Desde ahora, en las escuelas porteñas rige la prohibición del uso de celulares: los alumnos sólo podrán usarlos con supervisión docente y objetivos pedagógicos. Una sobrecarga a las escuelas de una responsabilidad que merece la pena debatir pues las consecuencias del uso excesivo de las múltiples pantallas y sobre todo del celular inteligente han causado estragos en la subjetividad de no sólo de niños y adolescentes sino de todo el planeta.

No es necesario apelar a especialistas para que cada quien demuestre en su vida familiar y en sí mismo los estragos que le ha causado esta adicción seca, pero también las posibilidades que se han abierto con un simple pasar el dedo sobre la pantalla táctil. Así son nuestras múltiples pantallas generosas y celosas, generadoras tanto un cambio de época como de un perfil de ser humano.

¿Quién se podría presentar como especialista? Ni treinta años de profesional psi, ni veinte años escribiendo sobre el tema ni veintitantos años de padre y menos cincuenta y pico de vida atravesando el tiempo analógico tanto como el digital, me lo permitiría. Mi vida fue cortada en dos por las múltiples pantallas y celebro esta tendencia planetaria de intentar hacer algo, por lo menos tomar conciencia de lo que están haciendo de nosotros. Siempre me han preguntado qué se puede hacer y he logrado razonar tres posibilidades: el uso creativo, intentar que se comience su uso en edades más tardías y espacios libres de uso.

Lo que se intenta realizar en las escuelas tiene que ver con este último punto. Ya se ha demostrado en una veintena de países a partir de investigaciones realizadas por la Unesco que los celulares no son un gran aliado a la hora del aprendizaje más profundo: el de la sociabilidad, el acceso directo a la dificultad, la frustración y la espera. Aprender es, más allá de las diferentes temáticas, sobre todo eso, el aprendizaje lateral: de la sociabilidad, de las estrategias de aprontamiento de la dificultad y de la comprensión personal de los tiempos.

Siempre existen al menos tres posiciones al respecto. La primera apoya. No importa tanto cómo se implementará sino pensarlo como un primer paso, la constatación de que la salud educativa, mental, familiar ha tocado un agujero negro, llegado a un punto inédito en la historia humana. En el pasado las adicciones eran minoritarias y se podían controlar mediante mecanismos coercitivossocio sanitarios como hospicios, cárceles, escuelas, hospitales. Hoy la adicción seca a las múltiples pantallas es planetaria, y el primer celular no lo entregan padres a hijos sino que es la sociedad quien lo acerca a la cuna del bebé en forma de cámara de fotos, televisión bebesit, chupete digital. Maman bites y crecerán con leche digital que los volverán dependientes y llorarán cada vez que no esté cerca para amamantarlo, no soportarán la frustración de la espera y la concentración tendrá sólo un punto de mira, en sus senos, un slogan: sólo hazlo. La distancia entre el deseo y la concreción vuelta nada, como delirantes, no vemos el acantilado abismal entre lo real y el deseo, ¡qué les importa que caigan y caigan millones y millones a un achatamiento de las condiciones que nos particularizan como seres humanos!

La segunda posición es más precavida pues sostiene que hoy les rogamos a las escuelas que nos ayuden. Nadie duda de que la capacidad de concentración no dura más que un santiamén, los niños y adolescentes pasan entre 8 y 10 horas por día mirando la pantalla plana y traslucida, pero los adultos no les perdemos pisada y nosotros no tendremos ninguna escuela que nos prohíba el uso excesivo de celulares que ya usamos como linterna para encontrar al mismo celular que hemos perdido. Y realzan que, más allá de las caracteropatías que produce esta adicción seca, lo que ha colmado el vaso son los discursos del odio y la dificultad en la legitimidad política democrática; un tornado se está llevando puestas a las otroras sociedades políticas occidentales. La viralización se ha vuelto ingobernable, a pesar de que los gobiernos colonialistas tratan de utilizar las pantallas y mandar sus avisos publicitarios. En juegos de guerra se pueden escuchar frases como ésta: “Si usted está cómodamente sentado en su casa es porque un marine norteamericano se encuentra luchando en algún lugar del planeta”. Pero aun exacerbando la ideología de ultraderecha que permiten llegar a personajes tipo Milei y tantas otros a las presidencias con sus discursos antihumanos, los celulares van más allá y se comienzan a independizar y complican aún a los países “desarrollados”, donde aparecen tiradores que filman on line matanzas pues han logrado que sus deseos y sus actos sean una misma cosa: se llevan la vida del otro al mismo tiempo que la propia.

Una tercera posición es crítica de estas medidas radicales, el planeta será de los que sepan usar los celulares. Preparando el planeta para lo que se viene. Siempre fue quedando gente en el camino. Gente sin ganas. Gente que no se puede concentrar, adicta, que no se puede relacionar con los otros. Para esa gente, lo único que va a quedar es hablar con su celular y tener amigos en redes sociales. Y se ha pensado todo lo que ganan los niños y los adolescentes para su futuro en las múltiples pantallas. Pero no nos podemos volver nostálgicos. El planeta sigue para adelante.

Más allá de las diferentes posiciones, los celulares son tema para reflexionar, en las escuelas y fuera de ellas: no debemos ser los perros falderos del celular. Podremos ya no ir a bancos, podremos tener relaciones sexuales sin movernos de nuestra casa. Accederemos a saber cuándo fue el último horario en que te conectaste. Pero... hay cambios que sí no se pueden permitir. Sin concentración no es posible tener una conversación. No es posible sentarnos y escucharnos. No es posible inventar una nueva forma de sentirnos juntos.