Hace pocos años, la historia de la pintora sueca Hilma af Klint era una curiosidad en el mundo del arte y también –quizá aún más-- entre los interesados por el ocultismo y las fantasmagorías. De a poco, pero con verdadera furia, su obra se fue haciendo muy popular. Apareció una película sobre su vida de Lasse Hallström. Sus pinturas se ven en Personal Shopper, un filme con Kirsten Dunst. Hubo muestras enormes en el Guggenheim de Nueva York y en la galería Serpentine de Londres. Pero cuando vi, días atrás, que usaba sus pinturas una marca independiente argentina de remeras estampadas, me sorprendí. Y a la vez me pareció un viaje obvio. Su historia tenía destino de leyenda y de pop. Las redes ayudaron a diseminar vida y obra de Hilma con facilidad, porque su trayectoria se cuenta fácil y porque sus pinturas abstractas y elegantes son tan extrañas como agradables.

Hilma Af Klint nació en 1862 en Suecia, y murió en 1944. Las pinturas que hoy la hicieron famosa jamás fueron exhibidas durante su vida. La primera vez que su trabajo abstracto se mostró fue en 1989, en Nueva York. En el catálogo se decía: “Ella se ubica firmemente, y de alguna manera por sobre Malevich y Mondrian. Porque, a diferencia de ellos, usa lo mismo que los artistas actuales: temporalidad, surrealidad, lenguaje, lo inconsciente, la ciencia, la sexualidad”. La presentaban como la pionera del arte abstracto. Esa presentación desató la polémica.

Af Klimt estudió en la Academia de Bellas Artes de Estocolmo. Era una alumna correcta, de una buena familia. Pintaba paisajes, con los que se ganaba la vida, y tenía un interés especial por la botánica. En privado, en 1906 abandonó los métodos tradicionales de representación y empezó a pintar lo secreto, lo oculto y el mundo espiritual. En 1880 fue miembro fundadora de un grupo de mujeres artistas llamadas Las Cinco. Juntas llevaban adelante séances, es decir, sesiones de espiritismo. Se comunicaban con los espíritus a través de las pinturas. Sus experimentos con la escritura y el dibujo automático preceden por décadas a los de los surrealistas. En una de las sesiones, en 1904, af Klint recibió el “encargo” de pintar el plano astral para representar el aspecto inmortal de la humanidad. Ella era una artista que se convirtió al espiritismo –al revés de otras, como la suiza Emma Kunz--. Escribió en sus diarios: “Las pinturas me llegaban de forma directa, sin dibujos preliminares y con gran fuerza. No tenía idea de qué representaban. De todas maneras, trabajaba rápido y con seguridad, sin cambiar ni un trazo”.

Hoy su trabajo viaja por el mundo: el Moderna Museet de Estocolmo tiene algunas de sus pinturas en una de las salas más importantes –y las va a ver mucho público-- pero no hay una muestra permanente: la Fundación Hilma af Klint se ocupa de conservar las casi 1.200 que están guardadas, pero el lugar es apenas una oficina. Existen libros y reproducciones de Klint por todas partes, pero ver la obra no es tan fácil. Ella lo quiso así: dejó estipulado a su familia que sus trabajos sólo se podrían mostrar 20 años después de su muerte, es decir, desde 1964. Las pinturas, entonces, no están dispersas en museos y colecciones: están en la Fundación, el resto están en el Museo de Estocolmo, y no se venden. Hilma no tiene descendencia: nunca se casó, su mundo era entre mujeres y amigas, y con ellas vivía y trabajaba. Su mentor sí era un hombre: Rudolf Steiner, fundador de la antroposofía, que solía visitarla en su estudio. Desde los años 20, ella viajaba a Suiza para verlo.

