Carla Nowak enseña matemáticas y dirige las clases de educación física (¿será eso algo común en Alemania?) en una escuela estatal como cualquier otra de la ciudad de Hamburgo. En su clase conviven alumnos que brillan en una materia o en otra; hay chicos revoltosos y chicas estudiosas, están los tímidos y los esforzados. Nada fuera de lo común, sólo que últimamente la desaparición de algunos útiles ha puesto a los profesores y directivos en busca del o la responsable. En la escuela, como no se cansa de repetir la directora, esas cosas no pueden ocurrir. Y así se produce el hecho que enciende la mecha narrativa de El salón de profesores: una reunión semi informal con los alumnos delegados del curso durante la cual, siempre con la aclaración de que no se trata de algo obligatorio ni mucho menos, son empujados a nombrar a un posible sospechoso. La situación es un poco tensa y Carla no termina de estar de acuerdo. ¿Es deseable e incluso correcto sugerirles a los alumnos que delaten o, peor aún, le pongan un nombre a una mera sospecha?

El cuarto largometraje del realizador alemán de origen turco Ilker Çatak parte de esa situación cotidiana para construir un relato de suspenso minimalista, la punta de un ovillo enmarañado que termina involucrando a muchas más personas, menores de edad y adultas. Porque el chico sobre el cual caen las miradas, el hijo de un matrimonio de inmigrantes, tiene una perfecta explicación sobre el dinero encontrado en su billetera, y la acusación cae por el peso específico de la falta de pruebas. ¿O acaso sus padres están mintiendo descaradamente? El salón de profesores no es un drama estudiantil al uso, mucho menos un registro naturalista de los placeres y dolores de la docencia. En todo caso, utilizando el ámbito escolar como espacio ideal para las elucubraciones, el film transforma lo que ocurre dentro de esas paredes como un reflejo en miniatura de las tensiones y conflictos sociales de extramuros. Los prejuicios y el racismo cotidiano, sí, pero sobre todo esa sensación de ser dueños de una superioridad moral que, tantas veces, termina volviéndose en contra de quienes pretenden ostentarla. Una de las cinco nominadas al Oscar en la sección internacional durante la última ceremonia de premiación de los premios de la Academia de Hollywood, la película de Çatak puede verse desde hace algunos días en la plataforma Max.

La actriz alemana Leonie Benesch, una de las adolescentes de La cinta blanca (2009), de Michael Haneke, construye una Carla que es puro amor a la docencia y sus alumnos, pero también nerviosismo e inseguridad, ocultos tras la máscara del profesionalismo. Para ayudar(se) a callar a los chicos y chicas del curso al comienzo de las clases utiliza una estrategia algo infantil para la edad del alumnado adolescente: una serie de aplausos y frases dichas en voz muy alta. Pero el truco funciona y, en general, el manejo de las frustraciones, altanerías y faltas de respeto tiene como resultado un equilibrio razonable. Hay un chico en particular, Oskar, hijo de una empleada no docente de la escuela, que brilla con luz propia en el terreno matemático. Baste decir que, solito y sin ayuda, con sus doce años pasa al frente y logra demostrar en el pizarrón que 0.9 periódico es igual a 1. Es indudable que el muchacho es el favorito de Carla, aunque esta intente con relativo éxito ocultarlo al resto de los alumnos.

Entrevistado por el periódico francés Le Monde, Ilker Çatak recordó que el origen del guion de El salón de profesores tiene un pie apoyado en una anécdota real. “Fui a la escuela en Estambul, junto con el coguionista del film, Johannes Duncker, y allí había dos chicos en la clase que realmente robaban. Todos lo sabían, pero nadie quería ser el soplón. En cierto momento, la escuela se dio cuenta de la situación y entraron en medio de una clase. Las chicas afuera, los chicos a poner sus billeteras en los pupitres. Pero fue una suerte de trampa para ellos. Cuando hablamos con Johannes sobre ese recuerdo nos pareció que podía ser un buen punto de partida para un guion. Él también me contó otra historia ligada a su hermana, una maestra de matemáticas en Colonia, que tuvo una situación similar con una serie de robos que involucraban a una secretaria. Lo que nos parecía interesante era plasmar en pantalla una sociedad, como lo es la comunidad educativa, envenenada con toda clase de especulaciones y prejuicios. Nos dimos cuenta rápidamente de que podía ser una película sobre estos tiempos y las sociedades en la cuales vivimos”.

