"Hay que hablar mucho de las ideas, poco de las cosas y nada de las personas"

Juan Perón

El campo crítico vive momentos tristes. Ideas y valores justos en manos de indignos y especuladores terminan siempre condenando las banderas por las que peleamos. Pero tampoco nos engañemos: esto no es solo un problema de nombres propios. El problema es la cultura política que todos, de alguna u otra manera, sostenemos y hay que dejar de sostener. Y hay que hacerlo ahora.

Álvaro García Linera dice: “La peor derrota de un revolucionario es la derrota moral. Puedes perder elecciones, puedes perder militarmente, puedes perder incluso la vida, pero sigue en pie tu principio y tu credibilidad. Cuando pierdes la moral, ya no te levantas, va a ser otra generación, va a ser otro líder el que va a poder levantarse”.

El año pasado no solo tuvimos una derrota electoral, sino también una derrota política. Por las cosas que estaban en juego, por el llamado a defender “la democracia” en abstracto, por el veredicto del pueblo, por el Presidente que finalmente tenemos. Desde aquel momento insistimos en que la Argentina no se fue a dormir progresista y se despertó libertaria; que lo que se viene cultivando es una profunda crisis de representación política y no un súbito proceso de derechización de la sociedad; que lo que hay que cambiar es la política y no echarle la culpa siempre a la gente, que no se volvió de derecha sino que está cansada de vivir tan mal.

La noticia de que el presidente, por el que votamos con distintos grados de convencimiento y participación que ahora no vienen al caso, ejercía violencia física y psicológica contra su pareja es una tragedia de proporciones. Y así hay que exponerla, y debatirla. No buscar excusas, no pasar a otra cosa rápidamente. Este hecho agrega el último componente de la derrota que se arrastra y la convierte en irreversible: la derrota moral. De una derrota electoral podés recuperarte rápidamente, en el próximo turno, ajustando alianzas, propuestas, discursos y cuestiones tácticas. De una derrota política, quizá en 10 años. Eso lleva más tiempo, requiere autocríticas profundas, cambios en rumbos estratégicos y mucho trabajo de fondo. Pero, como bien dice Linera, de una derrota moral no se sale, se recupera recién la próxima generación. Y eso es, justamente, lo que tenemos que hacer hoy. Acelerar el cambio generacional que ya era impostergable.

Cambio generacional que no implica simplemente retirar dirigentes, sino desterrar para siempre las prácticas totalmente naturalizadas que nos trajeron hasta acá. Es decir, encarar un profundo cambio de la cultura política. Que, transversal a toda ideología, es hegemónicamente verticalista, machista, porteña y clasista. Tenemos que cambiar la forma de cambiar. Y es urgente.

Es imposible hacer otra política con las mismas prácticas y con las mismas herramientas. En un juego de cartas marcadas, hay que crear cartas nuevas. Esto se agotó. Esto está absolutamente podrido. Esto no va más. Nos merecemos otras cosas y tenemos con qué.

Ese cambio puede y debe empezar por lo obvio: terminar con el machismo que estructura la política y que no solo perjudica a las mujeres, sino que constituye toda una cultura. Una cultura que, como dice Rita Segato, es una desigualdad que respalda y educa para todas las otras desigualdades. Romper las complicidades, los silencios y los pactos que sostienen todo tipo de violencias en las cuales se fundan muchas de las peores prácticas de la “real politik”. Al mismo tiempo retomar la consigna “lo personal es político” para recuperar cierta idea de la ejemplaridad. No hay más lugar para la exculpación por comparación. No más tiempo para los “ah pero Macri”. No más “el otro también es corrupto”. No más “ellos son peores”. Eso ya lo sabemos, su maldad no nos hace buenos. Esos no son argumentos. Nosotros tenemos que ser como tenemos que ser, independientemente de cómo sean los otros. Nadie nos va a creer un mañana distinto que no seamos capaces de mostrar en nuestras prácticas hoy. Y eso va desde las cosas que proponemos hasta la forma en que vivimos. Desde con quién hacemos las cosas para que cambien las cosas, hasta cómo hacemos lo que hacemos. Desde el tipo de vínculos que establecemos entre los militantes hasta de dónde vienen los fondos de campaña. Nadie está libre de pecados. Porque a la larga, como dice el Pepe Mujica, o terminás viviendo como pensás o terminás pensando como vivís. Ser libres en la lucha por la libertad, ser iguales en la lucha por la igualdad y fraternos en la lucha por la fraternidad. Justos en la lucha por la justicia y honestos en la lucha por la verdad.

Construir lo nuevo no significa olvidar el pasado ni creer que la historia arranca con nuestra llegada. El desafío quizá resida en saber combinar lo mejor de la tradición con lo mejor de la innovación. Sabiendo que otros lucharon antes, sabiendo que “los derechos de hoy son las luchas de ayer” pero también que “los sueños de hoy son los derechos de mañana”. Que para escribir las nuevas canciones hace falta cierta rebeldía que rompa con lo anterior, sino todavía seguiríamos tocando Beethoven y el mundo no avanzaría hacia nuevos horizontes. Ya lo dijo el Papa Franciso evocando a otro gran músico: “Algunos piensan que la tradición es un museo de cosas viejas, ¿no? A mí me gusta repetir aquello de Gustav Mahler: ‘La tradición es la salvaguarda del futuro y no la custodia de las cenizas”.

Por eso de esto no se sale con menos feminismo sino con más feminismo. No se sale con menos democracia sino con más democracia. Con más amor por la Patria no con menos. Se sale con más profundidad y audacia y no con más cálculo y asimilación.

Por último, hablamos de “campo crítico” así, “sin faccionalismos” diría Rita Segato, porque acá tenemos que entrar todas y todos. Aquellos que, independientemente del espacio en que participemos, del partido del que vengamos, queremos cambiar el mundo. Se equivoca el que piensa que esta crisis es la crisis de un partido en particular. La crisis de legitimidad arrasa, de manera diferenciada pero sin piedad, desde el presidente de la nación hasta el último concejal. Desde el sindicalista de derecha hasta el movimiento social de izquierda. La crisis es total. Agranda la brecha entre lo político y la gente, expone a la política como simulacro que sobregira los discursos y subejecuta las acciones, confirma la idea de que no se puede creer en nada ni en nadie y refuerza el cinismo de la época. Pero también así de grande es la oportunidad para crear lo nuevo.

Antonio Gramsci lo predijo y hoy lo estamos viviendo: “Entre lo nuevo que no termina de nacer y lo viejo que no termina de morir aparecen los monstruos”. El cadáver de la vieja cultura política se pudre todos los días un poquito más. Dejemos de intentar resucitarlo. Esto ya no tiene arreglo. Tramitemos, como luego de un gran siniestro, la “destrucción total” y empecemos a pelear por nuestros sueños tal y como realmente los queremos y no como nos quisieron hacer creer que se podía. Con nuevos liderazgos y conducciones colectivas, construidas de abajo hacia arriba y de la periferia al centro.

 

“Dame un punto de coincidencia y haremos una Patria” decía Jauretche parafraseando a Arquímedes. Que este sea el inicio de una nueva etapa, nuestra generación está llamada a hacerse cargo del futuro. Hoy más que nunca sigamos creyendo y confiando en nuestras ideas. Hoy más que nunca, cuestionemos y transformemos nuestras prácticas. Porque, sin dudas, lo mejor todavía no pasó sino que está por venir. Depende de nosotros.

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