Querido lector:

La columna de la semana pasada, “A media luz”,  provocó una serie de comentarios, entrañables todos, y por los que me siento profundamente agradecido. Pero –porque nunca falta un "pero"– algunos de ellos, no sin cierta suspicacia, me etiquetaban de “tanguero”. En realidad, un poco lo soy, y me siento orgulloso de ello, aunque, por respeto a los verdaderos eruditos del dos por cuatro, debo decir que, en mí, lo del tango no pasa de una deliciosa afición, de un deleite personal.

De todos modos, decidí intentar acercarme a la realidad que nos circunda con una nueva descripción de nuestros pesares cotidianos, esta vez en clave de rock nacional, recurriendo, eso sí, mayoritariamente, a aquellos temas que me acompañaron desde “cuando comenzamos a nacer y todo era nada era el principio”.

Yo era un hombre bueno, si hay alguien bueno en este lugar, pero poco a poco fui creciendo y ayer nomás en el colegio me enseñaron que hay que tener dinero para ser feliz, aunque así solo tendrás un negocio más. Siempre fue igual, mi profesor: solo conocía su ciencia, y –quizás porque no era un gran artista– decía que, para que alguien te pueda amar, hay que tener un auto, relojes de medio millón, cuatro empleos bien pagados, ser un astro de televisión.

Esto me demuestra que al final de cuentas era una verdadera compulsión de mi vida tan vacía, con la que termino cada día y empiezo cada día. Aprendí a ser formal y cortés, pero soñaba con mañanas campestres perfumadas de azar donde una muchacha ojos de papel viniera y se entregara desnuda sobre la arena. Pero la moneda cayó para el lado de la soledad, y de nada sirve escaparse de uno mismo.

Han pasado muchos años de esta vida, y una mañana me encontré dentro de mi habitación con los ojos muy lejos, el pecho dentro de un hueco, un montón de diarios apilados y un libro muerto de pena. Era lunes otra vez sobre la ciudad, era en abril y me sentía solo y triste en este mundo abandonado. Sé que en esta pálida ciudad de pobres corazones mucha gente vota “partir hacia la locura”, pero yo, en mi cuarto, me dije que todavía me emocionan ciertas cosas, y para saber cómo es la soledad, necesito alguien que me emparche un poco.

Entonces, el consorcio se reunió y me echó de mi cuarto gritándome : “Recoge tus cosas, y largo de aquí. No tenés profesión; si te vas..., no, no, no voy a llorar”. Tomé el ascensor sin temor a que se caiga, y fui a dar a la calle de un puntapié.

Vagando por las calles, mirando la gente pasar con un poco de insatisfacción, vi a un señor muy gordo que me preguntó si no me daba vergüenza estar así vestido; a la mamá de Jimmy, una inglesa que critica estas tierras; a un oso que caminaba y caminaba sin cesar; al padre Francisco, que salió por Cristo; y a todos los caballos blancos.

También a Catalina, que tenía la rutina; a Francisca, que, como era lunes, estaba con una canastita de flores y su hijita; a Natalio Ruiz, con su sombrero gris; a Peperina, que no tenía huevos para la oficina; a José Mercado, que compra todo importado; a los que hacen el amor cada muerte de obispo, a Laura, que va; al capitán Beto; a Jeremías Pies de Plomo; a un fabricante de mentiras; a un mendigo en el andén; y a Ana, que no duerme.

¿Y donde están ahora los filósofos críticos, tiñendo sus palabras de intereses políticos?. ¿Y dónde están ahora los psicoanalistas, curando las neurosis de los ahorristas?.

Esta es la gente del futuro, les hace mal la realidad de saber que el perro es perro y nada más, pero solo se trata de vivir el presente, el presente y nada más.

Vi sus caras de resignación y de vivir sin una estúpida razón, pero me dije: “Falta tiempo para que mi piel huela a final, aunque viva en un rincón , aunque tenga un hilo de voz”. Hacía frío, me faltaba un abrigo y estaba lejos de casa. Quería irme al lugar que yo más quiera, pero me faltaba algo para ir pues caminando yo no puedo. Pero hacía falta tiempo para el tiempo y un rato más para ir juntos a la par.

Entonces, atado a mi destino, al borde del camino, me sentí acribillado en la ciudad, con los dedos superadheridos de tanto esperar a alguien que me lleve, y me dije: “No conozco mi cuerpo, no sé más quién soy, pero es mejor ser muerto que un número que viene y va”.

