Estoy convencido que el acto de escribir es una de las formas posibles de restaurar la memoria, y la novela La cuerda ilusoria, de Ángel Martínez Haza, es un buen ejemplo de ello. 

La acción se desarrolla casi en su totalidad en un pueblo costero de la isla de Cuba; un escenario cuidadosamente expuesto con palabras precisas, un ámbito recreado en sus olores, sonidos y colores, en sus paisajes y sus comidas, en sus usos lingüísticos, con el tono pertinente, porque las palabras poseen una textura y un clima que acompañan la acción imprescindible para que la narrativa funcione. El autor apela a una herencia sutil del barroco americano, tan caribeño; al mismo tiempo una construcción sin fisuras ni falsas especulaciones estilísticas va sosteniendo la trama donde el pasado y el presente se cruzan permanentemente, sin alterar el ritmo ni entorpecer la lectura.

Para quien ha partido, para quien migra por necesidad o por impulso, el terruño –la pequeña patria- es solo una imagen lejana, una construcción de la memoria que parece mantenerse estática y con pequeños trozos de vida va entretejiendo una red invisible, un paisaje que con el paso del tiempo ya ha dejado de existir o que, al menos, no lo hace de esa manera que atesora y nos regala el recuerdo.

Para Julián –el protagonista de la novela- regresar, entonces, posee un doble efecto: recordar aquello que ya no es y que se ha vuelto añoranza al haberlo perdido definitivamente y descubrir aquello que se mantenía vivo pero que no habíamos registrado antes, convirtiéndolo en olvido.

Luego de estas reflexiones y volviendo al tema y a la trama de la novela, se me ocurren las siguientes preguntas: ¿Es que podemos regresar al pasado, viajar en el tiempo, cambiar las cartas mal barajadas por el destino?

Olvido y memoria forman parte de un juego selectivo que no jugamos, conscientemente al menos. No obstante, lo que sí podemos hacer es buscar en aquellas zonas grises y tratar de reponer las carencias, intentar reparar lo que hemos dañado o hacer aquello que no hemos querido o no hemos podido concretar en el pasado; abordar lo pendiente, decir lo no dicho. En definitiva: crear las condiciones para una nueva oportunidad.

Esa es quizás la búsqueda de Julián: intentar llenar los vacíos, encontrar las piezas del rompecabezas que le permitan revelar los misterios, los silencios, las razones y las sinrazones, aquello que el presente demanda desde su propia ausencia. Y esas piezas son como los restos perdidos de un manuscrito, la presencia del ausente que nos seguirá acompañando, la añoranza por aquello que es difícil recuperar. Muchas veces partir es una elección personal y así como en esa distancia algunos obtienen logros y beneficios, quedan en el camino afectos, sentires, deseos postergados y promesas incumplidas. Y seguirá quedando lo irrecuperable.

Para un migrante argentino decir que lo que extraña es el mate o el dulce de leche seguramente no es más que un cliché; lo que verdaderamente se extraña son las pérdidas definitivas: nuestros muertos, nuestros afectos, nuestros amores…

A través de una historia bien estructurada y escrita con atinado oficio, La cuerda ilusoria, además de su sabor local aborda en gran medida muchos de los sentires de los migrantes en general, de sus anhelos y sacrificios, de sus dudas y cavilaciones. ¿Es posible, para el migrante, lograr un equilibrio entre lo que se obtiene y lo que se pierde? ¿O es una tensión que, como la condena de Prometeo, llevará siempre consigo, comiéndole las entrañas?

Como en la novela, lo irrecuperable puede ser la oportunidad de algo nuevo, diferente, es la posibilidad de encontrar otra obra que jamás podrá reemplazar a los extravíos pero que los contiene, aunque seguramente de una manera diferente. Porque es también una celebración del objeto artístico, aquello que nos consiente expresarnos, mostrar la propia carnadura, y a través de ello poder interpelar y ser observado por otros semejantes: los lectores.

Es nada más y nada menos que el arte de la palabra, el oficio de la escritura una de las herramientas válidas para lograrlo, y La cuerda ilusoria de Ángel Martínez Haza posee los ingredientes necesarios para hacerlo. Por último, diré que sólo me animo a dudar si la cuerda es realmente tan ilusoria como lo anuncia el título; su lectura es una buena oportunidad que se nos ofrece para dilucidarlo.

*La cuerda ilusoria está a la venta en todo el mundo. Se puede consultar cómo obtenerla en equidistancias.com/lacuerda