El ataque, desprestigio, exterminio sutil o feroz de nuestras conquistas, instituciones, palabras, sentidos, es horadante. Sin prisa pero sin pausa, por goteo o en baldazos de agua fría. El patriarcado fascista en el que vivimos por estos días no da tregua, pero amanecemos hoy sacudidas por las violencias de los supuestos aliados.
Sin embargo, los feminismos no pactan con silencios ni trampas. La consciencia feminista es el incesante trabajo de ver en lo que ocurre, no siempre porque está oculto, sino porque construye las categorías para poder ver lo que también encandila, muy expuesto y visible, a cielo abierto y a su vez negado, desmentido, o naturalizado. El patriarcado fue y sigue siendo muchas veces tan indiscutible como el paisaje, el clima, cualquier fenómeno de la naturaleza con el que nacimos y que seguramente nos suceda cuando ya no estemos. Y sin embargo, las luchas feministas, los saberes que han surgido de esas luchas, han encarnado en nosotrxs y en la cultura. El saber primero y último es probablemente que ninguna conquista está garantizada ni previene o evita que “ver” siga siendo un trabajo y que no puede hacerse en solitario. Ver no es una función que comprometa únicamente a nuestros ojos sino que moviliza e implica todos nuestros órganos y nuestra sensibilidad, carnal, corpórea y simbólica.
Los feminismos no vacunan contra la invisibilización con la que el poder patriarcal opera. Los feminismos luchan. Como cualquier lucha política se da de bruces, tiene férreos enemigos y no admite descanso. No nos callamos más es un slogan, un motor, un conjuro. Lo repetimos no sólo para que nos escuchen sino también para escucharnos nosotras. No nos callamos ni nos caemos, y si nos caemos y nos callamos nos levantamos, alzamos la voz, o susurramos, balbuceamos, buscamos las palabras, las forjamos junto a otrxs, las inventamos si hacen falta.
El patriarcado goza de excelente salud y tiene hijos sanos e indolentes. A veces los reconocemos a simple vista, muchísimas otras no. Lleva tiempo. Las luchas feministas no empiezan ni terminan hoy. Nuestros dolores y heridas son parte de nuestra potencia. El patriarcado no se cayó, pero nosotrxs tampoco.