogati (batería) y tanto Alfredo Calvelo como Víctor Amoresano en teclados. “Ahí, en medio de todos nuestros cambios, lo que permanece es eso que tenemos el Kubo y yo”, agrega Finocchi. “Con las letras, con las canciones, incluso dentro de una sonoridad nueva. Esa cosa un poco existencialista y dramática que veníamos teniendo creo que sigue, así como ese pulso vital que está más en las canciones del Kubo que en las mías”.
En ese sentido, los dos invitados de No morí señalan los puntos cardinales del disco. Por un lado, Carmen Sánchez Viamonte: la jovencísima cantante, guitarrista y compositora que se está llevando puesta la escena del indie platense y canta en tres canciones del álbum. Por el otro, el implacable Richard Coleman, que promediando el disco toca un solo lleno de notas fracturadas como el haz de luz que se descompone. “Cuando empezamos a pensar en el disco nuevo, lo convocamos como productor”, dice Medina. “Justo andaba hasta las manos con el asunto de la gira de Soda, así que esa idea se fue dilatando. Igualmente tuvo la amabilidad de escuchar todas las canciones que teníamos y elegir las diez que quedaron, así que de alguna manera es el curador del disco. Después, durante la grabación de ‘La mañana’, Lucas metió un solo medio free jazz en esa suerte de final abierto que tiene la canción. Ahí se nos ocurrió que Richard podía hacer ese solo”.
El vínculo con Coleman tira una línea de fondo hacia el origen. Formados en algún punto del año 2004, Mostruo! fue inicialmente la sociedad de dos hermanos de sangre (Luciano y Federico Muttinelli) y dos hermanos encontrados (Finocchi y Medina). No desplegaron un plan: el plan los precedía. Los Mutinelli habían sido la base de Peregrinos, la precuela de Estelares. Kubilai era el hijo de Alejandro Medina y Finocchi encarnaba a ese guitar-hero cínico y entrañable con el que los periodistas de rock no fantaseaban ni en sus sueños más descabellados. “Estábamos en el lugar correcto y en el momento indicado”, dice Medina. “Por puras ganas de tocar, nos pusimos a ensayar en octubre y en el verano de 2005 ya estábamos grabando para ver dónde estábamos parados. Ese disco debut nos dio un montón de visibilidad: Gustavo Cerati lo recomendó, salimos en la Rolling Stone. Fue un flash. Una sorpresa total. Nosotros no estábamos buscando nada de lo que pasó. De hecho, nos queríamos burlar del rock”.
La noche platense, por entonces, entraba en un período dorado. Durante esos meses, además de Mostruo!, se formaron bandas capitales como NormA, Sr. Tomate, Villelisa y Él Mató a un Policía Motorizado. Zeta Bosio reclutaba a Plupart, Mister América salía a tocar las canciones de Rebelde y Estelares editaba el díptico de la victoria: Ardimos y Sistema nervioso central. Como hongos, aparecían fanzines, festivales, radios y lugares para conciertos. La revista De Garage sacaba su primer número a la calle y el anti-ranking de Radio Universidad estaba lleno de bandas que hablaban de andar en bicicleta por calle 3 o tirar piedras de barro entre los adoquines de Tolosa. Un tema de Mostruo! sonaba antes de los conciertos de Soda Stéreo y la banda grababa el videoclip de “Ese Oso” en Pura Vida. “Estudio Bar”, la canción que cierra No morí, no sólo señala ese espacio. Señala ese tiempo.
“Tenía en la cabeza Transformer de Lou Reed”, dice Finocchi. “Estaba escuchando mucho ese disco. Musicalmente, mi idea era esa, aunque después se terminó convirtiendo en otra cosa. La canción parte de una imagen. Iba caminando por calle 8 y vi el cartel del edificio ahí donde era el Estudio Bar”. Es una revelación en negativo, la epifanía que nadie quiere tener. Como el tipo que alimenta a los animales de “Perfect day”, el protagonista de la canción evita que lo pisen los coches hasta que entrevé una torre vulgar donde estaba el célebre boliche del centro platense. “Habla de lo que hablan varias de las canciones nuevas: la desaparición de nuestro mundo”, agrega Finocchi. “Vengo teniendo esa sensación hace bastante. Esa sensación de no reconocer el mundo o de sentirme medio incómodo con el rumbo que toman las cosas. Esa incomodidad de transitar lo cotidiano sin saber mucho lo que está pasando pero haciendo como sí. Como si fuéramos parte de algo que ya no existe. Es una canción que, desde la primera vez que la tocamos en vivo, la gente empezó a cantar. Gustó mucho… y dolió mucho”.