Abel Pintos tiene 33 años y 22 de carrera. Tiene once discos editados (así se llama el último, 11), y es uno de los pocos que sigue vendiendo mucho de eso, discos. Solo en lo que va de este año lleva hechos unos cincuenta conciertos por todo el país presentando este último trabajo, a los que se suman los 35 que dio entre enero y febrero, en la gira de verano. Casi todos los que restan en su fixture tienen el cartelito de Localidades Agotadas, incluyendo el primero de los dos estadios de River que se anuncian para los próximos 16 y 17 de diciembre, algo absolutamente excepcional para un artista local. Semejante despliegue de cifras y convocatoria podría resultar acaso lógico si se tratase de un artista de esos que se arman para hit a escala planetaria. Pero se trata de un pibe de Ingeniero White que empezó cantando folklore, apadrinado por León Gieco, y que desarrolló una carrera bastante particular más ligada al pop y a las letras románticas de su autoría. Que se legitimó al mismo tiempo en escenarios tradicionales como el de Cosquín (que lo ungió con el Premio Consagración), y que logró captar un público muy amplio en cuanto a edades y procedencias. Lo que se dice, un chico especial.
Hoy a Abel Pintos lo escuchan los adolescentes, los ya mayores, y hasta los niños. Suena en los actos de los jardines porque les gusta a las maestras y a los chicos y a las familias. Suena en los videos de egresados, en las fiestas empresariales de fin de año y en los boliches. Es el yerno que quieren las señoras y el novio que quieren las chicas y los chicos. Hay niños que llevan a sus padres a sus shows, y padres que llevan a sus niños. En sus conciertos suelen aparecer nenitos disfrazados de “Pájaro cantor”, como en el video del tema, con galera, pluma roja y camperita con flecos en las mangas. “Cuando veo eso me muero, me muero de ternura”, dice Pintos, también con ternura. Ahora mismo, en la nota en un hotel boutique de Palermo, hay un grupo de fans apostados en la entrada, entre los que se cuenta uno petiso de guardapolvo blanco. No tienen nada de la histeria que suele desbordar estas escenas, más bien parecen vivir la espera como una tranquila estudiantina. Saben que cuando termine todas las notas, es probable que el intérprete salga a charlar con ellos. Algo de esta relación parece fluir con naturalidad, como la carrera toda de Abel Pintos.
–Allí en la puerta hay grandes y chicos esperándolo, como en sus conciertos. ¿Cómo se dirige a un público tan diverso?
–Es algo que me da mucha felicidad, y que veía al comienzo como algo muy extraño, y lejano. Lo veía en León: cuando yo era niño él había hecho un disco que había vendido mucho, Desenchufado, con versiones pseudo acústicas de sus grandes clásicos. Una de las canciones más escuchadas era “La cultura es la sonrisa”, la cantábamos en el colegio. Y en los shows de León había muchos niños, adolescentes, pibes con remeras de Los Piojos, de La Renga, viendo a León al lado de su padres y de su abuelo. A mí siempre me llamó la atención eso, y cuando empezó a suceder en mis conciertos fue muy conmovedor.
–¿Y la idea de llegar a dar dos conciertos en un lugar como River, qué le provoca?
–También es conmovedor tener la oportunidad de tocar en un lugar que tiene tanta mística. No pasa por un lugar vanidoso de convocatoria, pasa por la mística. Esta vez, por el concepto del recital que vamos a presentar, consideré que soportaba el estadio.
–¿Por qué?
–Yo ya presenté el disco en Buenos Aires; cuando yo presento un disco deseo que las personas que vengan al concierto pongan toda la atención frente a las canciones nuevas, para poder contarles por qué hice las canciones, qué quiero decir con ellas. Eso ya sucedió, entonces siento que ahora podemos hacer un concierto más de festejo. Más allá de lo conceptual, tenés que confiar en que la convocatoria va a responder, y nosotros confiábamos en eso. Pero no deja de intimidar nunca, y calculo que así será hasta el día del concierto, la dimensión que te plantea el sitio. No lo siento como llegar a un lugar, sino como una parada más en toda una gira que está siendo grandiosa. Porque a escala, en muchos lugares del interior estamos viviendo cosas igual de conmovedoras.
–¿Cómo se lleva con esta dinámica de gira, con el “vivir en ruta”?
–Tengo sistemáticamente una excelente relación con eso, porque es una relación que llevo desde hace muchos años. Pero además lo deseo mucho. Todo lo que hago, lo hago para que llegue el momento de salir de gira.
–¿Más que el momento de componer?
–Sin dudas. Porque amén de que en el momento que escribís una canción, vos estás depositando algo, la canción en sí no deja de ser una propuesta. Vos le proponés a alguien conversar de ese tema, luego hay que ver si le interesa, si conecta con aquello. Entonces, todo eso que es deseo, propuesta, idea, en el momento de la gira es cuando cobra vida. Ahí se juega: es un momento en el que todo lo que es intención, cobra vida, se vuelve tangible.
–Alguna vez dijo que, cuando empezó en la música, no entendía mucho lo que estaba pasando. ¿Qué le parece que entiende, hoy?
