Cada tanto, y como le pasa a todos los pueblos del mundo y ahora a la Argentina, la amenaza fascista ensombrece el presente. Cada presente. Y no hay sociedad eximida de semejante anomalía cívica.

Es que el fascismo es la gran tara de todas las formaciones sociales, en las que más tarde o más temprano afloran conflictos de intereses y sobre todo de prejuicios, más o menos graves y profundos. Y casi siempre raciales, porque los fascistas tienen la repugnante manía de descreer que la sangre es igual de roja para toda la Humanidad y que la convivencia democrática es el mejor destino para todos los pueblos del planeta.

Es por eso que no entienden que el amor al prójimo no tiene color y que la fraternidad es un estímulo de oro para toda persona y para todos los pueblos. Son tan necios los fachos que no reconocen que el fascismo es un modo de negación del amor y eso es lo que los domina y altera y –valga el neologismo– los energumeniza.

El planeta entero entra en conos de sombra y de peligro cada vez que el fascismo crece, en naciones y continentes, derramando sobre los pueblos su ominosa mixtura de violencia, desamor, resentimiento, autoritarismo y odio. Como nube tóxica que es, siempre muestra su peor rostro: autoritario, fanático, violento y hasta criminal.

Una recomendable película española, "El silencio de otros", narra la gesta de miles de familiares de víctimas del fascismo, que allá se llamó franquismo. Es un film conmovedor que describe la resistencia de cientos de hijos y nietos de esas víctimas, y sus luchas por los mismos valores que tan bien conocemos y enorgullecen a la gran mayoría de los argentinos/as: Memoria, Verdad, Justicia.

Ese film es también un justo homenaje a un argentino ejemplar –Carlos Slepoy (1949-2017)– quien, exiliado en España, fue un infatigable luchador y verdadero motor de la batalla jurídica y moral que todavía se libra allá, y que aquí y ahora –a la luz del fascismo reinstalado que hoy gobierna la Argentina– todo parece indicar que recompuesto y amenazante, jamás terminará.

Cierto que este texto generaliza la palabra “fascismo" para nombrar lo que otros, muchos, llaman neoliberalismo o ultraderecha. Y que también podría llamarse “libertariaje”, concepto no desdeñable para desautorizar la perversa distorsión de la siempre hermosa palabra Libertad.

Lo cierto es que este vocablo, implantado y repetido por los sectores más retardatarios de la Argentina, también sirvió para confundir a millones de compatriotas que de buena fe, y cansados de engañosas promesas incumplidas, se hartaron de la falsedad retórica y la corrupción de la política en las últimas décadas, para entregarse a un desequilibrado fanático y mentiroso.

Lo que siendo peligroso de por sí, se agrava aún más en la medida en que esos ardores –tampoco exclusivos de la Argentina– empiezan a tener un complemento que esta columna considera un gravísimo peligro –sutil y perverso– que se resume en dos iniciales: la “i latina” y la “a castiza”.

Ya en veloz proceso de instalación mundial como atractiva propuesta superadora de nadie sabe bien qué, ni en beneficio de exactamente quiénes, todo lo que se ve con claridad de la así llamada ”Inteligencia Artificial” es que la maneja y controla un puñado de hipermillonarios que, cada vez con menos disimulo, constituyen una avanzada tecnológica cuyo sospechable objetivo no parece otro que controlar a la Humanidad entera en números, razas y libertades.

Eterna estrategia de dominación, hoy con ropajes de neoliberalismo, libertariaje y mucho decir “carajo”, es a priori discutible toda precisión terminológica sostenida en base a la remanida advertencia de que esas definiciones "no son lo mismo". Porque lo son, se llamen como se llamen, dado que el fascismo es una tara política y social corrosiva que a todo lo largo del Siglo 20, y entre nosotros, ya inficionó a las violentas Fuerzas Armadas de hasta hace 40 años, como después dio letra al menemismo, luego empoderó al macrismo y ahora describe claramente al “mileismo” o como se llame el engendro que hambrea día a día al pueblo argentino y destruye, sistemáticamente y también día a día, la Democracia y la Libertad.

En esos contextos, la pretenciosamente llamada “IA” –que hasta ahora no es más que una amenaza disfrazada de ilusión– podría llegar a ser, aquí y en el mundo entero, un modo de control de la libertad, la creatividad y finalmente de la natalidad. Que no en vano desde Robert McNamara hace medio siglo la sobrepoblación mundial es uno de los asuntos que más preocupa a las grandes potencias mundiales.

Los recursos humanos para eso es pensable que consistan, en síntesis, en el accionar antidemocrático, desmesurado y violento de las peores personas que toda sociedad tiene –hipermillonarios egoístas, insolidarios, desalmados y seguramente racistas– que ya funcionan como corruptores del lenguaje para hacer creer a incautos e ignorantes que está bien todo lo que está mal. Y que la explotación del trabajo honrado es justificable y la meritocracia es buena como la leche materna.

Lo cierto es que para el trabajo intelectual "la memoria es un deber", escribió Primo Levi cuando salió del campo de concentración de Monowitz, subsidiario en Polonia de las cámaras de exterminio de Auschwitz. Levi era entonces un joven italiano, nacido en Turín en 1919 y en el seno de una familia sefaradita, y químico recién graduado. Fue prisionero de los nazis por judío y por libertario, ya entonces concepto que aludía a una antiquísima doctrina política cercana al anarquismo porque propende a la desaparición del Estado.

Hombre de sensibilidad excepcional, y por ser químico de profesión, Levi fue obligado a trabajar en el laboratorio de ese campo de horror, donde a escondidas escribió un diario convencido de que si la guerra es la muerte, el arte es la vida. Y así dio forma a un libro extraordinario titulado "Si esto es un hombre".

Narrador y poeta, Levi vivió convencido de que "tanto en la Ilíada como en el Antiguo Testamento se refleja la necesidad humana de expresar con poesía las atrocidades de la guerra". Y escribió también esta frase que tiene asombrosa vigencia y define a los que hoy se pretenden “libertarios”: "La gran idea de Hitler, copiada por Mussolini, fue la de la propaganda y la escuela. La escuela nazi estaba muy bien planeada y organizada, como todas las instituciones nazis. Era una fábrica de fanáticos".

Liberado en 1945 al terminar la guerra, Primo Levi nunca dejó de soñar con el horror. Y tras la resonancia de su libro "Si esto es un hombre", reconoció, antes de morir en 1987, que "esa música es lo último que olvidaré. Pasaron 40 años y aún la escucho".

La tragedia hizo de Levi un escritor que alcanzó extraordinario reconocimiento en Italia, toda Europa y el mundo entero. "Tengo la sensación de que esa experiencia me dio el extraño poder de la palabra”. Y remató: "Lo que me ayudó a reconstruir mi vida fue el deseo de contar lo que había pasado. Hacerlo saber, para hacer reflexionar. La memoria es un deber: el de transmitir la memoria de todo lo que hemos vivido”.

Alguna vez, hace años, este columnista escribió que el Santo Oficio de la Memoria es el único laberinto del que no hay salida. Igualmente insuperable es la conciencia y la militancia por Memoria, Verdad y Justicia, consigna que sintetiza lo que la persona que hoy gobierna este país con el voto popular seguramente no pasaría como prueba de equilibrio y cordura en ninguna universidad seria del mundo. @