Este es uno de esos momentos en que se complica demasiado regular con equilibrio el asco general que se siente en lo presumible como el grueso mayor de la sociedad. Las dudas. Las emociones personales. Y lo imperioso de saber separar la paja del trigo. Esto último, como de costumbre, es lo más importante.

Están las imágenes y los diálogos (¿provistos por quiénes?) que revelarían a Alberto Fernández como un ser abyecto, cualquiera sea la opinión que se tenga sobre su gobierno.

Está el indudable trabajo quirúrgico de los servicios de inteligencia y, cómo no, de actores del Poder Judicial que reaccionaron ante los hechos con una prontitud tan bienvenida como inédita. ¿Qué habría pasado si se hubiera procedido con tanta eficiencia hurgando en los celulares de Gerardo Milman y Fernando Sabag Montiel?

Están los ingredientes de personajes famosos involucrados, en los que se mezclan como si tal cosa que un Presidente de la Nación, pasado o presente, debe guardar respeto por sus actos e investidura… con la moralina de indignarse porque usó Olivos, o la Casa Rosada, para sus andanzas sexuales, libidinosas o desprejuiciadas.

Está la indignación justificada porque algo o mucho de ello habría sucedido en pandemia (de hecho, ocurrió la fiestita de Olivos que marcó un antes y después en el gobierno del Frente de Todos).

Está la hipocresía injustificable de que sería la primera vez en que esos lugares son escenario de transgresiones inadmisibles.

Y está, con el diario del lunes, todo lo que el periodismo “independiente” dice que (se) sabía, que no es ni la cuarta parte de lo que sabe porque, si lo volcara en público acerca de antes y después de Fernández, lo que sí saben es que empiezan por no quedar en pie ellos mismos: los “independientes” que la van de impolutos en aras de la verdad.

Como primero van “los hechos” (o así era hasta que el tiempo de la posverdad los transformó no en lo que “la gente” sabe, sino en lo que quiere creer), digamos que parece haber no pruebas seguras, sino indicios atendibles, acerca de que Fernández era un golpeador. Y que se merecería el escarnio que sufre. Que haya carpetazos de los servicios no niega que se basarían en constataciones.

Pero asimismo es constatable que, mientras tanto, el escándalo que sacude al país -después indagaremos sobre los alcances de ese sacudimiento- le sirve al Gobierno y a sus loros mediáticos para desviar la atención acerca de su desastre. Y no sólo en lo económico.

Una legión de libertaristas fue a Ezeiza y a Campo de Mayo para asistir legal y anímicamente a lo que una redundancia designa como genocidas de la peor calaña.

El episodio, que en rigor es todo un capítulo de las acciones gubernamentales encabezadas por Victoria Villarruel para reivindicar al terrorismo de Estado, hoy queda oculto por las crueldades de las que a Fernández le sería muy difícil protegerse.

La mirada mediática y de las redes quedó corrida respecto de un estadio económico donde, solamente, cuenta aquello de que gobernar Argentina es gobernar al dólar. Y para el Gobierno, que de la noche a la mañana pasó a poner el cepo en sitial preferido frente al tembladeral financiero del mundo, hay noticias entre malas y pésimas.

Tuvieron que guardarse “la libertad de los mercados” donde la espalda pierde su buen nombre y honor. Se les acaba la poética soez y delirante de que son los únicos guías internacionales del anarco-capitalismo. La “esperanza Trump” entró en serios inconvenientes. Los capitales buscan refugios seguros que en ningún caso son la Argentina.

Y los hermanos presidenciales, definitivamente, son vistos en el ámbito de las finanzas mundiales como un exotismo, apenas digno de recibirlos en cónclaves de megamillonarios y fanáticos ideológicos, como personajes extravagantes con los que divertirse un rato.

La industria está devastada, en parámetros sólo comparables con la pandemia. Los empresarios de la construcción ya dicen que 2024 es un año perdido, con una caída del 35,2 por ciento interanual informada por el propio Indec. Los trabajadores aceiteros ingresaron a la tercera jornada de paro nacional. Las universidades públicas no empiezan el segundo cuatrimestre. La gente viviendo en la calle no para de incrementarse. Y la Caputocracia ya no tiene respuestas convincentes.