La historia es fascinante, como suele ser la de una obra secreta, pero quizá la discusión más potente sobre af Klint es la que se refiere a su estatus de artista plástica. El entusiasmo por su condición de pionera de la abstracción disminuyó cuando se supo acerca de las condiciones de producción de estas pinturas. Como fueron hechas a partir de su “contacto” con los espíritus, muchos críticos no las consideran arte, sino una forma de expresión, una ilustración de sus creencias, como se lo quiera llamar. La crítica de arte británica Briony Fer escribió: “quiero sugerir que su trabajo no viene de un mundo de espíritus, sino de imágenes: debemos ver a sus creencias como un marco en el que se entrenaba. Como artista mujer, esto le dio licencia para trabajar de maneras muy diferentes a las normas de la época. Además, sí que conocía el arte de vanguardia del momento: es casi seguro que vio la exposición de Edvard Munch –el autor del “El grito”-- en Estocolmo en 1894, y a muchos modernistas”.

El lenguaje de la geometría que Hilma usaba, casi siempre en acuarela, quería visualizar un mundo cuyas dimensiones no conocemos, pero es el mismo material que la pintura abstracta desarrolló en manos de artistas como Kandinsky. Sucede que nunca tuvo la intención de hacer arte abstracto, ni pertenecía a un círculo artístico. Explica Fer: “seríamos tontos si no nos damos cuenta que es un proyecto estético”.

En la Bienal de Venecia de 2013 se exhibió su trabajo junto al de “artistas outsider”, una categoría compleja pero que básicamente se refiere a personas que trabajan fuera de los círculos artísticos, con desconocimiento de ellos, y sin entrenamiento técnico. Autodidactas y marginales. Pero no es el caso de Hilma, que estudió en una Academia y que, si estaba aislada, tenía que ver con que vivía en un Munsö, una isla cerca de la capital sueca, en el siglo XIX. Y con que era mujer, así que su capacidad de movimiento era limitada. En su círculo, estaba totalmente integrada: trabajaba, iba a ver muestras, viajaba. Cierto: su círculo no era París. Y su trabajo no fue una decisión técnica, sino mística. Branden Joseph, profesor de arte moderno en Columbia, cuenta que su entusiasmo por af Klint muchas veces se encontró con una pared. “Un amigo del mundo del arte me dijo ‘son impresionantes, pero no son pinturas. No era una pintora. Las hizo para un Templo”. (Era el plan de Hilma: tenerlas en un edificio de esas características). Sigue Joseph: “En esa discusión dije que las pinturas hechas por motivos religiosos eran centrales en el arte occidental. ¿Podríamos sacar a la Capilla Sixtina del canon? En el arte moderno, Mark Rothko también pintó para una capilla en Houston y no dejó de ser considerado un expresionista abstracto”. Su amigo no cedió y Joseph concluye que el problema, aquí, es que se trata de una mujer espiritista. La objeción, afirma, ignora la inspiración teosófica de Mondrian y el interés por el ocultismo de Malevich y muchos más. “Cuando ella trabajaba, nadie iba a alentarla a producir pinturas del tamaño de las llamadas ‘Las Diez Mayores’ y con formas abstractas. El propio Steiner le dijo que las guarde. Quizá encontró en el espiritismo una manera de desarrollar este estilo, que era complemente insólito para el lenguaje de la época”.

 

Hilma af Klint no entra en las narrativas tradicionales del arte moderno occidental sino que, con sus pinturas y su falta de “intención”, desafía este canon. Un crítico muy influyente, Hilton Kramer, dijo cuando vio su obra que eran “una curiosidad” y que sólo se le prestaba atención o se la ponía cerca de Mondrian “porque era mujer”. Hoy su trabajo es exhibido junto al de Kandinsky, como ocurre en la muestra conjunta de ambos que se presenta ahora mismo en Düsseldorf, Alemania. Después gran parte de la obra se va a una mega retrospectiva en el Guggenheim de Bilbao que durará hasta 2025. Quizá en su época el mundo del arte no estaba listo para que una mujer de provincias sueca viera su obra. Y hoy muchos no la consideran una artista. Pero la recepción es diferente porque consiguió la fascinación de la gente. Ella, si existe ese otro mundo en el que creía, debe estar feliz porque al fin se difunde el trabajo dictado por sus Maestros.