“Así es la vejez, pensé con los ojos cerrados. Un tiempo en que las horas se suceden como si tuvieran cuerpo porque les vemos la forma y sentimos el peso, su densidad y autoridad”, piensa Tomás Ruiz, el protagonista de Dominó, la nueva novela del argentino José Salem, que presenta por estos días una ficción precisa en su trama y profunda en su visión existencial de la vejez, ese tabú. Acaso, también un prejuicio, ¿o no es cierto que la asociamos a esa etapa de la vida con pasividad y lentitud?

El propio Ruiz, que vivió en La Paternal, donde nació, y pasa sus días jugando al dominó con los amigos en el ocaso de su vida, asume que ya no espera gran cosa del tiempo que le queda. Hasta que la muerte de su amigo Manolo Crotto irrumpe para recordarle a él y a los otros que siempre se está a tiempo de cumplir los sueños pendientes y que en “tiempo de descuento” las pasiones pueden manifestarse, por qué no, de una manera violenta. Incluso con la forma de la crueldad porque hay quienes se animan a todo: lo ominoso, lo prohibido.

Sentí que debía conmover la vida del protagonista y la de su entorno, interrumpir su inercia”, cuenta el autor. “Y decidí hacerlo mediante una situación límite que les diera una trompada en el mentón, que los sacudiera; qué mejor, entonces, que mediante la ocurrencia de un crimen. En definitiva, ese crimen fue la excusa que encontré, y mejor me pareció, para hacer reaccionar al protagonista quien, hasta ese momento, sobrevivía y parecía no esperar demasiado de la vida. Como si los años hubieran aniquilado sus inquietudes, sus ganas. Hasta que los hechos comienzan a desencadenarse uno tras otro. No quise escribir un policial, el crimen fue un pretexto para revolucionar la vida del personaje y ver cómo actuaba ante esa situación límite. Pero se me fue de las manos y el suspenso se impuso. De todos modos, entiendo que se trata de un retrato, de un cuadro de costumbres, a la par de un policial”.

Salem es argentino y está radicado en Francia desde hace años. Abogado de profesión, descubrió su vocación de escritor en París. Dominó es su segundo libro publicado. El primero, fue el volumen de cuentos Donde la vida nos lleva (Paradiso, 2021), que tuvo muy buena recepción y cosechó comentarios celebratorios de Jorge Consigilio y Elvio Gandolfo, entre otros.

Ahora, la trama de su nueva novela transcurre en una Buenos Aires y en una Argentina (“de argentum, que quiere decir guita, plata, aunque somos unos muertos de hambre”, nota uno de los personajes) en que, previsiblemente, los apremios materiales privan a muchos de la posibilidad de cumplir sus deseos. Los barrios de La Paternal, Tribunales y el centro, así como las ciudades de Montevideo y Madrid son los escenarios por los que transitan los personajes.

A este grupo de “viejos” que acompañan a Ruiz, ¿solo le quedará dejar que el tiempo transcurra? Pretenden matar el tiempo de la manera más amena que encuentran, muchas veces en el localcito que les presta el viejo Carrizo, y que las angustias cotidianas no hagan mella en sus cuerpos achacosos. Son veteranos de la vida: Un rejunte de jubilados que ya no produce, así nos ven, así nos consideran” juzga uno de ellos, Carlos. “¿Qué carajo le vamos a importar a todos?”.

En ese devenir de los días iguales se encuentran -y atentos al viejo Carrizo, que pretende recuperar su lugar para sacar unos billetes- cuando Manolo aparece con la cabeza reventada, en el living de su casa: es el propio Tomás Ruiz el que se topa con esa escena inolvidable, antes de salir como un tiro hacia la calle, descompuesto, preguntándoles a los demás cómo alguien puede ensañarse de esa forma con un viejo inofensivo.