¿Cuál será, en ese marco, la incidencia real de los clips que terminan de execrar a Alberto Fernández ¿El señalamiento del peronismo o kirchnerismo como la madre de todas las desgracias? ¿O un renovado sentimiento de “que se vayan todos” sin reemplazo a la vista, como no sea una suerte de pacto neo-conservador si Milei y sus mandantes no controlan las tensiones entre gauchócratas, corpos del extractivismo a secas, pymes derruidas y franjas ligadas al mercado interno que ya no dan más?

No tenemos la respuesta. Pero sí la pregunta de quiénes estarán en condiciones de canalizar este esperpento.

Por lo pronto, las desventuras de Fernández sirven para eso de que, mediáticamente y en las cloacas digitales, parezca mirarse para otro lado.

El viernes, la escena de una multitud enfurecida en el hall de Constitución, defendiendo a un joven reprimido por la Policía tras intentar saltar uno de los molinetes -como ya están haciendo cada día más pasajeros- no semeja haber descubierto que la preocupación central sea lo que está pasándole a Fernández, ni a sus visitantes amorosas, ni a lo que pueda proseguir en materia de revelaciones y bataholas de palacio.

Y vayan unos párrafos, especiales y relacionados, con el ataque también brutal que sufren los colectivos feministas desde el cinismo empleado por la ultraderecha gobernante.

Lo describió Mariana Carbajal en su columna de este diario, con indicaciones precisas, a partir de la panzada que están haciéndose Milei, sus trolls y sus services.

“Los mismos que niegan que exista la violencia de género y que desguazaron las políticas para prevenirla, mientras seguimos contando femicidios, ahora la ven”. La colega los define como oportunistas y caranchos, pero quizás se quede corta. O bien, no alcanzan los adjetivos para retratar semejante miserabilidad.

Ahora resulta que la mayor visibilización de las violencias machistas en los últimos años, que es un trabajo de décadas favorecedor de cada vez más denuncias porque la sociedad, las instituciones y la justicia escuchan con más empatía a las víctimas, está en cuestión siendo que -como también señala Mariana- la culpable pasa a ser esa agenda y realizaciones del gobierno anterior reveladas como “hipócritas”, “inservibles”, “nidos de corrupción” y “desatención de las víctimas”.

Es éste el Gobierno que desguazó absolutamente todos los organismos encargados de cumplir la Ley Nacional de Protección Integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia contra las mujeres. Desmantelaron incluso la Subsecretaría de Protección contra la Violencia de Género. Paralizaron las capacitaciones obligatorias a funcionarios para aplicar la Ley Micaela. Ya no garantiza el patrocinio jurídico gratuito para víctimas de violencia de género. Apenas permanecen dos operadoras en el funcionamiento de la línea 144, de asistencia telefónica también gratuita y con un promedio de 340 llamadas diarias. Y las videollamadas con accesibilidad a personas sordomudas quedaron directamente sin atención.

Esa lista que enumera Carbajal es, en efecto, una estrategia orquestada a nivel global por parte de las ultraderechas: aprovechan cualquier episodio -sea real o fake news- para atacar a activistas y a su agenda de ampliación de derechos.

Le asalta a quien firma una sensación idéntica a la que lo invadió cuando los bolsos de José López.

Esto es: el triunfo de la anti-política. El dedo que señala a un único lado. El verso de la honestidad en manos de los corruptos más evidentes. La ¿transitoria? confianza o resignación popular depositada en los auténticos verdugos populares.

Los sectores más dinámicos del progresismo, en la sociedad argentina, han demostrado históricamente una capacidad de resistencia y concreciones que siguen siendo ejemplo regional y mundial.

Pero lo urgente de esta etapa les impone dedicarse a superar las instancias resistenciales.

Lo urgente es empezar a construir otra cosa, con un proyecto político alternativo que incluya, en primer lugar, las ejemplaridades individuales.