¿Para qué sirve un poeta? se interrogaba Isidoro Blaisten. Según cómo se formule la pregunta, podríamos agregar que para nada. Pero el poeta es el único que no ve pasar el cadáver de su enemigo frente a su casa. Ve pasar su propio cadáver.
Ya lo escribió el gran poeta alemán Angelus Silesious tan caro a Borges: "La rosa es sin porqué", y no puede interpretar que la belleza no tiene lugar en el mercado, suponiendo que existiera un mercado para ello. Y suponiendo que la poesía -de eso se trata- pudiera tener una definición o un fin práctico en el mundo donde todo se pignora, se canjea o se transforma en una triste mercancía.
Tenemos en las artes muchas formas de desinterés, pero ninguno tan despojado, último gramo de intemperie sin fin a la que apelaba Juan L. Ortiz y que no es otra que la poesía. Alejada de los halagos, confundida con la confesión y lo subjetivo, nadie puede vivir sin ella, aunque sea una sola vez en la vida. Aun los socarrones que la ignoran y la insultan, porque ante una mujer bella se puede decir "es un poema", escribió Blaisten, no se dice "es una comedia festiva en un acto, es un entremés".
¿Quiere decir lo más alto? Y si es así, ¿por qué Pedroni decía que era "un arte de bajo precio"?
La poesía es palabra en el tiempo, decía Antonio Machado. O como escribió mi amigo Juan Manuel Inchauspe: "Nosotros sabemos que el poema es un objeto hecho de palabras trabajadas a lo largo del tiempo, vividas con el cuerpo, rescatadas por la memoria", no dice que se puede llegar a ella en tres lecciones en un taller literario al uso.
Tal vez la poesía, o mejor sin tal vez, la poesía es la palabra que se amasa con las vísceras y -como temía Blaisten- tal vez lleve a la locura, y él llegó a ser un perfecto cuentista porque no se animó a seguir escribiendo poesía. Pero de algún modo era un auténtico poeta, a juzgar por cómo trató al idioma respetando sus matices, hasta los más íntimos, hasta los más leves, hasta los más secretos.
También supo escribir: "Terca la memoria olvida. Y estoy autorizado a creer que lo obvio es la lucidez de un fantasma".
Ya lo escribió Cesare Pavese brillantemente, para que lo supieran para siempre: "Es necesario saber que no alcanzamos nunca a ver las cosas la primera vez, sino solo en la segunda. Entonces las descubrimos y las recordamos".
También estoy persuadido de que solo los que frecuentan los poemas de los grandes, inmensos, inalcanzables poetas de todos los tiempos son los verdaderos lectores del mundo. Los que se apoyan en la trama, en la argumentación lineal de un texto en prosa cabal nada tienen que ver con ser lector.
Nada menos que William Faulkner, entre otros grandes, puso en primerísimo plano a la poesía. Y supo escribir: "Yo empecé con la poesía, lo más perfecto, lo más sublime y fracasé. Pasé al otro género casi tan riguroso: el cuento. Fracasé. Entonces decidí ser novelista, por descarte".
Y termino con este fragmento de las Anticonferencias de Blaisten: "Todos los poetas han ido escribiendo desde el centro del dolor. Entonces todo ser humano desde el necio al soberbio va a recordar al suicida que escribió 'y vendrá la muerte y tendrá tus ojos', al fusilado que dijo 'no le tapen la cara con pañuelos para que se acostumbre a la muerte que lleva', y al negado que una vez dijo 'con el número dos nace la pena'".
Para eso sirve un poeta.