“Conocía el rostro de la muerte aunque no las expresiones que revelaba la vida cuando había sido arrancada, como era el caso dado el buraco que pude ver en la cabeza de Manolo Crotto y el mar de sangre que la rodeaba. Hay muertes esperables, previsibles, hasta razonables, que se anuncian de un momento para el siguiente, así como existen las muertes robadas, las que no dan chance a un simple adiós; algo sabía yo de eso”, reflexiona Ruiz, cuando ya es tarde para todo.

Están también el hijo de Manuel, Rolo Crotto, un mastodonte de metro noventa con expresión de ingenuidad aniñada que no puede entender por qué y cómo alguien pudo arrebatarle así la vida a su padre, y el comisario Roque Malvino y su modesto séquito de policías a cargo intentarán resolver el misterio que hay detrás de ese cráneo destrozado.

Cumplo mi deber de proteger a la sociedad, incluso a los ancianos como ustedes, dice el comisario que en el fondo también se pregunta si vale la pena destinar tiempo y recursos a resolver el asesinato de un octogenario que no tenía dinero ni enemigos, apenas un puñado de amigos tan desmejorados como él. Pero, ¿quién es el jugador oculto que ha movido los hilos de la vida y la muerte sin revelar las razones que lo impulsan?

“Todo en la vida termina diluyéndose”, reflexiona Ruiz, que es quien además se hace cargo de la narración del relato y tiene dos únicas manías: la pulcritud y la limpieza. Aunque la muerte -esa mancha oscura que, finalmente, arruina la belleza más o menos perfectible de la vida- ya le ha dejado marcas en el pasado: la de la muerte de su padre, por ejemplo, que lo enfrentó a una soledad desconocida. “Conocí ese día una soledad distinta, particular, que se me clavó en la carne como un cuchillo, se hizo lugar, se acomodó. Supe enseguida que no tenía sentido luchar y que debía alojarla sin resistencia, que debía aprender a convivir con ella porque nunca me gustaron las batallas perdidas de antemano”, reflexiona el personaje.

Los recuerdos son para los amigos, en la vejez, la posibilidad de vivir una ficción, aunque sea la última posibilidad de concretar alguna fantasía inconclusa cuando la vida empieza a parecerse a un juego que pierde el sentido.

Inesita -la esposa muerta de Ruiz- mira al protagonista desde los retratos de la cómoda y también le recuerda al protagonista la vida en su máximo esplendor: Esa mujer seguía colmando mi vida, me acompañaba y hasta me aconsejaba”, piensa él.Por suerte, algunas imágenes nos acompañan con gratitud, llenan nuestros espacios, comparten nuestros días, nos acarician y hasta nos hacen sentir amados”.

“Los recuerdos son parte de la vida actual de cada uno de ellos: son su aire, su oxígeno”, explica Salem. “Para Ruiz y sus amigos, esos recuerdos son la vida misma, están latentes y presentes, son la realidad de cada despertar. Si se los quitaran, no se quedarían sin una segunda vida sino que, directamente, se quedarían sin vida. No serían lo que son sin esos recuerdos que funcionan como el reflejo de sus experiencias y, como tal, forman parte de su yo y de su hoy y, por supuesto, son parte del particular esplendor de cada uno. A la importancia de los recuerdos hay que sumarle la de sus sueños, que también los tienen y están muy vivos”.

El amor del protagonista y narrador por su esposa muerta parece recordarnos que el sentimiento amoroso trasciende la muerte, y que son las vivencias y los sueños los que componen la “trama interna” del relato de nuestras vidas, el verdadero sustento de nuestra identidad. ¿Sentiste que era imperioso en este caso trabajar, puntualmente, con el tema de la memoria y el inconsciente del personaje?

