Lourdes Arrieta, la diputada libertaria que integró la comitiva de seis del mismo bloque, que visitaron a los genocidas presos por delitos de lesa humanidad en el penal de Ezeiza y luego se excusó porque ella nació en 1993 y por eso no sabía quién era Astiz, bajó al recinto, a la fallida sesión del miércoles, con un ejemplar del “Nunca Más” entre las manos.

La pobre Lourdes, cándida y bienintencionada diputada Arrieta, fue defenestrada en los últimos días. La mayoría de los argumentos, con una lógica inapelable, eran del estilo “yo nací en el siglo XX y eso no me impide saber quién fue San Martín”.

Otros agregaban que podría allegar desconocimiento un o una joven de su generación de los tantos que trabajan a destajo para aplicaciones de reparto o sobreviven con cualquier tarea informal, pero no una diputada, porque estar ahí presupone una voluntad y una vocación. Excepto que Lourdes firmara su candidatura creyendo que se trataba de otra cosa, con el mismo espíritu diletante que la subió a la combi que dio "el mal paseo".

Como sea, tras consultar diversas fuentes parlamentarias, este cronista da por bueno que la diputada Arrieta no se había mostrado antes en público con libro alguno. Esto nos permite creer, lejos de las acusaciones de sobreactuación que pesan sobre ella, que la joven Arrieta descubrió en simultáneo la curiosidad por el pasado de nuestro país y el gusto por la lectura.

Por ello, y porque los que no tuvimos la fortuna de crecer rodeados de libros solemos desarrollar ese gusto tardíamente, me permito señalar, a modo de recomendación, algunas obras literarias que podrían ser de interés para de la diputada.

La mayoría son bonaerenses, porque este diario lo es, pero también porque la provincia que concentra el 40 por ciento de la población y produce el 40 por ciento del PBI, tiene también una enorme incidencia en la producción cultural del país.

Empiezo por “En una misma noche”, del fallecido novelista platense Leopoldo Brizuela, que supo ganar el Premio Clarín de Novela con “Inglaterra, una fábula”. Allí, el narrador describe una noche de su infancia, en plena dictadura, en la que un grupo de tareas, una patota, irrumpe en su casa, para saltar el tapial del fondo y acceder a la casa de sus vecinos, supuestamente subversivos. En el texto, los argentinos de bien, los derechos y humanos, queda demostrado, tampoco estaban del todo a salvo.

Buena parte de la literatura de Ángela Pradelli (también Premio Clarín, en su caso con “El lugar del padre”), transcurre en el conurbano sur que habita y tan bien conoce. “La respiración violenta del mundo” cuenta la historia de Emilia, una nena de cinco años, cuya mamá es secuestrada de la casa compartida en Burzaco, de su apropiación por una familia militar y de la incansable búsqueda de su abuela.

Martín Kohan no es bonaerense, es porteño, pero “Dos veces junio” no puede faltar en esta lista. Tiene un tono envolvente, que atrapa al lector por las solapas y lo mete de lleno en el aire helado y opresivo de entonces, de junio de 1978, pleno mundial de fútbol, y junio de 1982, con la rendición de Malvinas, en la que Astiz tuvo un rol protagónico.

“Setenta y seis” no es una novela sino un libro de cuentos. Es la ópera prima de Félix Bruzzone. Bruzzone nació ese año, en el que comenzó la dictadura y sus padres fueron secuestrados y desaparecidos. Ser jóven en los noventa, con la pandemia de vacío y sinsentido que proponía el menemismo, no fue fácil para nadie. Pero menos para los hijos de desaparecidos, que arrastraban esa carencia adicional.

Arrastran, en realidad, porque dicen los expertos que uno aprende a convivir con esos dolores, causados por esos viejitos inofensivos que residen en Ezeiza, que alterna días buenos y malos, pero nunca los cierra del todo. De yapa, diputada, me permito agregar “Setenta y siete”, del geselino adoptivo Guillermo Saccomanno. Me acordé porque son correlativas.

Estas lecturas le permitirán a la diputada iniciar un provechoso debate sobre el rol de los viejitos inofensivos que fueron a visitar a la cárcel, con sus compañeros de bloque y al interior de su fuerza en general. 

Finalmente, supe que la diputada realizó una denuncia para que se investiguen los hechos que se le imputan. Este último elemento podría ser malinterpretado por sus todavía compañeros de bloque. Me permito entonces, dos recomendaciones, no excluyentes, en materia de traición.

La primera, suponiendo que la diputada tiene un plan y se ciñe a él, es “Elogio de la traición”, de los politólogos franceses Denis Jeambar e Yves Roucaute. Pero, si la diputada cree, en su fuero más íntimo, que llegó a su banca, como al penal, arrastrada por circunstancias que la exceden, le recomiendo enfáticamente leer “La conspiración de la fortuna”, de Héctor Aguilar Camín.

Podría también recomendarle algún libro de Groucho Marx, autor de la célebre frase “estos son mis principios pero si no les gustan tengo otros”, pero sospecho que ya está familiarizada con su obra.