El asesinato de tres niñas en Southport, en el norte del Reino Unido, desató los peores disturbios de los últimos años en las calles de ese país. Varios políticos y organizaciones de la ultraderecha utilizaron esta tragedia para agitar contra los migrantes, en general, y contra los musulmanes, en particular. Se difundió la falsa propaganda de que el atacante era musulmán y de que se trataba de un inmigrante ilegal, aunque las autoridades británicas desmintieron ambas afirmaciones. El asesino era, en realidad, un joven inglés, hijo de padres ruandeses, y proveniente de una familia cristiana.

Sin embargo, esta aclaración sirvió poco para persuadir a los manifestantes racistas e islamofóbicos. Algunos de los más graves episodios se produjeron cuando los cientos de alborotadores atacaron mezquitas o intentaron prender fuego lugares donde se alojaban grupos solicitantes de asilo y donde había incluso niños. La actual ola de violencia revela una vez más el peligroso poder de los fake news en combinación con las redes sociales. A su vez, nos demuestra una realidad muy cruel e innegable: el racismo y la islamofobia ensombrecen a la sociedad británica.

En mi caso, nací en Europa y soy hijo de inmigrantes, entiendo y acompaño cualquier debate político en relación con la inmigración y el control de las propias fronteras. Pero de ningún modo apoyo la utilización de esta discusión con el fin de atentar contra los migrantes y usarlos como el chivo expiatorio de nuestros problemas socioeconómicos. Como teólogo islámico, me formé en Reino Unido y celebro cualquier conversación que rodea las doctrinas de un credo o una fe. Pero no podemos caer en la falacia de atribuir el delito de un individuo a una religión entera. Nadie asociaría el reciente asesinato de las tres niñas con el cristianismo, por el solo hecho de que el asesino procede de una familia cristiana. No obstante, dudo que los medios británicos hubieran actuado con la misma coherencia en el caso de que el asesino hubiera sido un seguidor del islam.

De hecho, un efecto adverso de la guerra en el Medio Oriente ha sido el aumento significativo, tanto de la islamofobia, como de la judeofobia. Lo que menos me preocupa como creyente es el odio que proviene de los sectores extremistas. Por el contrario, me alarma la complicidad y la pasividad de los “moderados”, porque ellos han permitido el avance del odio en nuestras sociedades. Cabe señalar el ejemplo más actual del político Robert Jenrick, que no es miembro de un partido extremista, sino que pertenece al partido conservador Tory, que gobernó a lo largo de la última década. En una entrevista televisa, él reclamó públicamente la prohibición de la expresión “Allahu Akbar” en las calles de Reino Unido. Desafortunadamente, este pedido no es un caso aislado en Gran Bretaña, hay muchas personas en el Occidente que se autodefinen en el “centro” y sostienen la opinión de que el islam no es compatible con sus valores “occidentales”.

Permítanme aclarar que la expresión “Allahu Akbar” (Dios es grande) es el epicentro de la identidad musulmana y repetimos esta frase al menos cien veces cada día. “Allahu Akbar” no es una convocatoria hacia actos violentos, sino que es una llamada de paz, de armonía y de unidad. “Dios es grande” significa glorificar a tu Creador a través de amar toda su creación, sin distinción de religión, de color o de etnia. El islam es un garante de la santidad de la vida y condena categóricamente la violencia y el terrorismo. Al mismo tiempo, respalda la separación del estado y de la religión y el eje de la “Sharia” (ley islámica) es el ejercicio del libre albedrio.

Sin embargo, en medio de la marea de violencia antiinmigratoria e islamofóbica se manifestó también la otra cara de la sociedad británica: miles de personas salieron a las calles para contrarrestar las protestas de la extrema derecha y para expresar su apoyo hacia los musulmanes. No es casual que el Reino Unido albergue aproximadamente 4 millones de musulmanes que representan casi el cinco por ciento de la población total. En el caso de la Comunidad Musulmana Ahmadía, a la que yo pertenezco y a la que represento en Argentina, tenemos un vínculo muy especial con esta nación. Debido a la persecución contra nuestra Comunidad en varios países musulmanes, nuestro jalifa espiritual reside en Reino Unido y ahí está también ubicada nuestra actual sede internacional. Muchos de nuestros miembros eligieron esta tierra como su nueva patria porque la libertad religiosa ha sido y es una de las características transversales de la sociedad británica. Justo unos días antes de los brutales disturbios, viajé a Surrey (en las afueras en sur de Londres) y participé en la convención internacional de la Comunidad Musulmana Ahmadía, denominada “Jalsa Salana”. Bajo el lema “Oraciones por la paz, Voces por la paz”, se congregaron allí durante tres días más de 40 mil musulmanes en representación de más de 100 países. Esta convención anual es la más grande y la más importante en su género en toda Europa Occidental.

En conclusión, en un mundo marcado por conflictos y divisiones, es el coraje y la voz de los “moderados” la que definirá el futuro de la humanidad. En oposición, el silencio y la indiferencia ante la injusticia generarán más muros, no puentes. La islamofobia no es el origen del problema, sino un síntoma. La raíz del vicio es el odio que algunas veces se transforma en islamofobia y en otras ocasiones en antisemitismo, en cristianofobia u otras facetas de la discriminación. Mientras tanto, nuestro lema “Amor para todos, Odio para nadie”, que resume todos los preceptos del islam, podría servir como primer paso, tanto ante los disturbios en Reino Unido como ante cualquier otra sociedad donde la paz social esté en peligro.

* Imam y Presidente de la Comunidad Musulmana Ahmadia en Argentina.