La cultora del “ensayismo mágico”, como define esa alquimia de ficción y teoría literaria, se burla de su pasado de adolescente gótica, hasta que se cruzó el reguetón en su vida, cambió la melodía y llegaron los tatuajes a su cuerpo. A los 33 años, la escritora española Luna Miguel, que estuvo de visita en la Feria de Editores (FED), suscribe lo que postuló quien podría ser una “bisabuela” literaria, Carmen Martín Gaite: “con los libros pasa lo mismo que con las personas, que unos empiezan a hablarte de otros y se va tejiendo y ampliando una red de conocidos de amigos y de amigos de conocidos, a los que se acaba conociendo por curiosidad o por azar”. En Leer mata, publicado en Argentina por la editorial Concreto, una lectora y su amante filósofo van enhebrando un contrapunto con la escritora de las notas al pie, en una especie de novela que despliega hipótesis en torno a la lectora bulímica, enfermiza, sumisa, somática y amorosa, como si fueran personajes.

“Me encantan las tumbas de escritores, me gustan los cementerios”, explica la escritora y editora española, que fue al cementerio de la Chacarita a visitar la tumba del escritor Ricardo Piglia, a quien homenajea en Leer mata. “Cuando me dijeron de venir a Buenos Aires, pensé que tenía que visitar a mis muertos; es como ir a un lugar silencioso de descanso, como escucharles leer en silencio”, agrega la autora de los poemarios Poesía masculina y Un amor español; los ensayos El coloquio de las perras y Caliente; la novela El funeral de Lolita y el monólogo teatral Ternura y derrota

-En “El último lector” de Piglia aparece la idea del lector que llega tarde. ¿En qué sentido te podés pensar como “La última lectora”?

-No sé si aquí pasa, pero en las redes sociales en España, en todas las cuentas que hablan de libros, siempre que alguien habla de un libro que se publicó el año pasado, ya no está en la mesa de novedades porque los libros duran diez días; entonces como muere tan rápido ese concepto de la novedad, la gente tiende a decir “llego tarde” a esta lectura. Pero me pregunto, ¿qué es eso de llegar tarde exactamente? La sensación de ser el último lector tiene algo que ver con la incapacidad de haber metabolizado una gran obra, un clásico. A los treinta años leí recién a las hermanas Brönte. Nunca las había leído. Entonces cuando de repente te ves con 30 años leyendo a las hermanas Brönte sientes esa extraña sensación de que has llegado tarde, pero no porque hayas llegado tarde al libro, sino porque todas las experiencias que has aprendido leyendo desearías haberlas leído antes. Ahí es cuando te sientes como esa última lectora de un libro, que va a seguir teniendo lectores toda la vida. Es una trampa ser el último lector, pero te hace sentir especial.

-Cada lectora o lector llega a su tiempo, ¿no? 

-Exacto. Por mucho que adore a Homero, por mucho que haya leído fragmentos y ensayos sobre sus personajes, por mucho que mi hijo se llame Ulises, por mucho que mi madre me lo leyera de niña, La Odisea es un libro que no he leído de principio a fin nunca, aunque conozco la historia de su influencia en el mundo. No me he sentado a leerlo porque todavía no estoy preparada para vivirlo. A veces hay un desajuste que puede ser sentimental. Anna Karenina la he podido leer cuando en mi relación abierta mi pareja se acostó con alguien y esa vez me sentó muy mal. Y ahí es cuando la leí porque sentía que aunque el libro fuera de muchas otras cosas, aparte de los celos, tenía que leerlo en ese momento. Tus experiencias vitales te llevan a conformar tu biblioteca. Esa es la historia bonita de las bibliotecas: cómo lo aleatorio hace que de repente un libro se convierta en la pieza fundamental también de tus próximos años como lectora.

-Una de las protagonistas de “Leer mata” va desarrollando distintas teorías de la lectura, teorías que ella misma va cuestionando porque es una lectora que busca escapar de los lugares comunes. ¿Esto fue algo calculado o más bien sucedió mientras escribías?

