Los “Protocolos de los Sabios de Sion” fueron una de las más famosas teorías conspiranoicas, un alegato antisemita publicado por primera vez en 1902 con el objetivo de justificar las matanzas de judíos en la Rusia zarista. Creado por la policía secreta del Zar, alcanzaron una enorme difusión a partir de 1917 para culpar a los judíos de la Revolución Comunista. El periódico The Times presentó en 1921 pruebas concluyentes de que no solo se trataba de una falsificación, sino también de un plagio. Habían sido prácticamente copiados de un libelo cuyo autor, un tal Maurice Joly, abogado y escritor satírico, fue encarcelado por escándalos y agresiones.
En su obrita “Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu”, Joly ataca al gobierno de Napoleón III, lo cual le valió la prolongación de su estancia en la cárcel. Los Protocolos de Sion, basados en ese curioso libro, argumentan la existencia de un plan judeo-masónico para apoderarse del mundo y Hitler los utilizó como parte de su propaganda. El falso texto ya había impulsado la masacre de 6000 judíos en Bielorrusia por colaboracionistas de los militares del exejército zarista y de los mencheviques contrarios a la revolución bolchevique. Esa oposición a Lenin responsabilizó a los judíos de la llegada del comunismo al poder en 1917.
El fenómeno de la creencia colectiva se remonta a los orígenes de todos los grupos humanos, y más allá de las distintas formas que ha cobrado a largo de la historia, sus misteriosos mecanismos han sido iluminados por Freud en su obra “Psicología de las masas y análisis del yo”, y continuados por Jacques Lacan en sus investigaciones clínicas sobre los conceptos de revolución, libertad, y la crítica a la teoría hegeliana de la relación entre el amo y el esclavo.
En la actualidad, las llamadas teorías conspiranoicas son la extensión posmoderna de una subjetividad que ha surgido del metaverso, la ficción ideológica de un mundo en el que la ausencia absoluta de referentes éticos se compensa expandiendo la locura silenciosa que hay en cada uno de nosotros.
Esa locura necesita la chispa de ciertos determinantes para estallar y atacar a un colectivo que ocupa la función de chivo expiatorio, pero también puede volverse contra sí misma de forma suicida.
Una locura que debe distinguirse de la psicosis estrictamente clínica. Esta última constituye un subconjunto del delirio generalizado que deforma las relaciones del ser hablante con el llamado “principio de realidad”, una continuación más funcional del principio del placer.
Las creencias paranoicas de carácter colectivo han aumentado a la velocidad de la redes sociales que, a diferencia de antaño, consiguen una difusión instantánea gracias a la independencia que poseen los usuarios para expresar sus ideas.
Una gran parte es inofensiva, pero existe un submundo también accesible, un universo donde reina el odio, en ocasiones gratuito, y en otras alimentado por grupos altamente coordinados.
El ejemplo más alarmante es QAnon, una organización que nos permite verificar algunos efectos psicopatológicos notables. Jesselyn Cook, periodista y escritora, acaba de publicar un apasionante libro sobre este tema. Desconozco su conocimiento del psicoanálisis, pero le supongo un saber al respecto dado que sus conclusiones son coincidentes con la clínica freudiana y lacaniana. Su obra se titula “El daño silencioso: QAnon y la destrucción de la familia estadounidense” (no hay traducción al castellano). Aunque la temible red QAnon es seguida por un 20 por ciento de los americanos, el libro vale para todas partes del mundo, puesto que esa red va conquistando cada vez más terreno.
QAnon es en realidad una organización de docenas de redes dedicadas a propagar creencias tales como que Michelle Obama se dedica a almacenar sangre de niños, Hillary Clinton dirige una red de pederastia y tráfico de órganos, y la inexistencia de la covid-19, una invención destinada a que la población mundial reciba un microchip en cada vacunación con el objetivo de dominar sus mentes.
Algunos casos singulares entrevistados y estudiados por Jesselyn Cook resultan significativos. Andrea (nombre ficticio) se divorcia súbitamente tras rumiar durante meses lo que lee en la red QAnon. Su hijo, que la amaba y admiraba, no comprende por qué su madre ha comenzado a atacarlo con centenares de correos electrónicos y toda clase de mensajes acusándolo de cosas inverosímiles.
Otro sujeto, Matt, se prepara para organizar “La Tormenta”, expresión que Donald Trump emplea para referirse a la toma absoluta del poder. Matt utiliza una parte sustancial de los ingresos familiares para sostener esta misteriosa campaña que reúne a grupos de ultraderecha y neonazis.
Como señala la autora del libro, estas historias tienen en común el esfuerzo y el sufrimiento de los familiares y allegados por tratar de encontrar un sentido al abismo al que sujetos como Andrea y Matt se han asomado.
El peligro no reside solamente en la descomposición psíquica de millones de personas, sino también en los efectos sociales y políticos.
Detrás de QAnon hay enormes intereses de corporaciones que aprovechan la locura desatada para profundizar el expolio, la explotación y la infame brecha en el reparto de riqueza. Una vieja práctica, ahora revitalizada con los instrumentos ultramodernos de la tecnología y el tráfico de datos.
Fundada por Robert Proctor, profesor de Historia de la Ciencia en la Universidad de Stanford, la “Agnotología” (del griego “agnosis”, “desconocer”) es una disciplina que estudia cómo se fabrica la ignorancia mediante políticas absolutamente calculadas, que no vacilan en poner en duda axiomas científicos sólidamente probados. El fin es favorecer intereses económicos que contraatacan cualquier tentativa que pueda entorpecer sus propósitos.
Las armas de desinformación masiva son empleadas por grupos de poder que se valen de la colaboración a sueldo de políticos, medios de comunicación, periodistas y especialistas en la creación de relatos perversamente destinados a destruir las bases morales de la democracia.
El fracaso para lograr un acuerdo que ponga freno o al menos ralentice el cambio climático se debe a las gigantescas inversiones económicas que las industrias de recursos fósiles han realizado para diseminar el negacionismo. Eso les ha permitido “comprarse” medio siglo de explotación y destrucción del planeta.
Las armas de desinformación masiva son también instrumentos de distracción diseñados para sembrar el caos, la desconfianza, la duda y la confusión en los grandes momentos de crisis política, donde enormes colectivos, algunos víctimas y otros cómplices, se apuntan al bando de la ignorancia.
La “Agnotología” forma parte de lo que las jóvenes generaciones deben aprender desde los inicios de su formación escolar. No será fácil, porque habrá que luchar también contra la indignación de los terraplanistas y las asociaciones que difaman a Darwin. ¿Creíamos que eran un pequeño grupo de delirantes? Ya se cuentan por cientos de miles...
En el siglo XIX cundió el rumor de que la ladera junto al Danubio en Budapest iba a desmoronarse, lo cual provocaría la destrucción de toda la ciudad. Los ricos se mudaron a lugares alejados y el valor de la propiedad en las zonas céntricas cayeron en picada. Una vez más, los efectos de lo simbólico en lo real beneficiaron a los de siempre. Todavía no existía Internet, ni redes sociales, ni “haters”. Pero con los seres hablantes era suficiente. Nuestra pulsión de muerte por acabar con todo es tan intensa como nuestro ingenio para crear lo más grandioso: hemos inventado tanto el gas ziklón como la penicilina.
Gustavo Dessal es psicoanalista.