La historia de los Albareda volvió a pegar un giro dramático. Fernando, el hijo del militante del ERP y expolicía de Córdoba secuestrado y asesinado en dictadura, quedó detenido estee jueves acusado de haber matado a su madre, Susana Beatriz Montoya. Ella tenía 74 años y fue hallada sin vida el viernes en su casa. La puerta no estaba forzada y había pintadas de inscripciones amenazantes con lápiz labial. Era la segunda vez desde diciembre que aparecían esos carteles intimidantes en un caso que activó las alarmas de las organizaciones defensoras de derechos humanos.

La acusación contra su hijo quedó agravada por el vínculo. Según el comunicado del fiscal Juan Pablo Klinger, Albareda fue imputado y detenido “a partir de la incorporación de profusos y contundentes elementos probatorios que permitieron reconstruir de manera forense las circunstancias que nos llevan a sostener que existen motivos bastantes para sospechar” de su participación en el crimen. Entre esos elementos, se habla de un informe técnico del Área de Grafocrítica de Policía Judicial que indicó que las amenazas escritas y aquellas denunciadas en diciembre de 2023 “presentan grafocinetismos afines” con la escritura de Albareda.

Susana Montoya vivía en la barrio Ampliación Poeta Lugones, de Córdoba. En su casa encontraron casquillos de bala, signos nazis y carteles amenazantes. El informe preliminar de la autopsia reveló que murió de un fuerte golpe y asfixia: “Han confluido traumatismo de cráneo y asfixia mecánica por estrangulamiento”, explicó el fiscal.

En principio, se descartó la hipótesis del robo porque la puerta no había sido forzada y en una de las paredes aparecía la intimidación. “Los vamos a matar a todos. Ahora vamos por tus hijos”, rezaba la frase.

Fernando Albareda no había sido criado por su madre sino que pasó su niñez en institutos de menores. La relación siempre había sido conflictiva. Durante la pandemia padeció un brote psicótico y amenazó con suicidarse.

La historia de Ricardo Albareda

Ricardo Albareda, el padre de Fernando, había sido subcomisario de la policía de Córdoba y también era miembro del aparato de inteligencia del ERP. Se había recibido de Ingeniero en Comunicaciones en la Universidad Nacional de Córdoba en un contexto político que lo llevó a priorizar su compromiso militante no sólo sobre su ascendente carrera policial, sino también sobre su legado familiar dado que su padre y sus dos hermanos también eran policías.

Quienes lo conocieron en aquellos años dicen que salvó cientos de vidas desviando los operativos, distrayendo patrullas o avisando sobre allanamientos programados. El 26 de septiembre de 1979 una patota del D2 cordobés se lo llevó al CCD “Casa de Hidráulica”, frente al lago San Roque donde lo asesinaron, según confesó ante los jueces, el 28 de octubre de 2009, el expolicía Ramón Calderón.

“He visto cosas que la mente humana no puede creer –dijo Calderón–. Pedro Telleldín (jefe de la D2) y los policías Hugo Cayetano Britos y Américo Pedro Romano llegaron con Albareda, que estaba de uniforme y esposado, lo ataron a una silla con alambres, le arrancaron las insignias, le dieron una golpiza salvaje y enseguida Telleldín sacó una navaja y le dijo a Albareda: ‘Usted camina por el peso de las bolas. Se las voy a cortar’. Y le cortó los testículos”.

Luego le contaron los otros policías que “Telleldín le introdujo los testículos en la boca a la víctima y se la cosió, pero antes pusieron música muy fuerte para tapar los gritos desesperados de Albareda. Mientras el subcomisario se desangraba, los torturadores se sentaron a comer un asado. Antes de irse, cargaron el cuerpo en un auto como una bolsa de papas y nos ordenaron que limpiáramos la sangre con lavandina. Con los hermanos Alberto y Hugo Carabante, que eran mis compañeros de guardia, cumplimos la orden y nos fuimos a dormir.”