-Creo que fue sucediendo mientras escribía. Hay dos protagonistas: la lectora y el amante, que es filósofo. La vida del amante es jugar con las verdades de los otros en un mundo pospandémico en el que estamos buscando verdades a las que agarrarnos. La historia de la literatura es la historia de las mentiras y del constante cambio. Cuando algo es canónico, significa que debe ser destruido. La literatura de antaño debe ser destruida; homenajearla es una manera también de copiar y destruir. Cuando iba a la biblioteca que le estaba prohibida y no la dejaban entrar por ser mujer, porque no era acompañada de un hombre, Virginia Woolf hablaba de esa “venerable” biblioteca. Pues parece que una para ser lectora tiene que construir una venerable biblioteca, pero toda venerable biblioteca es una sucesión de contradicciones. Me interesaba pensar cómo algo tan compacto como una biblioteca está construido con contradicciones. En estos días en Madrid a mi pareja le dio como un momento de locura y se ha deshecho de 800 libros de su biblioteca (tenía y tiene muchos libros) y los donó. Son muchos libros de política, de cuando estuvo en los procesos del 15M, cosas repetidas o ediciones que ya no quería tener. Me fascinaba cada vez que me hablaba de cómo quería ordenar su biblioteca porque recomponer su biblioteca era recomponer su mundo. Una biblioteca es construir en parte quién eres. Pero no sabemos quiénes somos. ¿Cómo voy a saber cómo soy si ni siquiera sé ordenar mi biblioteca? 

Leer mata salió en España por La Caja Books, una editorial pequeña. Antes de empezar a escribir, Miguel recopiló los libros que tenía sobre reflexiones acerca de la lectura y estaba (Marcel) Proust y (Maurice) Blanchot a la cabeza. Todos varones. “Yo venía de escribir Calientes y El coloquio de las perras y me odié a mí misma al estar escribiendo un libro en el que todos mis referentes eran machos. Y llamé a mi editor y le dije: ‘No puedo escribir este libro porque mi bibliografía no me permite escribirlo’. Tenía solo a Virginia Woolf, que es el comodín al que todos recurrimos para cualquier cosa, ¿no? Empecé a buscar en los diarios de escritoras, por ejemplo el de Alejandra Pizarnik, porque sus diarios son teoría literaria, son sus lecturas y su opinión sobre escritores. Después pillé los diarios de Susan Sontag y luego encontré la colección de Cátedra de feminismo, donde había mucha teoría literaria y mujeres que analizaban el papel de la mujer en ciertas novelas icónicas. Cuando conocí las ediciones de Ampersand y esta colección sobre la lectura, los textos de Sylvia Molloy y Tamara Kamenszain, sentí que el mundo se abrió por fin”.

-A pesar que en este presente es más fácil acceder a la literatura y ensayos de mujeres, como también a diversas colecciones de feminismo, ¿por qué aún cuesta llegar a la bibliografía de las escritoras del pasado?

-Si te dedicas a buscar lo que han escrito las mujeres lo encuentras, pero siempre asociado a la “literatura femenina”. Los diarios de Sylvia Plath son definidos como diarios sobre la vida de una mujer, la intimidad femenina y la maternidad. Pero ella está hablando de sus pensamientos sobre James Joyce, de cómo escribe poemas, de cómo traduce versos. O sea que de repente te das cuenta de que que hay una etiqueta misógina porque se sigue pensando en términos de literatura femenina, la vieja etiqueta que englobaba temas como la familia y la maternidad. La gran literatura todavía está asociada a los hombres y no a las mujeres. Yo quiero hacer mi pequeño ensayito sobre mis pensamientos como lectora y me doy cuenta de que mis pensamientos como lectora están avasallados por los pensamientos misóginos heredados. Al final de Leer mata, logré que en la bibliografía haya más mujeres que hombres.

-En un libro como Leer mata, que juega con las formas de la novela y el ensayo, ¿cómo funcionan las notas al pie?

-Las notas al pie son los comentarios que le hace la escritora a la lectora. Hay una especie de contrapunto entre la lectora y la escritora. Yo me imaginaba a una lectora que hablaba sobre la lectura a la escritora. Como si hubiese un choque entre las dos, como si una necesitara unas muletas, que es la bibliografía, y la otra necesitara otras muletas, como la ficción, la fabulación, las cartas, la poesía. Me interesa la reivindicación de la obra menor. Quizá porque trabajo en esta industria y estoy cada día invadida por los mensajes que yo misma mando cuando tengo que mencionar a una autora a la que edito: “su nueva y esperada novela”... Los ensayos que escribo los llamo “ensayismo mágico”, esa mezcla del ensayo y la narrativa donde para teorizar te puede servir más la ficción y para imaginar más el ensayo. Ojalá pudiésemos descansar y escribir obras pequeñas, libros chiquitos, como los de Tamara (Kamenszain). Reivindico la posibilidad de escribir una obra breve, loca, desquiciada, que mezcle géneros y que no se le pueda poner ninguna etiqueta.