Entonces lo vi, lo vi, lo vi. Yo no buscaba nada, y lo vi. Pato trabaja en una carnicería, y aunque te dice: "Pueden venir cuantos quieran, que serán tratados bien", la realidad es que nunca te van a dar lo que les pidas, porque ¿quién me dará un crédito, mi señor?

Así que me fui. Y qué vas a hacer, no hay fuerza alrededor y uno se cansa de correr. Además esas motos que van a mil solo el viento te harán sentir, son como hombres de hierro que no escuchan la voz. Y aunque me dije: “No te pares, no te mates, solo es una forma más de demorarse”, me sentí perdido en el túnel del amor, donde no podía evitar que vinieran hacia mí los sánguches de miga en el tren de las 16.

Percibí que hay a mi alrededor más de lo que mis ojos pueden mirar y llegar a ver. Supe que hay violencia en el parque de la ciudad. Con esta crisis, los bares están cerrados, los cines también están cerrados. Me dije: “Amigo mío, vuelve a casa pronto”. Pero ¿cómo volver? Corrí al monte a preguntarle a un nogal.

Conseguí licor y, como nunca había bebido, me sentí muy mal.

Todos giraban y giraban a mi alrededor, y yo también giraba y daba más vueltas. Un tipo me encerró y me llevó a la ciudad. Escuché una voz, tan solo una voz que me decía: “¿Así que atravesando el viento sin documentos? Igual, no importa de dónde vienes, lo importante es adónde vas. En el hospicio te darán guisos de madre y postres de abuela, pero quisiera saber tu nombre, tu lugar, tu dirección”.

Pensé que se trataba de cieguitos, de esos que con el as de Espada te dominan y con el de Basto te entran a dar. Le dije: “Yo no sé por qué, sargento, me lleva al destacamento”, pero no era sargento, y respondió: “Yo sólo quiero ser un enfermero”. Le dije que mi sangre está muy bien dentro de mi cuerpo, y se fue. La verdad es que se está yendo todo el mundo.

Como no cerró el candado, esperé bajo la lluvia dos horas, tres horas, como un perro, y me pregunté: "¿Dónde va la gente cuando llueve?”. Me contesté: “Total, qué más da”…, y dejé la ciudad, olvidando las dulces promesas de que el futuro no me sea indiferente, bueno…¡mientras no tenga miedo de hablar!

¡Qué difícil se me hace!. Porque siempre hay alguien que se olvida de avisar, nos gobierna el señor Cobranza (¿o era el señor Tijeras?), un tonto rey imaginario que se cree que es el rey de este lugar y vive en la cima de la colina. Se la pasa yendo de la cama al living acompañado por su perro Dinamita, la rata Lali, un juez que era amante de los jueves, un gran señor que sufrió el deshonor de sus sirvientas infieles, una mujer neurótica sirviendo el té, los que atrasan los relojes, los que creen que a los hombres que avanzan se puede matar, los que tienen este mundo repodrido y dividido en dos, los que se atreven a tocar a mi vieja, los que no le ofrecen un trabajo a Francisca porque tienen miedo de quedarse sin ella, los dinosaurios que no desaparecieron, los que nos siguen pegando abajo, los que en nombre del país de la libertad no te dan ni un pan dulce ni un poco de “sidrá”, los señores del auto que van a Corrientes a buscar a Cachito, y las damas satisfechas que sonrieron porque no se viene el estallido.

Pero ya van a ver cuando se empiecen a quedar solos, con el escenario vacío, y sin un millón de manos que los aplaudan… Seguro que llenan sus valijas y se van. Y no te prometo que no volverá a ocurrir aunque me prometas que no volverá a pasar.

Ahora miro atrás un poco, no hace tanto que pasó, y todo lo que yo amaba ya no es mío y se escapó. El peronismo resultó complicado. Los otros son como ocho, yo los conozco, y mientras te dicen que a la libertad la llevarás dentro del corazón, piensan “lo tuyo es mío, y lo mío es mío”. Está prohibido todo, hasta lo que haré de cualquier modo, y mientras alguien reza por vos una plegaria para un pueblo dormido, la ciudad se nos mea de risa, neeená.

El problema es si poco a poco vos te conformás.

Sugiero acompañar esta columna con el video de Rudy-Sanz “Mr Jones” parodia actualizada de aquel legendario tema de Sui Generis