-Es así, absolutamente. En Dominó hay dos grandes amores: uno, el que mencionás, el de Tomás por Inesita, su difunta mujer, que subsiste aún después de la muerte de ella quien hasta parece continuar aconsejándolo, inmiscuirse en sus decisiones; el otro es un amor pasional, de esos que no dan tregua, que te llevan del paraíso al infierno en un suspiro. Ambos muy diferentes, pero intensos y reales. Y en los dos, la memoria y el inconsciente de quienes los han vivido funcionan de manera distinta, diametralmente opuesta, diría. Es, precisamente, en la memoria de cada uno, y en su inconsciente y sus sueños, donde encontré la materia prima para darles forma; desde ahí intenté llegar al hueso, no solo respecto del amor sino, también, en las otras áreas de la vida.

PASAR A LA ACCIÓN

Hay también una nota atada al cuerpo del muerto, Manolo Crotto, que el mismo Ruiz encuentra entre sus ropas y abre el juego del enigma. Y después, otra muerte que terminará por componer un cuadro imprevisible, como el que crean las fichas de dominó en el paño verde.

En un marco de incesante degradación, en que hasta los cuerpos de los muertos pareciera que se descomponen con más premura de la que alcanzan los vivos una vida digna, el personaje siente que cada vez tiene menos para perder, y no es fácil asumir que todo pueda terminar de un momento para otro.

Entonces habrá verdades que saldrán a la luz como un manantial olvidado. El silencio o la acción son las dos posibilidades excluyentes entre las que se debate un último gesto.

¿Dominó es una novela sobre la vejez y sus prejuicios?

-Me pareció interesante dejar de ver a la vejez como sinónimo de lentitud, de “pasa poco”, más aún de decadencia, y para ello, expongo esas vidas, supuestamente tranquilas, a una tensión constante, a un ritmo frenético que no permite descanso, que obliga a tomar decisiones y a actuar sin dilación. La trama no le da tregua al lector porque, antes, tampoco le da tregua a los personajes.

Uno de los aciertos de la novela es que la vejez está contada desde el punto de vista del protagonista, en primera persona, no “desde afuera”. ¿Cuál fue el criterio que te llevó a adoptar esa mirada de la vejez y no otra, más previsible, como quizás lo hubiera sido una en tercera persona?

-Me interesaba meterme en la psiquis del personaje, en su mente y en su piel y, para eso, sentí que debía hacerlo desde él mismo, no desde afuera. Es cierto que desde un narrador omnisciente, tal vez, me hubiese resultado más sencillo pero no me hubiera permitido entrar en su yo más íntimo. No quise describirlo ni contarlo; quise ser él, pensar y sentir desde él, actuar con la subjetividad propia de Tomás Ruiz. En síntesis, la primera persona me permitió describir sensaciones más genuinas porque no se las endilgué a Tomás, ha sido él quien me las fue dictando.

El tema de los adultos mayores como seres improductivos, y, en ese sentido, el abandono que parece depararles el sistema, ¿potencia en estos personajes su individualismo e, incluso, su egoísmo?

-Si bien algunos de los personajes se sienten improductivos en relación a la sociedad, y hasta una carga para ella, me parece que, en el caso de Dominó, el individualismo de algunos proviene más de ellos mismos, de su interior, que desde el sistema; como si una semilla de ese individualismo, y hasta egoísmo, estuviera ya en el fondo de ellos y no esperaba sino a ser regada para desarrollarse y florecer. Y cuando se riega una semilla oculta todo puede pasar, a cualquier edad, incluso rondando los ochenta.

Desafiando los prejuicios, la vejez aparece aquí asociada a la vitalidad de quienes sienten que, porque acaso tienen menos que perder, son capaces de perseguir sus sueños o ambiciones inconclusas, incluso sus deseos inconfesables.

 

-Tal cual. En la novela, la vejez aparece muy asociada a la vitalidad. No sé si eso ocurre porque los protagonistas sienten que tienen menos que perder, tal vez haya algo de eso, pero lo que sí me parece claro es que hay situaciones que se presentan en la vida que, de tan extremas e imprevistas, despiertan ambiciones hasta entonces inconclusas -incluso olvidadas- y, sin duda, deseos inconfesables, esos que todos tenemos, aunque las más de la veces no los queramos reconocer y que hasta ni siquiera nos animamos a espiar.