En más de una ocasión Çatak refirió a tres películas que inspiraron El salón de profesores: la inevitable Entre los muros, del recientemente fallecido Laurent Cantet, El joven Ahmed, de los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne, y El precio de un hombre, de Stéphane Brizé. Se trata, en todo caso, de influencias indirectas, más allá de que las dos primeras tratan precisamente de la relación de un docente con sus alumnos. En el film alemán es la presunción de la protagonista de que una persona adulta está cometiendo los pequeños hurtos lo que termina disparando realmente la trama. La visión de una docente en el salón de profesores mientras “toma prestadas” algunas monedas del chanchito que hace las veces de alcancía conjura la imaginación de Carla, quien de manera sigilosa deja la cámara de su computadora encendida y grabando. Y entonces la sospecha pasa a ser certeza, y de la conversación se pasa a la denuncia. La clave es un elemento visual indirecto, pero su cualidad de prueba convence. Pero, ¿y si no todo es lo que parece? El realizador, en la entrevista mencionada, reflexiona y afirma que “Carla Nowak, la profesora, actúa de buena fe, pero hay otros que creen que son moralmente más rectos que ella. A veces creo que estamos de nuevo en tiempos medievales: un individuo es juzgado por haber actuado mal y, por lo tanto, es exhibido públicamente para que sea despreciado por todo el mundo. Es importante que la cultura de la cancelación ofrezca una segunda oportunidad, sobre todo porque un juicio moral de hoy en día puede ser considerado algo anticuado dentro de diez años”.


El salón de profesores sostiene el punto de vista de la protagonista de principio a fin, uno de los pilares de la estrategia narrativa, que nunca deja de hacer foco en sus cambios emocionales, que no son pocos. ¿Y si estuvo equivocada en la apreciación y el vendaval que sacude a la escuela pudo haberse evitado? ¿Y si su sentido de la rectitud, aquello que debe hacerse para sostener el bien común de la comunidad, partió de una idea incorrecta? Tiene razón el realizador cuando afirma que se trata de una película sobre estos tiempos y resulta interesante que aquello que se piensa sobre Carla –lo que piensan sus colegas, sus alumnos y también el espectador– puede variar significativamente en instancias diferentes del relato. Hay dos escenas que se corren del naturalismo que es marca de estilo. En la primera, la joven profesora, quien ya ha tenido previamente un achaque de angustia de fuste, se ve inmersa súbitamente en un pasillo escolar en el cual todas y cada una de las personas que la rodean están vestidas exactamente de la misma manera. No es conveniente describir aquí la segunda, que cierra la película con una imagen inesperada.

Las formas usuales del film, por otro lado, puede ser ejemplificadas por una reunión de padres que se ubica en la historia como instancia bisagra. Lejos del viejo universo magisterial con compartimientos estancos, en el cual la voz del maestro era casi sagrada, los padres y madres comienzan a hacerse eco de las quejas, relatando comentarios de los hijos o cuestionando el accionar de las autoridades escolares. El remate llega cuando ingresa al aula Friederike (la experimentada actriz Eva Löbau), la acusada del robo, que a ojos vista de muchos ha pasado de ser perpetradora a víctima. Al menos así lo afirma el periódico escolar, el último sacudón de un terremoto que no parece tener fin. Si algo no abandona El salón de profesores es la ambigüedad, la imposibilidad y, en última instancia, la futilidad de saber exactamente cómo fueron los hechos reales. A fin de cuentas, lejos está la película de Çatak de encaramarse en los estantes del relato detectivesco.

Estrenada mundialmente en la sección Panorama del Festival de Berlín, el film recorrió una gran cantidad de festivales y mercados comerciales antes de su nominación a los premios Oscar. Consultado acerca de las diferentes recepciones alrededor del mundo, el realizador afirmó en una conversación realizada especialmente para el sitio web de la Academia de Hollywood que “aún no he podido apreciar como resuena la película con el público asiático. Eso será interesante, por su relación con la vigilancia. Pero sí he notado una diferencia con la audiencia de los Estados Unidos. Han sido mucho más expresivos, y creo que eso está relacionado con el hecho de que la gente espera que en la película haya algún tipo de violencia o uso de armas. Hay un miedo muy profundo ligado a las armas de fuego, y creo que esa es la diferencia esencial con el público europeo”.

Çatak también confiesa que el secreto a la hora de trabajar con niños delante de la cámara es “tratarlos como colegas, y no como si fuera su jefe”. Esto último resulta particularmente interesante, ya que algo de ello tiene su correlato en la historia misma: la manera en la cual se maneja el consejo directivo de la escuela y la relación diversa entre profesores y alumnos. “La escuela es un gran patio de juegos, porque existen jerarquías. Hay gente a cargo. Está el cuerpo estudiantil, que de alguna manera representa al pueblo. Está el periódico escolar, que representa a los medios. Y cuando investigamos para escribir el guion nos dimos cuenta de que cada escuela tiene diferentes políticas. Hay escuelas que tienen vigilancia de video, como en China. Hay otras que siguen el modelo escandinavo, en el cual los profesores desean ser amigos de los estudiantes y no existen jerarquías. Hay otras que predican la ley y el orden, algo ligado a la cero tolerancia. Pensamos que sería interesante ubicar nuestra escuela un poquito hacia la derecha del espectro político, un sitio donde, cuando se habla de la privacidad, se dicen cosas del tipo ‘Si no tenés nada que ocultar, no tenés nada que perder’”. Y así, la escuela no es solamente la usina educativa de los futuros adultos sino también, y por sobre todas las cosas, un reflejo a escala microscópica de las sociedades en su conjunto.