–No es tanto que entienda más... Tiene que ver con que cuando era un niño disfrutaba de lo que disfrutamos todos cuando somos niños: un estado de presencia y de conciencia de esa presencia. ¡Después vamos a pasar toda la adultez leyendo libros de autoayuda para tratar de regresar a ese momento! (risas) A ese niño que no ve más que diez minutos hacia adelante, y que por eso los tiene que vivir al máximo. Es el momento presente. Yo pasé muchos años de mi vida en ese estado, ya dentro de la música. No es que no entendiera, sino que a lo mejor no registraba, porque estaba disfrutando lo que ese momento tenía que darme, no preguntándome: ¿por cuántos años más voy a disfrutar de este momento? Que es lo que hace uno ahora...
–También transitó una etapa vital difícil, la de la adolescencia, ya dentro de esta carrera. ¿Cómo fue esa etapa?
–Ya en la adolescencia tal vez sí comprendía más lo que estaba sucediendo a mi alrededor, pero tenía tantas dudas existenciales dentro, que mi mundo eran esas dudas, más que lo que pasaba a mi alrededor. Hoy en día no es que “entienda” más, siento que al haber ganado aplomo con la experiencia, al haber adquirido ciertas “tranquilidades” por decirlo de algún modo, puedo darme el lujo de estar un poquito regresando a aquello de la niñez. Puedo estar más atento a este ahora, y a la vez advertir más todo lo que pasa alrededor. Tal vez puedo ver más los símbolos, eso que no podía hacer antes. ¡Pero me re copa no haberlo hecho! Me hace saber que, aunque tenía una vida distinta a la de cualquiera de mis amigos adolescentes, no dejaba de ser un adolescente hecho y derecho. Lo más difícil debe ser que una situación te haga saltar una etapa, y en mi caso no fue así.
–De aquellos comienzos hasta ahora, ¿cambiaron sus referentes en la música?
–Siempre vuelvo a los mismos: Mercedes, León, Atahualpa Yupanqui, y de un tiempo a esta parte también The Beatles, pero ese fue un descubrimiento más tardío. Sigo regresando, literalmente, diariamente a Mercedes, León y Atahualpa. Los escucho todos los días de mi vida, y no es una manera de decir. A la mañana yo escucho sólo folklore, me levanto siempre temprano y hasta el mediodía escucho folklore.
–¿Qué quedó de esa música como base o aprendizaje?
–El folklore es la base constitutiva de todo esto. Tal vez en otros géneros, o de la mano de otros géneros, pero nunca dejó de ser la base sólida de todo esto. De hecho ahora mismo estoy trabajando en un disco de folklore, no sé si será el próximo que edite, o a lo mejor me lleva quince años, no lo sé. Para mí la música es un puente, y los géneros son una herramienta para construir ese puente. Dependiendo de lo que quiero decir, elijo la estética que considere más oportuna. El folklore es el barrio donde nací, me voy a mudar muchas veces pero nunca voy a dejar de ser de ese barrio donde nací, ni a tener el acento de la esquina en la que me crié.
–¿Y para un próximo disco le interesó volver a ese barrio?
–Claro. Uno siempre regresa a los lugares donde fue feliz, dijo alguna vez un tipo que algo de idea tiene... Hoy tengo en mente dos discos, dos conceptos de cosas de las que quisiera hablar, con idiomas y estéticas distintas, y estoy trabajando en los dos paralelamente. En algún momento de forma natural alguno va a crecer más que el otro: uno al que yo llamaría más pop (no estoy de acuerdo con la idea de “folklore romántico”, ¿acaso Daniel Toro a qué se dedicó?). Y el otro decididamente de folklore, refiere a que yo en mi fuero más interno me encuentro construyendo mis propias tradiciones.
–¿Cómo sería eso?
–Yo no vengo de una familia “tradicional”: las fiestas no se viven siempre igual, nos juntamos solo si coincidimos todos, y si no está bien también, no vengo de una educación, ni de una religión super formal. No tengo los domingos de pastas con los viejos, ni los miércoles de fútbol con mis amigos. Sin embargo me encuentro construyendo pequeñas tradiciones muy personales. Como esto de la mañana sujeta al folklore. No importa qué haga a la mañana, si voy a un shopping, voy con auriculares escuchando folklore. Será que empiezo a entrar en contacto con eso, y me dan ganas de ponerme a cantar folklore con mi guitarra en mi intimidad. Me encuentro dando versiones de canciones tradicionales con un acento muy mío, y eso me atrae. Y por otro lado tengo cosas de experiencias de vida que sigo queriendo canalizar a través de la música. El disco de folklore será de versiones, no tengo en claro todavía qué forma tendrá, pero es seguro que será completamente diferente al del niño que cantaba folklore a los once...
–Más allá de experiencias personales, ¿hay algo de la realidad social que lo llame a escribir?
–Mucho. Lo que pasa es que no es parte de mi idioma musical, o de mi estética narrativa, la canción más social, no utilizo términos o conceptos tan directos. Como en todo en la vida, todo lo que me afecta en lo social, en la Argentina y en el mundo entero, lo termino procesando dentro mío, y tratando de devolver lo que me produce de la forma más amable que pueda lograr. Y eso siempre confluye en lo que considero que es todo, la base y la raíz de todo lo inherente y adherente al ser humano: el amor. Yo prefiero ir a beber de esas aguas, pero no quiere decir que no me afecte.