Aquí estoy, en el mismo sillón de cada noche. Y vos sin estar. Ella tampoco. Ya no. Te avisé para que vinieras cuando hubiese sido bueno que te viera. Ahora soy yo la que no quiere verte. Estoy segura de que vendrás a buscar lo tuyo. Ni hoy ni mañana. Vas a dejar pasar más de una semana quizá un mes, cuando el olor a muerte se haya ido. O dentro de más tiempo, cuando supongas que ya me desprendí de sus cosas y pasó ese momento de tanto dolor. Que ya no habrá rastros de su ropa y la silla de ruedas no estará. Habré regalado todo menos la taza azul, la del borde cachadito, la que… servime el té en esa, que es un regalo de tu hermana.

El chal verde ahora es mío. Me lo gané.

Venir. Tocar el timbre y aparecer perfumada, descansada y bronceada. Das por descontado que estaré esperándote. Abrirás las ventanas... dejá que entre el sol, aquí huele a rancio. No vas a decir huele a muerte aunque lo pienses. No, no, sos demasiado zorra como para decir de frente. Mirarás. Evaluarás. Harás tus cuentas. Esos números privados que jamás dejás ver y que sé que existen. Vas a querer vender el departamento. Lo sé. Podrías venir con el cartel de SE VENDE debajo del brazo, pero sabés que sería demasiado. Para mí y aun para vos. No, por sentimientos no, no; será por la vergüenza de mostrarte tal cual sos. No, tampoco es vergüenza. Es por el qué dirán, que es la forma hipócrita de la vergüenza. Vas a esperar otro par de meses. Necesitás moneda. Lo intuyo porque siempre te comunicás por whatsapp. Gratis. O quizá lo hagas para no dar la cara. O porque pensás que no merecemos que te gastes esa moneda en una llamada. Ya no lo sé.

Mamá te esperaba y yo mentía llamados tuyos que no existieron, viajes por trabajo que nunca sucedieron, enfermedades de tus hijos. Mentía y ella se dejaba mentir. No lo hacía para salvarte, sino para que le doliera menos. Sí. Y ella sabía. Entonces, me dolía a mí. Te conocía bien. Un acuerdo patético. Una farsa familiar donde se nota la tramoya pero igual aplauden.

Hoy, mucho antes de que aparezcas necesito evaluar; sentarme mirando la pared, enfocar el blanco de la pintura para que ningún recuerdo traidor ablande mi decisión. Esa que fui tomando cada noche de insomnio, sábanas meadas y manos tomadas.

Antes de irme agradeceré al portero y a su ayudante y les dejaré una botella de sidra y un pan dulce a cada uno. Qué cosa señorita, eso de morir antes de Navidad. Lo dirán, lo sé. Y no me importará nada. Porque ya no me importa nada, excepto un último gesto antes de partir. Ese que anoche mismo puse en marcha.

Ellos no sabrán qué es lo que contendrán todas esas cajas que me ayudarán a entrar y apilar. Veinte cajas marrones, iguales y sin letras, apenas con número de lote. Sé que van a pasar por el ancho de la puerta de servicio, lo corroboré tantas noches en vela, esperando su último gemido. Déjenlas aquí que después ordeno. ¿No quiere llevarse esta blusita para su señora?

No me importa nada. Salvo irme y en paz.

No te creas que lo de las cajas se me ocurrió de una manera sencilla. Así, de la noche a la mañana. No, nada fue sencillo. Te confieso algo, hablar con la del Tercero me dio valor. Nos dimos valor. Si, las dos nos dejamos acorralar en estos lugares de mierda. De mierda. Porque fui yo la que vine de día, vine de noche, estuve, lloré, putee. Sola, porque vos nunca pediste venir. En honor a la verdad tampoco te pedí que vineras. Mala mía. Pero no hay mal que por bien no venga; durante el poco tiempo libre que me dejaba mamá, investigué por internet. Todo está en internet ¿sabés?. No sabés cuánto se aprende en noches en vela. Cuánto se encuentra y se lee. Al principio sólo consultaba por ella y siempre tenía la misma respuesta. Difícil pronóstico, difícil sobrevida, difícil todo. Y todo decía que mamá se iba a morir, aunque el médico siempre sembraba una semilla de esperanza, que dejé de regar cuando se puso peladita y flaca. Flaca como un esqueleto gordo. Sí, todo está por internet. La vida, la muerte y las compras online. Ni te imaginás todo lo que se puede comprar con una tarjeta de crédito y sin salir de casa. Con una tarjeta de crédito y una decisión.

Y como un dios invocado, estuve en todos los detalles. Siempre. Desde la compra de este departamento hasta su mudanza. Primer piso y con patio, festejamos. Estás loca, dijiste. Te van a tirar mierda desde los pisos altos. Así mirabas al mundo. No te importó que le pudiera armar ese jardincito en macetas que ella salía a regar cada mañana, hasta que ya no pudo y yo tomé la posta… O Ana, cuando terminaba de lavar los platos. Ni se te ocurrió su felicidad de tejer al sol. Ni que esas carpetitas fueran su desahogo. Pero mami, no te preocupes, no te vas a sentir encerrada. Esa casa era muy grande para vos. La vendimos bien. Tuvimos suerte al conseguir este departamento en el edificio justo al lado del mío. Yo apuntalaba y vos mentías: Voy a pasar a verte cada tarde a la salida de la oficina y tomaremos mate mirando tus flores. Porque mirá que sos manos verdes. Claro que nunca pasaste; y aun así ella te esperaba. Al principio te esperaba con el mate listo. Después sólo con la mirada perdida.

Veinte cajas.

Grillos y Conejos. Los más voraces, los más cagones, los más prolíficos, los más promiscuos, en veinte cajas. Grillos y conejos. Les voy a dejar todas las plantas del patio en la cocina y las canillas apenas abiertas. Les voy a dejar un paraíso para que caguen los conejos y cartón para que coman los grillos, como las cortinas y la ropa. Quizá se inunde, quizá no, pero yo, ya no voy a estar para solucionarlo todo. Y, ya que me estoy confesando, te cuento que aprendí a usar la trincheta como nadie, para descabezar las malditas ampollas que le inyectaba porque ella quería que fuese yo quién se las pusiera. Sí, la misma trincheta con la que marqué, apenas marqué y adelgacé un agujero de escape en cada caja y pudieran salir, lo antes posible todos esos grillos y conejos. Vení nomás, ellos te estarán esperando.

Yo ya me habré ido de su casa y de la mía, pero vos vení nomás.

Vení… no toques timbre. La llave que era de papá estará, como siempre, arriba del marco de la puerta. Por si había alguna emergencia ¿te acordás?

Vení.

Si se inunda, me van a llamar y no contestaré.

Te van a llamar y vas a venir.

 

Vení cuando puedas… La mierda siempre te estará esperando.